La estética de Fante y Bukowski sigue siendo un medio de iniciarse en la senda literaria. En Latinoamérica, precisamente, hay toda una serie de autores que no dudan en afiliarse a ella para enfrentarse estética y políticamente en muchos casos, a la corriente sancionada y legitimada por la academia y la crítica. Un medio de ser rompedor es elegir una estética, aunque esa estética sea, en la mayoría de los casos, nada más que una representación marginal de la estética hegemónica. Este cuento del escritor inédito y postulante Adelón Cruz, que parece esconderse bajo un seudónimo, es un ejemplo perfecto de la tensión entre lo marginal y lo hegemónico, la subversión estética y la mirada del lumpenproletariado. Bueno, y además es una historia, que posiblemente es lo que más le interesa a su autor.

 

Me recreé en ciertas poses ambiguas, en el gluglú de la chica, bueno la chica era una MILF, bebiendo un vaso de agua, su largo cuello tragando, en el sonido de la cremallera de su cazadora, pagué para que se sacara la camisa por encima de la cabeza, con la instrucción precisa de que tirase del último botón hasta que lo hiciese saltar, le dije que quería ver y oír cómo las botas caían al suelo, lo demás corrió de su cuenta y cayó en algunos estereotipos muy agradables, abriendo su trasero como una flor, por supuesto a las pocas horas una patrulla se presentó en mi casa y me detuvieron con el consiguiente escándalo familiar, la cara de sorpresa de   mi cuñada, a la que había ayudado con frecuencia a recoger la ropa del tendal y le había mirado el culo como si fuese una flor que se abriera para mí, a mi hermano apenas le extrañó, y el rumor de gestos de contrariedad, a la vez que de confirmación, en el vecindario. Yo no había llegado a comentar con ningún amigo, sobre todo para no comprometerlo, mis inclinaciones, pero dejé demasiados rastros por ahí, un escrupuloso investigador de la hacienda pública reunió los materiales dispersos y me vi ante él dando explicaciones. Hubo un interrogatorio, una confesión por mi parte y me transfirieron a Toraya para  un proceso reeducativo y normalizador. Allí, al poco de llegar, conocí a una muchacha que había pensado en ocasiones en estafar a su hermana y había sido detenida el mismo día que yo. Qué coincidencia, lo comentamos y de ahí, después de las formalidades y requisitos del centro de internamiento, empezamos a hablar por las tardes con el beneplácito de la dirección. Era una chica vulgar y corriente, bueno era una MILF, ya se le iba descolgando un poco la carne del esqueleto. Me gustaba pasear con ella por un camino lleno de  hojas que habían caído de los árboles y la dejaba hablar hasta que se disculpaba y me decía, bueno y ahora cuéntame tú. Sus pasos eran cortos pero seguros y chafaba la maleza seca del camino con precisión, lo que volvía a provocar en mí aquellos sentimientos y sensaciones, por los que había sido trasladado a aquel lugar para vergüenza y estigma de todos los míos. Por lo que me contaba no parecía muy arrepentida de sus pensamientos de fraude y engaño a su propia hermana. Es una hija de la gran puta, me dijo. En ese momento pensé, cosa que luego fue la contraria, que tanto a ella como a mí el proceso reeducativo nos iba a costar un huevo a mí y un ovario a ella, pues  nos gustó mostrarnos muy maleados y difíciles, y lo que no entendí muy bien es por qué bajo esas circunstancias la dirección había permitido que saliésemos juntos. Le hablé de mi caso y me miró con intención al rebuscar en su bolso con todo tipo de sonidos estimulantes y provocadores. Seguramente nos vigilaban y grababan nuestras conversaciones. Le hablé de mi vida truncada como acróbata, después del accidente en el trapecio, pero no le dije nada de las sospechas que tenía de que mi compañero me había dejado caer. Yo llevaba un diario secreto, escrito a bolígrafo, del que nadie sabía nada, que se había quedado escondido en mi dormitorio, donde había ido consignando todas mis desdichas. La mutualidad de los artistas de circo me había indemnizado, pero el dinero se acababa, pronto tendría que tomar algún tipo de decisión al respecto. Me habían llegado varias ofertas pero ninguna me convencía. Podría conducir un vehículo que funcionaba en verano como heladería y el resto del año como biblioteca ambulante. Podría pintar casas en pareja con mi hermano, que era lo que menos me apetecía del mundo. Podía ingresar, si quería, en el real cuerpo de camareros de hotel, gracias a un acuerdo de colaboración entre los holidays ministeriales y la mutua. Se me saltaban las lágrimas cada vez que me enfrentaba a mi futuro. La chica, bueno era, como ya he dicho, MILF, me dijo que en la juventud le había vendido su virginidad consecutivamente a varios empresarios y que tenía el dinero escondido en un lugar seguro porque eran ingresos que no podía declarar. Para justificar sus gastos (me dijo que llevaba un tren de vida importante, era adicta a las compras y se drogaba) trabajaba como profesora de baile en un colegio pero creía que su detención le provocaría el despido. Al tercer o cuarto día, cuando regresábamos al centro de reinserción a la hora de la cena, nos apretujamos el uno contra el otro en unas escaleras de servicio que había pegadas a un muro. La nuestra no fue una fabulosa historia de amor digna de una novela, aquello era un consuelo barato, una manera de sedarse, tomar aliento para enfrentarse a la cobardía personal y a la injerencia del estado; mientras nos restregábamos como un par de adolescentes que confundían su propia violencia con el deseo, una rata correteó por el callejón desde los contenedores de basura hasta las escaleras sobre las que nos habíamos apoyado. En el mismo instante que pasaba a nuestro lado ella se apartó de mí y de una patada en el costado volteó la rata por los aires y la encajó en un bidón que había a unos metros con una precisión que me puso la piel de gallina. Potra, dijo. Aquel episodio nos distanció, se nos interpuso no solo el asco por la rata, con el crujido de su costillar roto por la patada y el seco choff en el bidón, sino también la repulsión por nuestra propia e impúdica violencia. Me pregunto ahora qué hubiese pasado si la dirección nos hubiese convocado a una entrevista, veo el momento de la llegada de ella, la chica MILF, vestida como si tuviese la asesoría calculada de un abogado, unas medias tupidas, nada de maquillaje, la falda recta por debajo de las rodillas, el pelo recogido atrás como aquellas monjas educadoras de sexualidad reprimida. Me pregunto quién hubiese acusado a quién antes y quién antes hubiese sentido la traición que le hubiese hecho perder la poca confianza que le quedaba en el ser humano. Sencillamente cundió la dejadez, nadie se preocupó de enderezar la historia, de situarnos en un punto de inflexión dramática, ella se aplicó concienzudamente a las actividades recreativas, se apuntó al club de lectura, destacó pronto, eso sí, y le dieron responsabilidades de acogida y de animación, se convirtió, o no se convirtió y es que lo era y a mí me había parecido otra cosa, en una fiel colaboradora, en una mujer de confianza, en una partícipe del entusiasmo, yo me preguntaba si es que había renunciado a estafar a la hija de puta de su hermana, si había vendido su sueño de justicia, pero sea lo que fuese nunca volvimos a hablar. En mí queda encerrado el momento en el que, mientras me contaba por qué la habían detenido, revolvía en el bolso, haciendo sonar el espejito contra el pintalabios, las llaves con el móvil, una maquinilla de afeitar que usaba para las piernas contra las gafas de sol, arañadas, grandes, como una pantalla de sueños imposibles.

 

Adelón Cruz (1994) es camarero, trabaja en hoteles de cierto prestigio, mira mucho y calla más, nunca ha iniciado estudios universitarios pero sabe leer bien, al menos eso dice. Está en tratos de publicar su primer libro de relatos, que todavía no tiene título definitivo.

Postulados es la sección que recoge los textos enviados de modo espontáneo por los lectores de penúltiMa y que han sido aprobados por el equipo de la revista para ser publicados.

La fotografía que ilustra el texto es obra de Alberto García-Alix, de su serie «No me sigas, estoy perdido»