La editorial Ampersand lanza una verdadera delicatessen para lectores acendrados: Citas de lectura de Sylvia Molloy, donde con su agudeza habitual revisa su autobiografía lectora, que atraviesa experiencias íntimas y comentarios sobre libros reputadísimos. Es una verdadera alegría poder compartir con los lectura de penúltiMa uno de los textos que componen el libro.

 

Hacia el final de mis estudios secundarios llegó el momento de decidir qué carrera iba a seguir. Estaba convencida de que quería estudiar medicina: la fantasía se había vuelto vocación después de un experimento en clase de zoología en la que me había tocado disecar una ranita muy linda, muy verde. (El hecho de que después de dicha operación no supe qué hacer con la ranita cuyo corazón seguía latiendo y terminé pinchándoselo con el bisturí para que se muriera de una vez no pareció impresionarme adversamente: iba a ser cirujana.) Pero también me tentaba la arquitectura o alguna carrera de diseño. Las opciones no podían ser más distintas y a mi madre ninguna le pareció buena. Desechó las dos últimas con gesto desdeñoso, te gustará dibujar pero tus dibujos son bastante mamarrachientos. En cuanto a la primera, le pareció más respetable pero igualmente desechable por otras razones: no podés ocuparte de un marido e hijos y a la vez ser cirujana, mejor estudiá química y te buscás un trabajo de medio día.

Mi paso por la Facultad de Ciencias Exactas fue breve. El primer mes dejé caer una gota de bromo de una probeta sobre el dorso de la mano derecha que me dejó una cicatriz que aún tengo. En el tercer mes, dos días después de un parcial, me llamó el jefe de trabajos prácticos a su oficina: “Se sacó la mejor nota, Molloy, pero usted no está contenta aquí”, me dijo. “Además la veo siempre con un libro a cuestas, ¿qué está leyendo ahora?” “El rojo y el negro”, aventuré turbada. “A mí me gusta más La cartuja de Parma”, me contestó. Y luego: “¿Por qué no se va, Molloy?” Pensé: me está dando permiso para irme. Pensé: a este hombre le pasó algo parecido pero no le dieron permiso. Pensé: quiero explicarle por qué me gusta más El rojo y el negro. Pero solo atiné a darle las gracias y a salir del despacho.

En el camino de vuelta a casa me invadió el miedo: qué iban a decir mis padres. Ante mi sorpresa no se inmutaron y aceptaron el consejo del jefe de trabajos prácticos a quien agradezco mentalmente hasta el día de hoy. Se llamaba Héctor Pozzi. A la semana quedó claro que estudiaría literatura. No miré nunca para atrás.

De vez en cuando miro la cicatriz que me dejó en la mano derecha la gota de bromo. Casi un trofeo de guerra.

Sylvia Molloy

Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1938) es autora de un puñado de libros que navegan entre géneros. En algunos casos pueden leerse como más inequívocamente ensayísticos, caso de Las letras de Borges o de Poses fin de siglo, y otras como clasificables ortodoxamente dentro de la narrativa, como En breve cárcelEl común olvido. En fechas más recientes ha comenzado a hilvanar con textos como Desarticulaciones o Vivir entre lenguas libros que son fragmentarios sólo en lo formal, para evidenciar una unidad evidente cuando uno transita por ellos. Son, además, libros que aúnan lo narrativo y lo ensayístico, encarnando así la invaluable labor de Molloy como académica y crítica, capaz de fundir tendencias y exaltar aspectos marginados de la literatura con una brillantez poco común. Nadie que atraviesa un libro de Molloy sale incólume de la experiencia.

Preliminares es la sección donde anticipamos libros que se publicarán en breve, Adelantos que sirven como Preliminares del gozoso acto de encuentro con los lectores en forma de libro, donde la experiencia de lectura se torna verdaderamente material.

La imagen, para muchos conocida, que ilustra la entrada es obra de Alice Austen, pionera de la fotografía que, entre otros méritos, visibilizó la homosexualidad femenina en el medio y la sociedad de su época.