Esta bitácora se publicó dentro del libro Dos islas (Séxtasis ediciones), escrito a cuatro manos a Sesi García, que apenas circuló debido a su limitadísima tirada. Está pendiente de una futura reimpresión, pero mientras tanto los lectores de penúltiMa pueden transitar por Cuba de la mano de María Cabrera.

 

13 de septiembre
Él escribe en su cuaderno, lo estrena. Yo lo miro aún con sueño. Me resulta extraño referirme a él de forma distante: «él». Es la primera vez que hacemos un viaje tan largo y esto nos hace tomar distancia, también, entre nosotros.

Armando nos espera en el aeropuerto y los tres recogemos a su mujer, Xiomara, en el pueblo de su madre: aprovecha el itinerario para visitarla. Vivimos en la casa roja de la calle 17 del Vedado. La retina se acostumbra enseguida a mirar el nuevo hogar. Caminamos hasta el Malecón, entre columnas y balconadas de antiguas casas coloniales. ¡Tenemos tantas ganas de retratar lo que vemos! Justo debajo de nuestra casa está la pizzería del callejón; por lo que observamos es una de las más activas del barrio. Suben los olores. Cenamos ahí.

14 de septiembre
La mañana comienza con café solo. Mi propósito es tomarlo solo a partir de ahora. Él va a dejar de fumar. También tomamos jugo de papaya, fruta bomba le dicen. Hay cola en el banco para cambiar en CUC y en CUP. Armando y Xiomara nos acercan en coche hasta La Habana Vieja. Según la guía se divide en dos zonas. La B, donde hay menos turistas, es por la que andamos descubriendo comercios casi inexistentes, la Plaza de las Palomas (San Francisco de Asís) y la Plaza Vieja.

15 de septiembre
Leemos en uno de los paneles explicativos del Memorial de José Martí: «Ya estoy todos los días en peligro». El nuestro llega al constatar que nos han devuelto mal el cambio tras la adquisición de unas cervezas y que la señora, al decírselo, nos confirme que el precio es ahora otro al que nos había indicado previamente. La estafa y el enfado tienen algo de burgués. A mi hermano lo atracaron hace unos meses en Tanzania; la escena tuvo entonces un carácter más violento, pero, al contármelo, afirmaba que le había parecido bien, que en un país africano aquellos negros se lo cobraran al blanco que él era. Al fin y al cabo, somos lo que representamos. Nos movemos en la escala de la unidad humana. A veces no encontramos otra manera de pedir cuentas más justas. A nuestro lado descansan algunos turistas más rubios que nosotros y de frente el Che, «Hasta la victoria siempre».

En el hotel Nacional, que data de 1930, el único lujo ostentoso que vemos es el de los turistas que se hospedan allí: una clase social que se mueve por la ciudad en chevrolet antiguos. El edificio es la fortaleza que esconde la riqueza de un país que carece de ella.

16 de septiembre
La luz va cambiando sobre el Malecón como en una serie impresionista. Todo lo que vemos, nos dice el camarero que se parece a Obama, fue construido por los americanos antes de la Revolución: el edificio Fucsa, el hotel Emperador, el banco que ahora es un hospital. También nos dice que trató de salir por mar tres veces, y que parezco cubana. El sueño de este hombre es que Cuba hubiese sido la Suiza de EE. UU. Aunque truncado, no conozco a nadie que renuncie a soñar.

Desde aquí hay una amplia vista de la bahía. Los turistas pasean. A veces, nosotros también los miramos con asombro. Llaman la atención en el paisaje urbano. El cielo se ha nublado y los relámpagos, al fondo de la ciudad, en esta sobremesa de estómagos llenos, nos permiten escapar un poco del presente y pensar, acaso, en tormentas futuras.

17 de septiembre
«Vivo de mis viajes —nos cuenta un nativo—. Voy a Trinidad tres días, soy de allí, duermo en casa de mis padres y como por mi cuenta ­—les cobra 180, 200 CUC—, les hago de guía por ver esto y lo otro. Les llevo donde quieran: Viñales, Pinar del Río, Matanzas. Si quieren ir a Varadero, o a Playas del Este que está más cerca, vamos mi mujer y yo; nos bañamos y comemos por nuestra cuenta, y luego los recojo.»

Nos lleva. El calor aprieta. La piel va oscureciéndose, como esos cambios imperceptibles (el crecimiento de una planta, la abertura de una flor con la luz, el movimiento…). En el agua se baña una pareja de esas. A ella la he visto sonreír. A él no puedo mirarlo. Fuera del mar todo es más agrio. Las jineteras —aquí las llaman así— acompañan a viejos que no tienen nombre. Los hemos visto desde que llegamos: ellas los miran, los hablan y los sonríen solo cuando es imprescindible hacerlo, con ellos beben y descansan en los bares.

18 de septiembre
Tomamos jugo de guayaba, café solo y huevos revueltos. Tras cinco días en La Habana nos vamos a Trinidad. Es la primera vez que cogemos el ómnibus. Hay uno para turistas y otro para cubanos. También hay casas particulares para turistas que rentan en divisa y otras para los isleños que lo hacen en moneda nacional. Las calles tienen dos nombres, las ciudades dos historias, las personas, al menos, dos vidas. Dos monedas, dos Guerras de la Independencia, dos gardenias, dos islas. Los prietos y los blancos. Los compradores y los vendedores (la antigua prohibición de comprar y de vender). El antes y el después de una Revolución.

Nos ofrecen Granma, tabaco, taxi con insistencia, pero no me queda claro que la realidad sea la que vemos; es fácil entender que la oferta que nos hacen sea superior a la demanda que hacemos de ella. A la inversa, descompensando aún más la balanza, su demanda de lo que aquí existe —hay productos que solo se consiguen en la divisa convertible CUC, veinticinco veces el valor del peso cubano— supera con creces nuestra inexistente oferta.

19 de septiembre
Al ir recorriendo la isla vamos perdiendo la cuenta de los días. El tiempo se dilata entre trayectos. Es sábado en Trinidad, ciudad de quinientos años. Él fuma su Romeo y Julieta. Bebemos cerveza a las doce de la mañana. Tomamos canchánchara, un aguardiente con limón y miel. Mojitos, cubalibres, daiquiris y piñas coladas. Comemos arroz con frijoles, viandas (boniato, calabaza), ensalada de aguacate y pepino, sopa de tamales y ropa vieja. Desde la terraza se escucha música en el bar cercano y algunos trabajadores ejercen su actividad diaria; constatamos que la compañía, de haberla, sería la de otros turistas. Este pasar de las cosas me recuerda a una película. Lo único que tenemos que hacer es coger la palma y darnos aire, tocarnos de vez en cuando, acordarnos de aquel romanticismo previo.

20 de septiembre
No solo hemos llegado a otro lugar, sino a un tiempo distinto. En Camagüey, ciudad de las iglesias y de Nicolás Guillén, nos recibe un aguacero y un señor mayor, de padre asturiano, que se confiesa enamorado de esta ciudad. Hacía meses que no llovía, nos dice. En la casa de Elsa ven el fútbol y se esconde un drama familiar. Quedamos empapados en un estado interior, nos sentamos a escribir de nuevo. ¿Si no podemos conocer la ciudad, qué hacemos aquí? Él escribe su poema diario, yo anoto algo en mi cuaderno. Elsa nos saca de nuestra desorientación y nos incita a salir; ya ha escampado. Nos indica lo que hay que ver y nos espera para cenar. Es nuestra madre en Camagüey. Su hija murió en un accidente. Nos enseña las fotos. El yerno y su nieto mayor también murieron. Solo le queda el pequeño, que se quedó con ella. Estas casas son inmensas, llenas de tinajones. Estamos a las puertas de Oriente, en esta ciudad de una tarde. En la calle los niños juegan a la pelota, como en otro tiempo anterior a este. En las plazas de abajo, la del Carmen y San Juan de Dios, nadie nos llama ni repara en nosotros. El final de la lluvia siempre deja instalada cierta paz iniciática. Por decoro, tratamos de no ser indiscretos con la vida cotidiana que va retomándose, mágicamente, ante nosotros —ser turista es perverso si una lo piensa, si se pone, de una vez, en la piel del otro: nadie quiere ser presa de esta curiosidad voraz—. Podemos perdernos, callejear con la ilusión de seres anónimos. Llegamos al centro, tomamos un helado y sonreímos porque podemos pagarlo en moneda nacional.

21 de septiembre
Un cartel en la estación con la proclama: «Orgullo de nuestra obra». En mi afán viajero, toda observación fugaz de lo que veo en estas ciudades se traduce en comportamiento y realidad locales cuando pudieran tratarse de meras excepciones, lo que me hace confirmar, algo a la ligera, que los perros aquí son callejeros y los gatos domésticos. Las comidas, iguales. Los cubanos no tan alegres. Nosotros, los yumas. Las ciudades coloreadas.

Después de sufrir retraso del ómnibus por los traslados a Holguín de fieles que van a ver al papa —quien campa por la isla como nosotros—, llegamos por fin a unas calles estrechas y alargadas a releer el poema de Lorca. Nos hemos adentrado tanto en Oriente que no sabemos cómo regresar, solo nos vamos alejando. De momento, tiene algo de hermoso alcanzar el fin del mundo, ese que descubrió Colón y que ha quedado, como casi todo lo primero, escondido, enterrado con lo que llega después. Ese punto de desembarco fue Baracoa. Imaginamos la ciudad como habríamos de imaginar, meses antes, toda la isla de Cuba. El recepcionista de un hotel nos mira desesperados buscar conexión a internet para encontrar la mejor manera de regresar a La Habana. No es tarea sencilla, con las agencias y el aeropuerto cerrados. Esto no deja de ser una isla, nos dice. Qué bonita se ve por fuera… Los ciudadanos pasean por las calles y comen helados. Todo tiene un halo triste y familiar. Es día festivo en Santiago.

22 de septiembre
Un mojito y un daiquiri en la terraza del hotel Granda, frente a la catedral, aplacan la sensación de mareo que dan 37 º y humedad. A mediodía, por fin, permiten el acceso al Parque Céspedes, donde estamos junto a la prensa internacional, que almuerza antes de regresar a sus países. El papa se ha ido. Abren las calles al tráfico, quitan vallas, arrancan las unidades móviles de la televisión cubana, retiran las sillas donde escasos invitados han logrado ver lo que nosotros, desde otro hotel, seguimos retransmitido por la televisión nacional. Salen fletados autobuses de vuelta, con turistas y ciudadanos de las provincias cercanas. Queda ondeando un cartel, que reza: «Bienvenido a Cuba. Bendice nuestras familias, Papa Francisco. 22 septiembre 2015. Misionero de la Misericordia».

Creo que finalmente estamos haciendo el viaje que queremos. A la tarde, nos adentramos en Sierra Maestra y en las historias de esas montañas claras, que ya se suman a nuestro equipaje al lado de aquellas otras que nos fueron contando. Al recibirlas, van conformando un país de nombres propios para nosotros.

 23 de septiembre
Baracoa es un lugar entre montañas que mira al mar. No sé qué pasa en esta isla con el deseo, el de los isleños —intimar es asunto delicado—, pero, al acercarme al final, he entendido cómo funcionan algunas cosas aquí, algunas ideas, algunas traducciones, como si habláramos, a veces, una lengua distinta. Y una se queda en silencio, sin saber qué añadir. Podría dejar de escribir a tres días de irnos, y, sin embargo, son bonitos también los poemas finales. Podría quedarme en esta azotea, bañarme en estas dos aguas los siguientes tres días, las montañas atrás en un abrazo, mirando hacia adelante, casa, eso. Nos gusta querernos. Ahora, también, empezamos a recuperarnos.

24 de septiembre
Llegamos a Cuba hace once días. Desde nuestra azotea miramos la ciudad igual que desde un barco, lo que no deja de ser curioso dado el carácter de isla. La vista alcanza y recorta las terrazas de barandillas pintadas de naranja, verde, azul, rojo, ropa tendida, sillas y trastos y palmeras, cocoteros, plataneros que crecen por encima de las casas, y entre ellos cables del tendido eléctrico, tanques de agua, perros y personas por los tejados. Cae algo de lluvia. Sonidos animales en primer plano. Voces en las calles que, desde arriba, no alcanzamos a ver. Como si solo fuéramos capaces de asomarnos a la superficie, la primera capa. Pero a veces, también, lo preferimos: estar en la terraza, que la brisa llegue directa del mar, el descanso. Las calles quedan para más tarde.

Por ellas nos van saludando, también, quienes ya conocemos. La chica que nos atendió anoche en la cena cursa tercero de pre en la escuela nocturna y quiere optar a una carrera de la salud. Aquí hay muchos médicos. Dicen que son muy buenos, creativos y que saben improvisar; es decir, tratar con escasos medios y recursos los casos a los que se enfrentan.

 25 de septiembre
Es un gusto verlos en sus quehaceres. Conversar enredados en palabras y gestos, a lo largo de la calle principal, acerca de la iglesia o la actuación de un vecino. La patria cobra sentido y significado ciudadanos.

Los del CDR deben haber vigilado nuestra llegada porque si no, no se explica por qué nos piden religiosamente pasaportes y visas para dar cuentas a un estado que, por otro lado, no se manifiesta públicamente —a excepción de lemas y mensajes televisados, radiados, escritos y publicados en casi cualquier rincón—, si no es para pedir su parte de nuestra estancia, desayuno y cena de una jornada en esta casa. Lo que sí nos han contado, de cara a la vida privada cubana, es la intervención estatal en los servicios básicos como la casa, la luz, el agua, el gas y la cartilla, así como ser el dueño de todos los restaurantes, hoteles y vacas, y en este sentido pareciera que incluso de los propios ciudadanos.

26 de septiembre
¿Cuánto de cada cosa es necesario? ¿Cuántas dotaciones de bomberos para una ciudad de 80.000 habitantes? ¿Cuántas botellas de agua en un restaurante, cuántos platos en la carta? ¿Cuántas empresas privadas, de cuántas cosas? ¿Cuántos filtros para el agua contaminada tras el huracán Sandy? ¿Cuántos medicamentos, cargos públicos, vendedores de fruta, compradores de artesanía, taxistas, hosteleros, socorristas en una playa desierta? ¿Cuántos hombres y mujeres necesitando cuánto? ¿Cuántos baños en el mar, cuánto te quiero? ¿Cuántos líderes, cuántas delegaciones del CDR, cuántos carteles del Che, cuántas frases de hace cuánto? ¿Cuántos libros, cuántos grupos de música diferentes? ¿Cuánto consumimos, cuánto poseemos? ¿Cuántas horas más en este autobús de veinte horas? ¿Cuántos ricos y cuántos pobres? ¿Cuánto descubierto, cuánto escondido en cuántos lugares? ¿Cuántos hoteles, restaurantes para cuántos turistas? ¿Cuánta lealtad, veneración por la luz, el gas, el agua, las grandes operaciones de corazón y la educación primaria?

27 de septiembre
Jaylin, músico y musa, vende ropa en una boutique. Una vez tuvo unos amigos extranjeros a pesar de que ella no parece jinetera. No le gustaría dejar Trinidad pero su marido quiere volver al pueblo donde crecieron. Rubén, primo de rastafaris, sabe liar nuestros cigarros enanos. Criador de gorrinos en la montaña, hijo de periodista, está agradecido a la Revolución. Rafael, que nos habla de España y nos lleva a conocer a Mildo, su maestro de pintura, y compartimos el caer de la tarde y un racimo de uvas. Todos ellos imaginan cómo hemos vivido nuestro viaje y al hacerlo, ese reconocimiento que a veces hemos sentido que faltaba, vuelve, y con él, la reconciliación. Las personas mayores, por su parte, parecen haber logrado el sosiego con el paso del tiempo, y si alguna vez pensaron en irse de un lugar así (quién no piensa a veces en escapar de lo que tiene) ya no quieren; ellos tuvieron que adaptarse a realidades que, aunque nos empeñemos en negarlo, tiene la vida, innata, en todas partes.

En nuestra última conversación en La Habana nos cuentan que la canasta básica (cartilla de racionamiento) les brinda cada nueve días una libra de pollo por persona, nunca res. No alcanza, dicen, al menos lo dicen. «Aquí viene una mujer de Pinar del Río que si la pillan la meten presa, con la carne. Matan las vacas a escondidas en los pueblos porque son del estado y está prohibido matarlas para poder comer.» Huevos, pienso para mí, sí que se ven en manos cubanas —quizá por ser algo más incontable, aunque es sabido que, de media, la gallina pone uno al día—. Me gusta pensar que en este sentido se han relajado algo las cosas. A estos huevos blancos los llamaron, durante mucho tiempo, salvavidas.

María Cabrera

María Cabrera (Madrid, 1985), ha publicado el poemario La habitación del agua (2014). Además ha escrito dos obras de teatro por encargo: Despertamos (2012) y una versión de La dama de las camelias (Premio Público de Chiclana al mejor espectáculo del año 2013). Obtuvo el primer premio de poesía «Albacete Joven 2013» y «Ateneo La Laguna 2012». En breve aparecerá en el sello Caballo de Troya su primera novela.

Periplo es una sección dedicada a los diarios, crónicas, memorias relacionadas con viajes. La escritura, y la lectura, son de por sí viajes. No puede ser visto como algo  casual que la literatura pueda ser directamente metaforizada como un viaje. O que el viaje pueda ser interpretado como literatura. En el mundo actual, pese a los flujos constantes de información y lo voluble del presente virtual somos más sedentarios que nunca, y el viaje se ha investido como nunca de un aura lírica muy diferente a la de los tintes de aventura de todo trayecto en el pasado. Periplo puede albergar una vuelta alrededor del mundo o una vuelta alrededor de un cuarto. Pero, ya sea un viaje en metro o uno en avión, el lector se desplaza junto al autor línea tras línea del texto.
La fotografía que ilustra el diario de viaje es una de las instantáneas en las que Alberto Korda inmortalizó las Escuelas de Arte del arquitecto Ricardo Porro.