Publicada el Jueves 1º de agosto de 1957 en su sección Punta de Lápiz de La Gaceta, en esta columna Martín Cerda se muestra irónico y juguetón como pocas veces para acercarse a un tema no por común poco determinante, al contrario, se trata de uno de esos estados, el de la dolencia, el padecimiento de la enfermedad, mucho más decisivos de lo que solemos pensar. Como siempre, es gracias a los amigos de Marginalia Editores y Gonzalo Geraldo, a su generosidad y compromiso, que podemos ofrecer a los siempre audaces lectores de penúltiMa la recuperación de estas columnas de Martín Cerda.
¿Cayó ya usted?
Perdón, mi amigo, no comprendo su pregunta.
Le pregunto si ha caído ya usted en la cama. Si ha tenido ya la gripe; porque no hay quien no la ha tenido en estos días últimos. Dicen que es una verdadera calamidad nacional…
¡Ah!, la gripe, ahora le comprendo. Estese usted tranquilo; ya tuve esta famosa influenza, si me he pasado cuatro días y cuatro noches ingiriendo limonadas calientes y revolviéndome entre las sábanas. Lo que me parece una lata, una gran lata, mi buen amigo. Ya estamos —creo— bastante amolados en Chile como para que encima se nos venga esta epidemia.
Pero usted debe saber, por cierto, algo sobre el origen, la procedencia, de este mal colectivo que nos queja. Yo he escuchado a algunos desocupados que andan acusando a los marinos norteamericanos de ser los “importadores” de esta epidemia. ¿Qué opina usted de ello?
Yo, mi buen señor, no sé nada, absolutamente nada de eso que usted me cuenta. Quizá sea una “historia” rosa, una de esas historias que cuentan los “camaradas” cuando les comienza a faltar el trigo en las molleras. Lo único que puedo agregar es que esta epidemia me ha fastidiado enormemente. Creo que las demás víctimas no habrán pensado sino en hacer su cola en la farmacia más próxima para aprovisionarse de aspirinas y en acostarse luego en sus camas. Hasta tal punto se nos reduce el mundo y la vida en estas circunstancias. Pareciera que toda nuestra atención se nos concentrara en el termómetro, ese humilde instrumento que va registrando el paso de nuestras calenturas. ¡Ya no hay vuelta que darle! La gripe nos vuelve personalistas, egoístas. Nos cercena todo interés, toda preocupación por los negocios del prójimo.
Tiene usted razón… Figúrese que estaba yo en cama, cuando supe la “liquidación” de Castillo Armas, el resultado de las elecciones de Argentina, el terremoto de México. En otra situación me hubiesen impresionado, conmovido estos acontecimientos. Pero, la gripe —¡ah, la gripe!—, sólo me importaba curarme, salir de la gripe.
Sí, mi querido amigo, la gripe. ¡Diablos! Ya es hora de meterme a la cama. No vaya a ser que una recaída me corte los aires. Todo puede ser en este mundo griposo. Todo puede ser…
Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón.
Buena iniciativa!