Especializada en publicar ensayo sin los corsés académicos, haciendo evidente las verdaderas raíces del género, que es inquieto y dúctil como pocos aunque muchos hayan podido olvidarlo, la aparición de Festina en el panorama editorial mexicano ha supuesto un acontecimiento que ya se está dejando sentir más allá de sus fronteras. Su editor, David González Tolosa, comparte algunas ideas sobre el oficio de editor en la sección Publicar.
¿Cuál será el secreto de una editorial?
El secreto precisamente: el secreto es el carburante del mito.
–Adolfo Castañón
Tengo la impresión de que cuando le cuentas a alguien –cual sea la razón– que tu trabajo es ser editor, inmediatamente lo relacionan, y sin tener certeza de cuáles son las vicisitudes del trabajo, con situaciones a las que románticamente se les ha denominado como «la vida bohemia»: bebiendo vino y teniendo las más intensas conversaciones nocturnas sobre escritores, literatura y amores, para después despertar todavía borracho e inmediatamente arrojarse al placer de la lectura desenfrenada o ir al encuentro de los amigos en algún café o bar de la ciudad y sólo para continuar con aquello que quedó inconcluso de la charla la noche anterior y así, de café en café, de libro en libro, discurrir en una vida de goce continuo.
Debo de aceptar que es una imagen seductora y que muchos de los que nos dedicamos al mundo del libro siempre tenemos la esperanza de que se convierta en realidad… hasta que llegan las cuentas, los libros por vender, los errores por enmendar y así, un sinnúmero de elementos que nos alejan de esa vida imaginada por otros y que deseamos para nosotros; así lo confiesa Marco Cassini en Erratas (Trama Editorial, 2008) al contar cómo sus expectativas al iniciar Edizioni Sur fueron modificándose al tiempo que iba desentrañando la labor de editor, sus anheladas «tardes de sofá, las noches de cenas con los escritores» se vieron sustituidas por una vida rodeada de «asesores fiscales, bancos, distribuidores [y] almacenes».
No he tenido la fortuna de convivir con muchos compañeros de oficio así que ha sido difícil para mí intercambiar impresiones con respecto a la actividad editorial de una forma constante; pero de las pocas conversaciones que he entablado con algunos miembros de las filas laborales del mundo del libro –libreros, diseñadores, portadistas, correctores, escritores, etc.–, además de mis propios intentos como editor, me queda claro que las ocupaciones en torno a la producción y circulación de lo impreso –y también lo digital– no son diferentes a otros tipos de trabajos asentados en la lógica industrial. Si existe alguna distinción no se puede encontrar en las formas en que se organiza el trabajo sino en cómo éste se experimenta; trabajar en el mundo editorial –particularmente el ser editor– implica una toma de conciencia particular que tiene su origen en el ejercicio de una ética laboral que nada tiene que ver con la «vida bohemia». No quiero decir que en la vida editorial la lectura apasionada y las charlas en cafés o bares no sean actividades que se realizan con cierta frecuencia, pero éstas no la dotan de esa mística y de su carácter tan particular; vaya, todo mundo, cual sea su oficio, si así desea puede estructurar su vida laboral y personal desde estos espacios y actividades.
Se puede decir que el trabajo de editor es un trabajo como el resto –se inserta en una lógica donde los salarios, las disputas de oficina, la generación de rendimiento y ganancias, y la cobertura de servicios específicos son los temas del día a día–; entonces, ¿por qué se le percibe desde la fascinación? Existe una razón de peso: es una ocupación directamente involucrada en la producción de objetos que permiten la circulación e intercambio de ideas y conocimientos, que incitan al debate y al cruce de perspectivas, que ayudan a forjar visiones de vida, objetos que nos permiten vincularnos directamente a nuestro pasado y sin los cuales sería difícil explicar el desarrollo del mundo en que vivimos. Por supuesto que me estoy refiriendo a los libros, esos objetos que son el epicentro de toda la actividad editorial y que con su aparición y desarrollo se introdujeron una serie de revoluciones en las formas de organizar a las sociedades occidentales –censos de población, emisión y difusión de normas y leyes, cobro de impuestos, etc.– y, más importante aún, en los modos que los individuos se plantean a sí mismos en relación a sus contemporáneos pero también en la posibilidad de construir vínculos directos con las ideas e individuos de tiempos anteriores y futuros. Con la aparición de la palabra impresa los sujetos advirtieron una posibilidad de alcanzar la inmortalidad, de escapar a la muerte, tal y como advertía Quevedo en «Desde la torre»:
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos, libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos
[…]
Las grandes almas que la muerte ausenta,
De injuria de los años, vengadora,
libra, oh, gran Josef, docta la imprenta.
El lazo entre la experiencia de la trascendentalidad y el recurso de lo impreso permeó por completo a la figura del editor; su labor no se reduce meramente a la de organizar textos en cajas tipográficas y reproducirlos con la impresión para ofrecerlos al mercado, sino también, como afirma Roger Chartier, en «volver inteligibles las herencias acumuladas y las discontinuidades fundadoras que nos han hecho lo que somos». Semejante responsabilidad convirtieron al editor en una suerte de dios Jano: dos caras en un mismo cuerpo, personalidad bifurcada que encarna dos objetivos contrapuestos y a la que se debe en gran parte, tengo la impresión, la confusión o la incomprensión sobre el oficio. Porque, ¿cómo asimilar un trabajo que se supone entregado a un quehacer casi espiritual –vinculado a la lectura como placer, a la persecución de una dimensión estética y emocional, y como diría Castañón, «a reforzar ese frágil arbusto que es el criterio, el libre albedrío y a consolidar [la] construcción de la identidad»– pero que se aboca de forma «descarada» a la generación de capital, al interés económico y a la búsqueda del éxito comercial? Esta doble naturaleza que se manifiesta en el editor, y que puede resultar conflictiva para muchos, estructura su ethos laboral que es, al mismo tiempo, la base de su mito.
Cuando escribo «ethos laboral» estoy refiriéndome a dos aspectos: por una parte, al desarrollo de una visión ética del trabajo de edición y por otra, al oficio del editor como un estado de incertidumbre. El primer aspecto va en correspondencia con la dimensión comunicativa que implica la producción de libros, de esta dimensión se desprende una de las principales obligaciones del autor: servir como puente para el diálogo, Castañón la describe de la siguiente manera: «El editor no puede nunca olvidar que está ahí para facilitar las cosas, para allanar el camino y simplificar el itinerario de los otros hacia la conversación»; el desarrollo de una ética particular en la labor editorial debe centrarse en el ejercicio comunicativo comprometido con los conocimientos e ideas que el editor tienen a su disposición –o que le interesan– planteándose las formas más adecuadas para hacerlos interactuar y dialogar entre sí, que obtengan un sentido a partir de, ya bien lo señalaba Calasso, «la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran capítulos de un único libro […] teniendo cuidado de la apariencia de cada volumen, de la manera en que es presentado […] y de cómo ese libro puede ser vendido al mayor número de lectores». Esto nos vincula directamente al segundo aspecto del ethos laboral: la edición como estado de incertidumbre. El editor no sólo se debe a sus pasiones y gustos, su labor no puede ser completamente autónoma en la medida que debe cohabitar con códigos sociales y morales, exigencias económicas e incluso, vicisitudes políticas; en suma, el editor debe atender varios frentes y variables, siempre con el temor de ya no ser dueño de sí mismo ni de su trabajo, no saber si podrá lidiar con las exigencias simultáneas o con algún desajuste que se experimente en el equilibrio que hay entre los diversos espacios donde circula el libro.
El editor es, tal y como lo describe Italo Calvino en su novela Si una noche de invierno un viajero (Ediciones Siruela, 2015) : «un organismo frágil […] basta que un punto cualquiera algo se salga de su sitio y el desorden se extiende, el caos se abre bajo nuestros pies». El oficio editorial es un oficio que basa su existencia en el desarrollo de una serie de conocimientos y prácticas que en su día a día buscan reconciliar –a veces con éxito, otras no tanto– dos visiones de mundo que son fundamentalmente opuestas; ser editor es ser capaz de imaginar y mantener un paisaje singular donde se garantice la existencia del libro como objeto de conocimiento y de beneficio económico, donde se concilie el placer de experimentar la cultura con el de su instrumentalización. El carácter de la mística de la labor del editor aparece cuando alguien, por la razón que sea, decide que producir y comercializar libros al tiempo que se contribuye con el desarrollo de conocimientos e ideas, puede ser un buen estilo de vida.
David González Tolosa (Ciudad de México, 1985). Profesor universitario y editor en Festina Publicaciones.
Publicar es una sección dedicada a unos actores fundamentales en el hecho literario: los editores. Ahora que las tecnologías digitales sirven de excusa para que los más abstrusos se atrevan a pronosticar el fin de la figura del editor toca recordar que su función es fundamental, ya que son los encargados de publicar (hacer público) un texto. El filtro necesario que suponen viene siendo atacado, precisamente, por los que menos saben del funcionamiento de un libro. Nadie se atrevería a cruzar por un puente diseñado por alguien sin un título de ingeniería o pasar por quirófano poniéndose en manos de un tornero-fresador. Ahora ya no sólo cualquiera puede ser autor, también editor, incluso de sí mismo. Por eso penúltiMa quiere dar voz y espacio a los que habitualmente quedan entre bambalinas: los editores.
La imagen que ilustra la entrada es del artista neerlandés Marius Niklas Vieth, también conocido como VICE, su página web es: http://vice.one/
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