Terminó un cuento y pensó que sería lindo verlo publicado. Buscó revistas virtuales y encontró penúltiMa porque en ella había publicados textos de su profesor de taller de escritura, Francisco Bitar. Y envió su texto de modo espontáneo. Para penúltiMa es una alegría poder ponerlo al alcance de los lectores. Juanjo Conti ha pasado ya a ser colaborador de la revista.
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En el verano 2016-2017, paseaba por una librería cuando llegué al anaquel de Borges. Después de hojear algunos ejemplares, levanté la vista y encontré un cartel que decía: “Seminario/taller de lectura sobre la obra de Borges”, y dejaba una dirección de email.
De pie, saqué mi celular y envié un mensaje. Asunto: Hola. Cuerpo: Vi un cartel en una librería que anunciaba este seminario. ¿¿¿Cuándo empieza este año??? ¡Saludos!
A las dos horas recibí la respuesta: Buen día, Juanjo. Te cuento: volví de allá hace dos semanas (soy de Buenos Aires) cuando di mi última clase de 2016. Este año planeamos arrancar en marzo (alrededor de la segunda quincena). Saludos desde aquí. Augusto G. H.
Aún caminaba por el centro. Apreté la opción de responder y escribí: Ok, avisame cuando arranque.
Cinco minutos más tarde, recibí la nueva respuesta: Te informo en detalle a principios de marzo, aunque te adelanto que se trata de una clase mensual intensiva (muy intensiva: cuatro horitas) los sábados a la mañana. De 9 a 13 con un simpático coffe-break.
El 10 de marzo volví a tener noticias de Augusto G. H.: Buenas noches, Juanjo. Según habíamos convenido, te envío el resto de la información relacionada al seminario sobre Borges. Esta misma tarde hablé por teléfono con mis alumnos de Santa Fe y tengo entendido que se juntarán el sábado 11 por la mañana para convenir el costo de la cuota y algunos otros detalles. En caso de que puedas y te interese participar (estimo que será algo breve), avisame, por favor, que te envío las coordenadas. Saludos desde Buenos Aires.
Su respuesta tras enviar mi confirmación: Si bien, por razones obvias, yo no podré estar presente, algunos alumnos (vos preguntá por Germán) han promovido atinadamente este encuentro. Tomá nota, por favor: Café Gayalí, Plaza de Mayo (frente a Casa de Gobierno), sábado 11 a las 10.30. (Yo aún me pierdo un poco en tu ciudad, pero imagino que vos conocerás muy bien el lugar). Te dejo un abrazo. Ya veremos qué surge del encuentro. Ojalá, hasta pronto.
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Durante 2017 participé de todos los encuentros del grupo. Una vez por mes, los sábados a la mañana, como Augusto me había anunciado, la cita se efectuaba en una sala del Hotel Castelar que se amoldaba muy bien a nuestras necesidades. El lugar tenía una decoración clásica y patriarcal, muy al estilo de los hoteles de otra época en esta ciudad: piso de parquet, espejos en las paredes, un candelabro de cristal que colgaba del techo y una mesa de roble de más de dos metros de largo con patas macizas.
El grupo de alumnos estaba formado en su mayoría por docentes jubiladas (aunque también había jubilados de otras profesiones) y dos jóvenes: Germán, a quien el profesor había nombrado su “alumno de referencia” en uno de los emails, y Jazmín, que era fresca y delicada y olía a la flor que llevaba como nombre. No tardé en detectar cierta tensión entre ellos: como si antes hubiesen sido novios y ahora él quisiera retomar la relación o como si esa relación nunca hubiera existido y Germán insistiera en concretarla clase tras clase.
Todos los miembros de aquel grupo participaban del seminario desde el inicio hacía seis años. A pesar de los carteles en algunas librerías de la ciudad, casi nunca se sumaba alguien nuevo y si lo hacía, no completaba el año. La formación original se mantenía invariable, excepto por los casos de defunción.
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La organización de las clases era la siguiente: el profesor, que no anunciaba previamente el tema, llegaba con una pila de apuntes fotocopiados de diez páginas cada uno, prolijamente abrochados arriba a la izquierda, y se los entregaba a su auxiliar de turno para que los repartiera. Cada apunte contenía dos temas y cada tema se desarrollaba en un bloque de dos horas. Podía suceder que un tema tuviera parte uno y parte dos. Entonces, consumía todo el encuentro. Al final del primer bloque, la barista del hotel tomaba nuestros pedidos (yo siempre ordenaba café con leche en tazón) y antes de que empiece el segundo, nos los traía.
A veces, Augusto nos pedía que, si lo teníamos, lleváramos cierto libro. Me acuerdo que para la segunda clase nos pidió El informe de Brodie. No lo tenía, pero me hice socio de la biblioteca Osvaldo Bayer y lo saqué de ahí.
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Los temas que estudiamos durante el año variaron de los clásicos, como Borges y el ajedrez (tres módulos que ocuparon el primer encuentro y la mitad del segundo), a otros menos visitados, como Borges y los duelos (en cuyo módulo final tuvo especial participación la figura del degollado en la obra de autor).
Cuando tomábamos un tópico, lo agotábamos. Con la guía del profesor, recorríamos cada cuento, poema, ensayo o entrevista en la cual Borges se había referido al tema. Por ejemplo, cuando estudiamos “El otro duelo”, uno de sus pocos textos con tantos regionalismos, leímos la transcripción de un encuentro que el autor mantuvo con profesores y alumnos de la Universidad de Columbia cuando fue invitado por su traductor Norman T. di Giovanni. En esa ocasión, analizaron el cuento línea por línea.
Al final de esa clase, creo yo que con el único fin de llamar la atención de Jazmín, Germán aportó un dato biográfico de dudosa veracidad. Según la anécdota, el mismísimo Jorge Luis se había batido a duelo de cuchillo en la adolescencia. Por ser un neófito total, yo me abstuve de todo comentario. Pero otro de los participantes, un cardiólogo jubilado, golpeó con fuerza la mesa y se puso de pie al grito de “¡Pero qué podés saber vos, pedazo de imberbe!”. Algunos, por más tranquilos que parecieran, podían ser realmente pasionales cuando de su autor de cabecera, y al que habían leído con fervor toda una vida, se trataba.
El profesor Augusto, con buen tino, si bien no zanjó la discusión, al menos la pospuso hasta el próximo encuentro. Nos dijo que, si de referencias biográficas se trataba, el mejor libro que podíamos consultar era Esplendor y derrota de María Esther Vázquez. Estaba agotado, pero tal vez podríamos encontrar un ejemplar en alguna casa de usados.
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El tema de la clase del mes siguiente fue Borges y Thoreau. Llegué tarde. Cuando abrí la puerta, encontré a los alumnos sentados alrededor de la mesa de madera con su copia del apunte en la mano y cara de concentración. Advertí que Germán aún no había llegado y aproveché para sentarme junto a Jazmín.
El profesor hizo un raconto sobre la vida del pensador norteamericano. Contaba que en 1845 se había retirado a una choza en las orillas del solitario estanque de Walden para dedicarse de lleno a la lectura de los clásicos, la composición literaria y la precisa observación de la naturaleza cuando la puerta de la sala se abrió de golpe y sus cristales temblaron. Era Germán y bajo el brazo tenía un libro. La clase sobre Henry David Thoreau quedaba temporalmente suspendida.
Se adentró a paso firme y sobre la mesa dejó caer la biografía que el profesor había recomendado. En la tapa, dentro de un óvalo, se veía la foto de un Borges que profería una carcajada. El óvalo estaba encerrado en un rectángulo dorado y encima de este, en letras blancas sobre fondo negro, se podía leer el nombre de la autora y el título del libro.
—Me lo leí entero —dijo Germán— y no encontré ninguna referencia al duelo que supuestamente tuvo lugar en su adolescencia.
El cardiólogo jubilado hizo un gesto como diciendo “Tenía razón” y la disputa del mes pasado, que yo ya había olvidado, se terminó de diluir cuando alguien notó el excelente estado de conservación del libro.
—¿Dónde lo conseguiste? —quiso saber una señora.
—¿Lo compraste por internet? —aventuró otra.
Todos hablaban, uno arriba del otro, y yo aproveché el murmullo generalizado para tocar con el codo a Jazmín y preguntarle si quería ir a comer algo después de la clase.
—No —me dijo por toda respuesta.
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Mes a mes, las clases se fueron sucediendo hasta la penúltima del año, que se tituló “Borges y las mujeres (10)”, con lo que me di cuenta de que el tópico ya había sido abordado en los años anteriores. El profesor nos había hecho llevar una copia de La cifra y yo, como ya era mi costumbre, llevé un ejemplar que había tomado prestado de la biblioteca.
—Busquen —nos dijo— un poema titulado “Al olvidar un sueño”.
Todos los alumnos pasábamos con frenesí las páginas en busca del texto mencionado, pero nadie, a pesar de que disponíamos de diferentes ediciones, lo encontraba: estaban “El sueño” y “Un sueño”, pero nada de “Al olvidar un sueño”.
—¿No lo encuentran? —nos preguntó el profesor, y se relamió.
Resultó ser que el poema, dedicado a una joven llamada Viviana Aguilar, no estaba en ninguna edición argentina del libro ni en ninguna edición de las obras completas.
—En la única edición que aparece —aseguró el profesor—, es en la primera de Alianza en España, 1981. Yo nunca lo pude comprobar porque jamás tuve el libro en mis manos, pero así lo reconoce María Esther Vázquez en Esplendor y derrota. ¿Hoy lo trajiste, Germán?
El gran alumno ya tenía su vista clavada en la letra A del índice onomástico del libro.
—Después prestámelo —le susurró por lo bajo Jazmín y yo maldije a Germán, a Viviana Aguilar, a María Esther Vázquez y al volumen de trescientas cincuenta páginas con un Borges que se me reía desde el otro lado de la mesa.
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Exactamente dos días después de la penúltima clase, me fui de vacaciones. El recorrido más o menos planeado para ese mes era Londres, Gante, Amsterdam, Barcelona y Madrid. En Gante encontré una feria de libros usados que funcionaba en el edificio que alguna vez había sido una catedral. ¿Por qué libro preguntar? En la actualidad, hay pocos libros que quiera leer y que no pueda descargar a mi computadora pocos minutos después de haberlo pensado. Internet es como un genio mágico que cumple deseos, siempre y cuando el deseo sea un libro que alguien ya escaneó y subió. Entonces me acordé del que contenía el poema que habíamos estudiado la semana anterior. Pregunté por La cifra de Jorge Luis Borges, primera edición española. Pero no había libros de Borges, ni siquiera libros en español. Casi todos estaban escritos en holandés o en alemán.
Después de comer una hamburguesa de McDonald’s sentado frente a la catedral/librería, se me ocurrió que si a diario utilizaba internet para buscar libros digitales que luego no terminaba leyendo, bien podría usarlo para buscar un libro físico que sí quería leer. Justo en ese momento empecé a imaginar que lo encontraba y lo llevaba a la última clase del año del seminario para que los demás lo vean y lo admiren. En ese ver y admirar el libro, también me estarían viendo y admirando a mí y yo rubricaría, de una vez por todas, mi pertenencia al grupo. No solo imaginé la escena, sino que también, durante varios días, la soñé.
Descubrí un sitio web especializado en compra y venta de libros usados en Europa. Hice una búsqueda utilizando las palabras claves Borges, La cifra y Alianza, y obtuve diez resultados. Dos eran en países que no pensaba visitar, pero ocho estaban en Madrid. Escribí un correo genérico y se lo envié a los ocho vendedores: Hola, en la web figura que tienen un ejemplar de La cifra de Borges, editorial Alianza, año 1981. Quisiera saber si todavía está disponible y si es el caso, si ese libro incluye el poema “Al olvidar un sueño”. Podría buscarlo el día 28. Muchas gracias.
Las primeras respuestas empezaron a llegar cuando estaba en Amsterdam.
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Librería J. Cintas: Buenos días. Sí, contiene ese poema. Abrimos el día 28, pero esa semana solo de 11 a 14. A partir del 4, estamos ya mañana y tarde. Un saludo. Jorge Cintas. Título: LA CIFRA. Autor: BORGES, Jorge Luis. Nº de Libro: 49560. Precio: EUR 9. Descripción: Madrid, Alianza, 1981, 12×20, 107 págs. Buen estado.
Los papeles del sitio: Hola. Sí, incluye ese poema. Saludos. Abel Feu.
Armando Vites: Estimado Juanjo Conti, la edición que tenemos es la de Emecé (1981), y no incluye el poema “Al olvidar un sueño”. Mis saludos.
Librería Berceo: Estimado, tenemos el libro por el que nos pregunta y sí contiene el poema “Al olvidar un sueño”. Un cordial saludo. Mario Fernández.
Libros Tobal: Estimado cliente, lo incluye, está en la página 73. Lo único, comentarle que la tienda física no está abierta durante este mes. Abre el próximo día 1, pero le recomendamos pasar el día 2 para mayor seguridad (tenemos que localizar el libro). Gracias por su interés. ¡Un saludo! Atención al cliente.
Librería Escalinata: Hola, buenos días. No consigo encontrar el libro. Si lo localizo, más adelante le contesto. Un saludo. Marta Micaela.
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A los que me respondían en forma favorable, les volvía a escribir para confirmar el precio, la dirección y si los locales estarían abiertos durante los días de mi visita a la ciudad. El panorama era variado. Los precios: de nueve a veinte euros (no pensaba gastar más de diez). Los vendedores: algunos eran librerías establecidas, otros kioscos de canje y otros particulares usando nombres de fantasía. Las direcciones: la mayoría cerca del hotel donde me alojaría.
Marqué la del hotel y la de cada librería en un mapa a medida que las recibía. Terminé de armar el plan en Barcelona, un día antes de tomar el tren AVE operado por Renfe de la estación Barcelona Sants a Madrid Atocha. Mis opciones se habían reducido a tres: Jorge Cintas, nueve euros, del otro lado de la ciudad (alcanzarlo requería tomar dos subtes); Los papeles, diez euros, a seis cuadras del hotel, cerca del Museo del Prado; Librería Berceo, catorce euros, a diez cuadras del hotel.
Descarté el de nueve euros porque, si bien era el más barato, si le sumaba los tickets del subte, el libro me iba a terminar costando más de quince euros. Además, iba a estar menos de treinta y seis horas en la ciudad y quería aprovechar el tiempo lo mejor posible. Fue por eso que elegí Los papeles: tanto el precio como la ubicación eran óptimos. Luego de recorrer el museo y ver obras realmente impactantes como El jardín de las delicias y Extracción de la piedra de la locura, salí caminando bajo la lluvia rumbo a la librería en cuestión. La puerta estaba abierta y entré sin golpear. Me hice el distraído y miré algunos libros al azar antes de dirigirme al vendedor y preguntar:
—Buenas tardes. Estoy buscando el libro La cifra, de Borges. ¿Lo tendrán? Les mandé un mail.
El hombre me miró como quien mira el desierto por primera vez, escrutando pero sin saber muy bien qué buscar.
—Sí, pero está en el depósito.
—¿Y me lo podrán traer?
—Para el lunes.
—¿No puede ser para mañana? El jueves ya me voy…
—No.
—A lo mejor, puede preguntar por teléf…
—No.
—…fonó si alcanzan a enviarlo.
—No.
—…
—No.
—¿No?
—No.
Me fui maldiciendo mi suerte mientras revisaba en el celular la ubicación de la única librería que me quedaba y que vendía el libro a catorce euros. Le había dedicado tantas horas de mis vacaciones a la búsqueda que una diferencia de cuatro euros respecto de mis planes originales me pareció poca plata. Además, siempre podía regatear.
Caminé por la Calle del Prado y más tarde, atravesé la Puerta del Sol. Cuando llegué a la librería, no pude entrar sin golpear porque la puerta estaba cerrada. Me abrieron y encontré a un gordito retacón sentado tras un escritorio. Repetí mi speech: La cifra, Borges, les mandé un mail hasta que me dijeron sí, sí, sí y me acercaron el ejemplar. Lo miré con una sonrisa boba. Lo tenía en mis manos. El libro que unos veinticinco días atrás habíamos estudiado sin tenerlo. El libro cuya cubierta conocía por una fotocopia en miniatura en el apunte. El libro con el poema borrado. Lo abrí y pasé rápido las páginas hasta llegar a la setenta y tres. Exactamente, ahí estaba. “Al olvidar un sueño”. A Viviana Aguilar.
—¿Cuánto cuesta?
—Lo que le contesté en el mail, catorce euros.
Di un suspiro profundo.
—¿No pueden ser doce?
El gordito se puso serio y me sacó el libro de la mano.
—Es una primera edición —me remarcó.
Entonces me sonó el celular. Mail de Librería Escalinata: habían encontrado el libro. El precio era de doce euros y la dirección estaba a una distancia que nuevamente podía recorrer a pie.
Allí tendría que haber dejado al librero con su libro, caminado a la siguiente librería y realizar la transacción. Pero me invadió una ambición, mezcla de ego y orgullo. ¿Y si en lugar de regresar a la Argentina con un inhallable lo hacía con dos? Podría conservar uno y regalarle el segundo al profesor. Ahí sí que me haría merecedor de su gracia y con su beneplácito sería uno más del grupo. Ya no más un agregado, ya no más un extra. Un miembro auténtico de ese núcleo duro que no tenía corteza.
Pagué los catorce euros y me fui en busca del segundo libro.
Al regresar al país, tenía tanto miedo de que les pase algo a los ejemplares que no los puse en la valija que despaché, sino que los llevé conmigo arriba del avión.
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Llegué a la última clase del año con dos ejemplares de La cifra en mi mochila. Era mi oportunidad (lo sabía) de ganarme de una vez y para siempre la simpatía del profesor. Una de las copias tenía la tapa arreglada con cinta Scotch: todavía no había decidido cuál sería para él y cuál me quedaría yo.
Algunos compañeros ya estaban sentados en sus lugares y otros charlaban de pie. Jazmín y yo casi nos chocamos en la puerta de la sala y con un gesto que luego de ejecutar evalué demasiado exagerado, le permití el paso, a la vez que saboreaba con discreción el perfume que se había puesto esa mañana.
Estaba decidiendo en qué momento entregar mi regalo al profesor para maximizar el golpe de efecto, si antes de que empiece la clase o al final, cuando noté que Germán se ponía de pie y, con un libro bajo el brazo, se dirigía a la punta de la mesa.
Me acerqué también al profesor para escuchar lo que decían, pero cuando la cubierta del libro salió a la luz, mis sentidos se bloquearon por unos segundos. Al instante la reconocí; dos escalinatas simétricas que encierran en un rombo una noche de luna llena. Era el mismo dibujo que yo tenía, por duplicado, en la mochila. Germán acababa de entregarle en mano al profesor un ejemplar de la primera edición de La cifra de editorial Alianza de España.
—Revisé en mi biblioteca y ahí estaba—dijo.
—¡No te puedo creer que tenías uno! —exclamó Augusto.
—Ahora lo tenes vos —le respondió.
—¿Qué? —preguntó el profesor, incrédulo—. ¡Qué regalo fantástico!
Uno de mis ejemplares quedó en el fondo de la mochila y solo saqué a relucir el otro:
—Yo también me conseguí uno en las vacaciones —dije como pidiendo permiso para entrar en la conversación.
—Felicitaciones, felicitaciones —me palmearon la espalda.
Me senté a esperar el inicio de la clase y Jazmín tomó mi copia del libro. Pasó las páginas rápido cerca de su nariz e inhaló con los ojos cerrados. Le acarició la cubierta y abrió una página al azar: la forma del tiempo es la del círculo. Siguió pasando las páginas y de vez en cuando se detenía en alguna.
—Hay palabras que se repiten —me dijo.
—¿Cómo?
—En los poemas. Mirá: noche, Virgilio, muerte. Aparecen en varios.
—Sería relativamente fácil —le expliqué—, escribir un programa que lea todo el libro y cuente las apariciones de cada palabra. Habría que tener algunos detalles en cuenta, como borrar los signos de puntuación y pasar todo a minúsculas para que sea más fácil la comparación, pero no serían más de veinte líneas de código.
—Interesante —me contestó y estuve casi seguro de que quiso decir todo lo contrario.
Abrió el libro al principio y volvió a leer: todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo. Levantó los ojos y me miró:
—¿Te acordás de la cita que me pediste? Si me regalás este libro —y lo abrazó contra su pecho—, te acepto la invitación.
Mis pensamientos se aceleraron a tal punto que pude percibir a las demás personas de la escena como congeladas, e ir y venir entre ellas como si mis ojos fueran una cámara teledirigida. Una señora leía la contratapa de un libro, otra revisaba sus apuntes y un hombre miraba por la ventana. Germán, no. Germán no estaba ejecutando ningún ejercicio de trivialidad. Muy por el contrario, así congelado como estaba, parecía que él y el profesor estaban por darse un abrazo. En la carrera del libro, me había ganado.
Volví a Jazmín.
Fingí que mi corazón se partía mientras consideraba su pedido y puse cara de que la oportunidad de almorzar y conversar con ella era finalmente más valiosa que el incunable. Acepté el trueque con una sonrisa y en sus ojos nos vi reflejados a Germán, al profesor Augusto, al resto de la clase y a mí.
Al olvidar un sueño
a Viviana Aguilar
En el alba dudosa tuve un sueño.
Sé que en el sueño había muchas puertas.
Lo demás lo he perdido. La vigilia
ha dejado caer esta mañana
esa fábula íntima, que ahora
no es menos inasible que la sombra
de Tiresias o que Ur de los Caldeos
o que los corolarios de Spinoza.
Me he pasado la vida deletreando
los dogmas que aventuran los filósofos.
Es fama que en Irlanda un hombre dijo
que la atención de Dios, que nunca duerme,
percibe eternamente cada sueño
y cada jardín solo y cada lágrima.
Sigue la duda y la penumbra crece.
Si supiera qué ha sido de aquel sueño
que he soñado, o que sueño haber soñado,
sabría todas las cosas.
Jorge Luis Borges
Frecuencia de palabras en La cifra
Análisis de frecuencia de palabras que aparecen en el libro La cifra. Los datos se obtuvieron ejecutando script escrito en Python.
La palabra hombre aparece 38 veces y hombres, 8.
La palabra tiempo, 26.
Sueño, también 26, pero soñado, 22.
Otro aparece 20 veces y dos, 19.
18: recuerdo, noche.
17: cosas.
16: libro, muerte.
Luna, tierra (o Tierra), 15.
Mano, espejo, nadie, aquel, 14.
Nunca, 13. Amor y desierto 12.
Dios o dios, 11. Como nombre, agua y memoria.
Buenos Aires, 10.
Música, 9.
Universo, polvo, alba, sombra, palabra, 8.
Jardín, perdido y laberinto, 7 (esta es increíble).
Virgilio es la persona más nombrada, con 6.
Biblioteca y Cartago, 5.
Espadas, olvidos y páginas, 4.
César, 3.
Pitágoras, 2.
Eco, 2.
Cifra, 2.
Juanjo Conti (Santa Fe, 1984). Programador y escritor. Publicó la novela Xolopes
y los libros de cuentos Santa Furia y La prueba del dulce de leche. Desarrolla Automágica,
un software de maquetación automática.
Postulados es la sección que recoge los textos enviados de modo espontáneo por los lectores de penúltiMa y que han sido aprobados por el equipo de la revista para ser publicados.
La fotografía que ilustra el texto es de Hicham Benohoud, y su trabajo puede disfrutarse en su página web: http://www.hichambenohoud.com
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero