Hoy, Orlando Swinton está un poco más femenina de lo habitual, incluso un poco más comprometida y confesional. La ambigüedad sexual de Orlando puede llevar a mucha gente a equivocarse: no hay ambigüedad alguna en lo moral en su discurso. Ser ambiguo en las formas no implica serlo en la ética. Claro que esto es algo que mucho estúpido no comprende.
Apenas sabes nada y eres nueva en el pueblo. Aún estás colocando cada cosa en su sitio, conociendo a la gente, las calles, los rincones, solo llevas mes y medio en el colegio. Tu madre se ha apunta a clases de adultos. Dos tardes en semana la esperáis jugando en la puerta, con otros niños y niñas del pueblo. Casi ni los conoces, así que hay una mezcla de timidez y querer jugar. Aún no tienes diez años, ni siquiera sabes qué es tener la regla, qué es el sexo, el deseo, ni el acoso. Pero sí sientes el miedo, la amenaza, la injusticia, la fealdad.
Es una tarde soleada de octubre y llevas puesto un jersey verdoso de lana que ha hecho tu madre. Llevas una minifalda vaquera y unos leotardos azul marino. Te encuentras cómoda y segura, te gusta mucho esa ropa. Niños y niñas vienen y van. Todos parecen amistosos. Algunos te miran como el bicho nuevo del terrario que eres. Hay uno que destaca por ser muy grande, es más mayor. Va de listo, aunque observas que los más pequeños pasan de él. Jugáis por los montículos de tierra que hay junto a un antiguo molino, al lado de una acequia. El niño grande te llama y te dice: “¡Ven, voy a contarte algo!”. Vas, aunque no querrías ir. No lo conoces. No te gusta nada. Vas, no eres desconfiada, ni maleducada. “Mira, ven aquí”. Y vas, no quieres ser antipática. Oyes las voces a lo lejos, por encima de tu cabeza, de los que han seguido jugando, y tú estás ahí, a un lado la acequia, al otro un pasillo de ladrillo, un arco, las ruinas y el capullo este con una piedra en la mano. La mano a la altura de su cabeza. Una piedra como un puño. “Como no me dejes meter mano debajo de tu falda te tiro esta piedra”. Te lo dice varias veces, se acerca a ti, se acerca a ti, agacha su cabeza hasta tu cabeza. Lloras. De repente se oye más cerca las voces de los otros niños. Dicen tu nombre. Intuyen que algo malo está pasando. El gigante estúpido tira la piedra y sube, se va sonriente. A ti te entra un hipo horroroso cuando intentas contar lo que ha pasado. Lloras, roja, rabiosa. Te llevan los amiguitos con tu madre y subes al piso de la biblioteca que está lleno de mujeres como ella. No la encuentras. Lloras. Intentan calmarte pero sin hacerte caso, quitan hierro a lo que escuchan: niño, piedra, falda. “Anda, tonta, no llores, son cosas de niños”. Todas dicen lo mismo, todas las mujeres. Cuando llegas a tu madre, tú misma le quitas hierro, “un niño quería pegarme”. “No te preocupes, deja de llorar, que son cosas de niños”.
Hola, Orlando:
Me quedé ayer con el runrún de nuestra conversación sobre los micromachismos (a propósito del vídeo de eldiario.es) y con el eco de esa pregunta que me hiciste, no sé si retórica o no. ¿En realidad te interesa saber por qué casi nunca llevo falda? Digo casi, aunque hubo un tiempo, largo, en el que nunca llevaba y en el que tampoco usaba escotes, tirantes, ni vestidos.
Porque micromachismos hay, pero entre estas acciones y las agresiones de acoso violento hay otros tipos de acoso que son tremendos. Todo son agresiones en menor o mayor escala y tiene, creo, que ver con la educación de “el más fuerte” que se da a los niños desde pequeños. Aprovecharse de otros a través de sus puntos débiles.
Hace mucho que me hice a mí misma esa pregunta sobre la forma de vestir. Escarbé y escarbé. Hallé, creo, la respuesta en un recuerdo de infancia, en uno de esos incidentes que se te quedan grabados, aunque no querrías. Es decir, tardé bastante tiempo en hilar el incidente con su consecuencia, esta forma de vestir tan masculina.
A veces he pensado si estas mujeres no me hicieron caso, banalizando el asunto, por no sentir puro pánico, ese que te abre las venas, el pánico que solo las madres y padres sienten cuando sus hijos pueden estar en peligro.
Me da un poco de risa histérica escribir esto. Y ganas de vomitar todavía. Y sé que como yo hay muchas niñas que sufrieron diferentes tipos de acoso. Porque para mí solo la expectativa de sufrirlo ya lo es. No solo hay que hablar de respeto al prójimo, hay que obligar a tenerlo. Hay que ayudar a desarrollar una mejor inteligencia emocional, dar educación sentimental. En general las chicas somos más aficionadas a la ficción sentimental, romántica, y creo que esto nos da una ventaja abismal a la hora de saber tratar, sentir, amar y empatizar. Esta es mi opinión.
Lo que pasó lo puedes resumir en “un chico con una piedra intentó -aunque no lo hizo- meterte mano”. Pero te adelanto que será una simplificación injusta y contribuirás, como aquellas mujeres, a banalizarlo.
Aquel imbécil gigante, hijo de puta, me esperó muchas veces en la puerta del colegio. Con su bici me seguía. Me adelantaba, me rodeaba en círculos. Yo callaba, miraba al frente sin parar de caminar. ¡Tenía miedo, terror!
Un día un amigo de mi hermano presenció esta escena, le llamó la atención, le dijo que se fuera, y así hizo. Luego se lo contó a mi hermano, mi hermano se lo contó a mi padre y mi padre cuando lo vio le agarró del brazo y le dijo que como me volviera a molestar le metía una hostia que desaparecía del mapa. Yo vi esto de lejos, con miedo. Era de noche y todos íbamos al baile del pueblo.
¿Por qué tuvo que haber tres hombres que por mí hablaran? Esto aún no lo entiendo. ¿Qué clase de gilipollas era yo de niña?
Aquella época fue un horror. Mi deseo era no llamar la atención, ser invisible muchas veces. Sentí pronto que la ropa que te ponías te enfocaba más o menos en la imagen. Elegí ponerme al fondo, borrosa, anodina.
De micromachismos te puedo contar una cuantas, como todas las mujeres. Y poder escribir esta frase es sencillamente una lacra que sufrimos y no digo esta sociedad, es una condena que sufre la mujer por parte de la otra mitad de la sociedad.
No sé, y tú ¿qué opinas?
Gracias por escucharme y leerme.

Orlando Swinton (Sevilla, 1976) es el pseudónimo de alguien que esconde cierta timidez, a la vez que una persona que querría desterrar cualquier prejuicio de género, incluso cree que aún puede vivir 400 años. A pesar de esta fantástica idea, a veces tiene los pies en la tierra donde estudió filología, después vendió libros, ahora hace libros y sueña con escribir alguno. De fondo, escucha música constantemente, y cuando es jazz piensa que se inspira mejor.
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