Muchas veces se ha dicho que no se puede crear sin haber antes realizado un profundo estudio de las obras que nos precedieron. Si uno se lanza a escribir es porque ha leído mucho, al menos debiera ser así. Andrés I. Aguilar Quesada, que postuló este texto a la revista, demuestra, en primerísimo lugar, que es un atento lector. Ya tiene casi toda la carrera ganada.

 

En el capítulo VIII de “The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman”, Laurence Sterne, poseído y poseyendo a su avatar ficcional, el homónimo Tristram del título, produce una hermosísima dedicatoria que no le dedica a nadie. Crea, de esta manera, la primera y, hasta donde tengo entendido, única dedicatoria sin dedicado. Como si esto fuera poco para poner a un lector a salivar, a continuación, el autor procede en el capítulo siguiente a ponerla a la venta al caballero que le haga llegar a su editor cincuenta guineas. Ni más ni menos. Entre las prerrogativas de la compra está la promesa de que, una vez que se haya realizado el pago, en todas las ediciones posteriores de la novela, antes de que arranque el capítulo donde se encuentra la dedicatoria, estarán impresas las distinciones (nombre, profesión, logros, etcétera) del comprador. Al encontrarme leyendo una edición relativamente reciente de la novela, y viendo que el capítulo VIII todavía empieza sin distinción ni nombre alguno, no puedo sino concluir que la dedicatoria sigue a la venta. Por esta razón, me puse a la tarea de comprarla. Para eso tuve que realizar algunas averiguaciones hasta dar con un descendiente directo del editor de Laurence Sterne a quien poder realizarlo el pago. A continuación, una traducción fidedigna de la carta en inglés que acompaña el dinero enviado. Léase como mi certificado de propiedad.

 

11 de diciembre de 2017
Juan Ramírez de Velasco 845
Buenos Aires
Argentina
andresaguilar1@gmail.com

Nick Dodsley
8b Spectrum, Gloucester Street
St. Heller
Jersey

 

Estimado señor Dodsley:

Esta sucinta misiva tiene el objetivo de acompañar y, sobre todo, explicarle a usted, de manera clara y sencilla, el dinero adjunto que, le ruego, haga llegar al heredero o, en su defecto, al apoderado legal del patrimonio intelectual y artístico del señor Laurence Sterne, novelista británico del siglo XVIII. El dinero en cuestión, a saber, los setenta y un dólares que, espero, hayan llegado intactos a sus manos (y no vaya a creer que el “espero” refleja una suspicacia de mi parte en cuanto a la probidad del servicio de correos (que, a decir verdad utilicé poco a través de mi vida, por lo que cualquier tipo de desconfianza sería absolutamente infundada) sino más bien interprételo como genuino interés de proceder sin demoras con el trámite que pronto pasaré a explicarle), son el equivalente a cincuenta guineas inglesas si existieran al día de hoy (esto amerita una explicación: sé que existen, pero como curiosidades filatélicas o piezas de museo y para mí eso es lo mismo que desaparecer). Como usted sin duda sabrá, las guineas dejaron de usarse en el año 1971 cuando Inglaterra adoptó el sistema decimal —aunque, si me lo pregunta, tanto su valor estético, con el logotipo del elefante grabado en una de las caras (ignoremos por un instante, sólo como ejercicio de abstracción, las nefastas implicaciones imperialistas) y su nombre “guinea” (el oro utilizado para acuñar las primeras series provenía de la Costa de Guinea, en el África occidental (le pido practiquemos el ejercicio una vez más)), así como su valor monetario (21 chelines, o sea, tres veces siete chelines, o dos veces diez chelines más uno, o veintiún veces un chelín, en fin, usted me entiende, un número precioso), son objetivamente más paladeables que las respectivas características morfológicas y simbólicas de la actual libra esterlina. Pero como no me lo preguntó, mejor continúo. Disculpe de antemano cualquier inconveniente que los trámites de conversión a moneda local puedan llegar a ocasionarle (pensaba colocar unos cinco dólares adicionales como pago simbólico por sus servicios pero, después de conversarlo con el señor de la oficina del correo que me atendió por teléfono, opté por un agradecimiento escrito (¡gracias!) en lugar del estipendio económico que a los dos se nos antojó de mal gusto), pero esté tranquilo que la conversión a moneda contemporánea fue realizada con profesionalismo y seriedad (si quiere verificar mis métodos, compruébelos usted mismo ingresando en el buscador de Google: “how much is fifty guineas in pounds?” “what is (acá inserte el número obtenido en la búsqueda anterior) pounds in dollars”). Por supuesto que la proyección inflacionaria no está contemplada (dudé mucho en si admitirle o no este detalle, pero al final pudo más mi rigor histórico), pero, como imagino usted mismo concederá: enviar doce mil dólares en un sobre de manila desde Buenos Aires hasta una isla en el Canal de la Mancha hubiera sido un disparate.

Entonces bien, ¿a qué viene este dinero que ahora, nuevamente espero, está en sus delgadas y aterciopeladas manos? ¿Cómo sé que sus manos son delgadas y aterciopeladas? Qué bueno que pregunta, le cuento: en el capítulo VIII del libro “The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman”, el autor compone una bellísima dedicatoria a esos hombres virtuosos que, preternaturalmente destinados a grandes hazañas, obras de genio y/o descubrimientos revolucionarios en las ciencias, son seducidos por sus pasatiempos más tiempo (valga la redundancia) del recomendado por las buenas costumbres, y se atrasan en su proceder hacia la gloria (a estos pasatiempos el autor los llama “hobby-horses”, equinos metafóricos a los que nos subimos a partir de un chispazo de inocua curiosidad (dígase un interés particular por la construcción de fortificaciones de guerra, el tenis de mesa, la lectura de noveluchas de ciencia ficción o, incluso, ¿por qué no?, la escritura de cartas llenas de paréntesis a desconocidos), y que, si no estamos atentos, terminan desbocados, llevándonos a todo galope fuera del sendero de nuestro oficio oficial (¡que vuelva a valer esa redundancia!) hacia el barranco de la ensoñación, la improductividad y los caprichos) de forma indefinida. Si no conoce el libro (se lo recomiendo encarecidamente, de todas maneras, adjunto las páginas a las que hago referencia para su revisión concienzuda), es probable que no sepa a quién va dirigida esta dedicatoria. Pues bien (y acá nos acercamos al porqué de este envío), ¡la dedicatoria no va dirigida a nadie! Está puesta a la venta en el capítulo siguiente al caballero que le pague al señor Dodsley (John Dodsley, legendario editor de Laurence Sterne y padre de John Dodsley, a su vez padre de Robert Dodsley, quien fue papá de Robert John Dodsley, que tuvo un hijo de nombre Charles Edward Dodsley, progenitor de Donald Dodsley, quien sería, si mis investigaciones en Geni.com son de fiar, su abuelo) cincuenta guineas en beneficio del autor y que, por supuesto, sea merecedor de tales loas y admoniciones. Debo resaltar que el autor es poco preciso a la hora de elaborar su criterio sobre el comprador meta, pretendiendo tan solo que el interesado en adquirirla sea aludido por la dedicatoria en “algún grado”, así que, salvo que usted presente alguna objeción (siendo descendiente directo y único heredero del editor con el tenor moral de llevar a cabo esta noble tarea burocrática), con este pago paso a ser oficialmente dueño de la dedicatoria. Por tanto, una vez cumplida su parte de esta gestión (esto es, el pago del dinero adjunto “al heredero o, en su defecto, al apoderado legal del patrimonio intelectual y artístico del señor Laurence Sterne”, como le mencionó al empezar esta epístola (perdone que me repita, pero como decía mi padre, lo más obvio es lo menos obvio (nunca entendí muy bien por qué mi padre le adjudicaba tanto peso retórico a esta frase pero, por las dudas, ahí la tiene))) le ruego contactar a todas las editoriales que estén por reeditar “The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman” en el mundo y les informe, como indica claramente el capítulo ocho, que deben:

  1. Suprimir el capítulo IX.
  2. Colocar en el capítulo VIII, como epígrafe, justo antes de la frase “De gustibus non est disputandum”, el siguiente texto: Este capítulo está dedicado a Andrés I. Aguilar Quesada, costarricense, lector, escritor y redactor publicitario, tenista aficionado, cuarto lugar en la Olimpiada Costarricense de Matemáticas del año 2000, que perdió muchísimo tiempo adjudicándose esta dedicatoria que pudo haber usado en algo más provechoso.

Agradeciendo de antemano su ayuda y buena disposición, se despide respetuosamente,

Andrés I. Aguilar Quesada.

 

Andrés I. Aguilar Quesada (San José, 1988), escritor y crítico de cine costarricense radicado en Buenos Aires. Publicó Sereno (La Jirafa y Yo, 2017) y es guionista y cocreador del cómic de humor negro Ornitorrenco y lo empujan y el podcast de ficción Nubenegra. Desde el 2010 se desempeña como redactor en algunas de las agencias publicitarias más importantes de la Argentina. En 2018 se editará Manicuras, su primera novela.

Postulados es la sección que recoge los textos enviados de modo espontáneo por los lectores de penúltiMa y que han sido aprobados por el equipo de la revista para ser publicados.

La pieza cuya fotografía ilustra el texto es el Kubrick’s Cube de Emmanuelle Néron, su trabajo puede disfrutarse en https://www.emmanuellaflamme.com