Hace unas semanas, en el suplemento cultural Babelia de El País, Carlos García Simón publicaba una crítica sobre el disco más reciente de El Niño de Elche, que pivota en torno a la obra y figura de José Val del Omar. Tras la publicación de la misma, Lluis Alexandre Casanovas Blanco, comisario de la instalación de El Niño de Elche en el Museo Reina Sofía respondió en un artículo publicado dentro de la sección Tribuna. En la redacción de El País, de modo bastante comprensible, decidieron no continuar con el toma y daca de respuestas, pero en penúltiMa nos ha parecido que sí que era necesario dar espacio a la réplica de Carlos García Simón por tres motivos:
  1. Porque hay que alentar el debate intelectual expuesto con espacio y buenas formas frente al contexto de aceleradas opiniones en tuits carentes de la densidad y espacio para que se desarrolle un pensamiento complejo.
  2. Porque entendemos que en el diario de Miguel Yuste han obviado una regla de oro del periodismo y de la ética en su más amplio sentido, ya que tanto en la información relativa al autor del artículo de respuesta como en el cuerpo del mismo, Casanovas Blanco también obvia explicitarlo, no se dice nada acerca del interés personal del mismo en la figura de Val del Omar y su participación interesada en una exposición en torno a su figura, pagada con dineros públicos, y que, por lo tanto, puede ser objeto de cuestionamiento desde ciertas posiciones si no se aclara la supuesta «imparcialidad» ideológica del cineasta. Responder a una valoración crítica sin aclarar el interés profesional que se esconde tras la defensa del artista aludido es un gesto más que cuestionable. 
  3. Porque nos preocupa, al hilo de la respuesta de Casanovas Blanco, que interesados en la promoción de la obra de determinados autores realicen un ejercicio de Lainentralguismo al blanquear aspectos de la biografía de los artistas por los que puedan tener interés o, como es el caso, directamente se beneficien en su carrera profesional. En su mismo artículo deja claro el comisario Casanovas Blanco que hay agujeros biográficos inquietantes y llega a hablar de «esquizofrenia» ideológica. Está claro que el entorno académico sigue agarrando el rábano por las hojas para no enfrentarse a la realidad, y eso es muy molesto y, digámoslo claro, una tergiversación. La importancia de la obra de un artista va más allá de su biografía, dejen de silenciar los aspectos cuestionables de las mismas, por favor, por respeto intelectual, si no se lo tienen a sí mismos téngalo con los demás al menos.
Hasta aquí la introducción al texto, comienza aquí la réplica de Carlos García Simón.

 

José Val del Omar fue un innegable ejemplo de lucha contra la hegemonía del liberalismo. Lo muestra con bastante claridad Lluis Alexandre Casanovas Blanco en su artículo del Babelia del 30 de marzo de 2021 (réplica a otro de quien esto suscribe y del que el presente se quiere considerar respuesta). Val del Omar, pues, anticapitalista. Ahora bien, hay muchas formas de serlo. Y muchas posiciones teóricas desde las que defenderlo. Una de ellas es el socialismo. Otra es el fascismo. Una tercera, el catolicismo. Las tres son posiciones ideológicas que plantan batalla al liberalismo y a la economía política que lo sustenta, el capitalismo. Puede que choque considerar que las dos últimas sean ideologías anticapitalistas (¡incluso lo de considerar al cristianismo una ideología política que sigue moviendo ficha en el tablero de juego!), pero léase el mismo discurso de fundación de Falange (el genuino fascismo español) pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en 1933 u ojéense las encíclicas de cualquiera de los últimos veinte papas: con toda claridad se trata de posiciones firmemente anticapitalistas. Y no es de extrañar: la preocupación de cristianos y fascistas por las injusticias, las desigualdades, la avaricia o la deshumanización de la vida son claras líneas vertebrales de su ideario.

Sin embargo, no menos claras que las posiciones de ambos contra el capitalismo eran sus posiciones contra el socialismo. Por supuesto, cuando hablamos de socialismo no nos referimos a la ahora llamada socialdemocracia, sino a aquellas posiciones que defendían los intereses de la clase trabajadora, del recién nacido proletariado; es decir, básica, aunque no exclusivamente, el Partido Comunista y la AIT. Así, la Iglesia demonizó a la AIT desde el primer momento, aborreció el marxismo o, tiempo después, consideró las revoluciones rusa o alemana una reencarnación del anticristo. Por su parte, el fascismo surgió como reacción explícitamente directa al poder que tomaba el movimiento obrero organizado dentro del proletariado.

Socialismo, fascismo y cristianismo, pues, como las tres fundamentales posiciones anticapitalistas. Fascismo y cristianismo, a su vez, como dos de las tres fundamentales posiciones antisocialistas (a las que habría que sumar la socialdemocracia…). ¿Cómo es eso? Los fascistas reconocían en la clase trabajadora la fuerza más legítima de su tiempo, pero consideraban que, engañados primero por el liberalismo y luego por el socialismo, sin una tutela firme dictada desde una jerarquía apuntalada en los valores de la tradición, la necesaria revolución social se iba a ver abocada al caos. Primo de Rivera Jr. enumera en el citado discurso de fundación la interpretación materialista de la vida y la lucha de clases como los principales engaños socialistas; sin embargo, poco antes, acepta que, en su origen, el socialismo fue una “reacción legítima contra aquella esclavitud liberal”.

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Emancipación era la palabra que todos ellos utilizaban para referirse a la liberación de la esclavitud que perpetuaba el falso contrato social liberal. Sin embargo, aunque la palabra era la misma, los conceptos no. Y es que, para el socialismo, el problema del capitalismo no tenía que ver —al contrario que para la Iglesia y los fascistas— con una quiebra de valores, con una deshumanización o pérdida de una unidad espiritual de los pueblos. Para nada. Para los socialistas organizados en el movimiento obrero internacional el problema principal era la explotación, que es una estricta categoría económica que penetra y ordena a la sociedad toda. No era un problema moral, era material, no se trataba de restañar una unidad espiritual perdida ni de construir una nueva, se trataba, sencilla y llanamente, de apoyo mutuo entre un grupo de personas que sufrían las salvajes consecuencias de un modelo económico.

La emancipación para cristianos y fascistas, sin embargo, era más una cuestión de mística, es decir, de “experiencia de la vida”, por resumirlo en palabras de Raimón Pannikar, y el mito su mecanismo restañador: la revolución social tenía que traer consigo una religatio, un ligar de nuevo las voluntades del pueblo, corrompidas por el liberalismo. Y eso no se logra operando a través de argumentos o lógicas materialistas, que para ambos eran parte del problema y no de la solución. La emancipación entendida desde el punto de vista fascista y cristiano (aquí, como en muchas otras cosas, coincidentes) se opera en la psique, en el alma, lo que, volviendo al mundo del cine valdelomariano, se traduciría en el directo “diálogo con la psicología del espectador”, según la caracterización que del ‘sonido diafónico’ hace Casanovas. Sin embargo, Casanovas maneja una peculiar idea de diálogo que nada tiene que ver con la razón dialógica de Habermas o el dialogismo de Bajtin (que ya de por sí son prácticas sospechosas de final amañado). Porque lo que Val del Omar entendería por diálogo es una especie de esotérica ‘estimulación subconsciente hacia la luz’ (vid. infra), que más bien recuerda a un ejercicio de inducción bajo los efectos de la burudanga de turno.

Sin embargo, Val del Omar no maneja siquiera la categoría de diálogo. Él quiere hacer valer su sonido diafónico como herramienta para la construcción de la típica tensión fascista entre tradición y futuro, como deja claro en el siguiente texto, en el que, por cierto, también reivindica una variante propia de la ideología de la sangre y la tierra. Leamos al mismo Val del Omar:

Mediante el sonido diafónico, la criatura, espectadora de la televisión o del cinema, queda situada en la confluencia de dos vertientes, de dos manantiales que alimentan al día de su vida. Un manantial es el pasado, con sus ecos y reflejos, con las voces de la sangre que riegan su mente y mueven su corazón. Otro manantial es el futuro, que con su imantación y misterio, le induce y atrae. Esta situación se materializa situando al espectador entre dos fuentes sonoras: Una, la actual, frontal, focal y brillante, documento acústico de la realidad que la imagen le presenta; y otra, difusa, en arco inconcreto, a su espalda. Por este segundo canal, operando en la sombra, en la subconsciencia, podemos estimular a la criatura a la reacción frente a las circunstancias que luminosamente le cercan.

Cualquier individualidad le parece a Val del Omar opuesta al pensamiento crítico, como bien señala Casanovas. Solo la conexión con el pasado, con los muertos, con la tradición, permite lo que Casanovas llama la crítica pero que, visto el marco, más se parece a una heideggeriana autenticidad… Lo opuesto por completo a la crítica (T.W. Adorno dedicó un libro completo a explicarlo).

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Es normal que desde las ideologías posmodernas se vea a un místico como maestro en la lucha política. De hecho, el más explícito y desprejuiciado de los teóricos posmodernos, Ernesto Laclau, no en balde consideraba que el Maestro Eckhart es de los autores que más tiene que aportar al debate teórico actual. Desde luego, para Laclau, mucho más que Marx, al que ya daba por muerto en sus textos de finales de los setenta, en los que proponía sustituir la lucha de clases por un populismo de corte peronista.

Ninguna sorpresa, pues el rechazo a la lucha de clases es ya generalizado, incluso entre muchos a los que se señala como marxistas (y que no suelen ser otra cosa que estalinistas con estudios). Pero conviene también recordar que la lucha de clases fue la que engendró la Comuna de París, la AIT, la Revolución rusa, la alemana (con Rosa Luxemburg y los espartaquistas a la cabeza) o, tiempo después, la Revolución asturiana y los años gloriosos de la CNT y el POUM, que, por supuesto, todo izquierdista posmoderno tiene constantemente en la boca como jalones de su propia historia (una historia que se mostraría sospechosa sin esas apropiaciones) pero que están en profundo antagonismo con las ideas de un místico nacionalcatólico que anda haciendo cuentas con las “matemáticas de Dios” y que trata a las personas de “criaturas”. Por cierto, nacionalcatólico, no por sus anecdóticos cuarenta años de colaboración con la oficialidad franquista, en los que llegó a representar al régimen ante la UNESCO en 1955, como bien señala Casanovas, sino cabalmente nacionalcatólico desde su colaboración con las Misiones Pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza que, no olvidemos, son trasunto del krausismo, es decir, de una síntesis idealista (o sea, orgánica) entre cristianismo (‘misiones’) y secularización (‘pedagógicas’) ajustada a los intereses nacionales de la pequeña burguesía. Porque la Institución Libre de Enseñanza no era, para nada, lo opuesto a la democracia orgánica franquista (que tuvo, cabe recordar, como principal puntal a la ‘clase media’, que no es otra cosa que el ahormado de la pequeña burguesía a los tiempos modernos), pero sí lo completamente opuesto a la autoemancipación de la clase trabajadora que propugnaba el movimiento obrero, para el que las misas laicas o los rituales poéticos eran tonterías de niños bien.

 

Carlos García Simón (Albacete, 1980) fue licenciado en Filosofía y ahora trabaja en una librería de usado de Madrid. Eventualmente, a lo largo de los años, ha maquetado, editado, redactado, hablado, corregido, vendido, peritado auditado y editado en diversos lugares.