Este texto, publicado por vez primera el 19 de marzo de 2005, es uno de los ejemplos modélicos de la capacidad silogística de Aira y de los mecanismos de su escritura ensayística: va repasando una serie de afirmaciones, de lugares comunes establecidos en torno a la figura de un autor, Verne en este caso, para demolerlos, y de ese modo mostrar los procedimientos que sigue el ecosistema cultural para generar sus mitos, siempre alejados de todo criterio intelectual y más apegados a voluntades e intereses que poco, o nada, tienen que ver, paradójicamente, con la cultura. Una delicia de la que no se deben privar.

 

¿Cómo puede ser que un modesto tendero de las letras se haya vuelto un clásico y se celebren sus centenarios y proliferen las biografías y estudios y se publiquen hasta sus borradores? ¿Tan acogedora es la literatura? ¿Tan indiferente a los méritos? Nadie se hace estas preguntas, y todos las responden con una tácita presuposición de antigüedad, de primitivismo, que vuelven a Verne en el inconsciente colectivo un escritor auroral, una especie de Homero de la novela. Pero las fechas lo ubican no entre los primeros sino entre los últimos y definitivos novelistas. El año que salía a la venta Veinte mil leguas de viaje submarino era el año de la publicación de La educación sentimental y La guerra y la paz. Y su obra, gracias a la laboriosidad póstuma de su hijo, se extendió hasta la época de Proust y Kafka.

¿O habrá que concluir que la literatura es traicionada sistemáticamente por su historia? Pero las fechas en el caso de Julio Verne son un detalle marginal. Sus novelas han llegado a funcionar como formaciones naturales, como montañas, mares y bosques de la literatura, paisajes que no están en la historia sino en la historia vital de cada lector. Se diría que Verne es un fenómeno de la recepción, o en términos menos académicos, de la lectura. Su aprendizaje lo hizo en el teatro (escribió y estrenó una docena de obras antes de empezar con las novelas), y el teatro era recepción pura e inmediata. Al pasar a la novela, y para recuperar la inmediatez de la respuesta, Verne recurrió al anacronismo biográfico del lector.

Con frecuencia, por no decir casi siempre, la lectura de sus libros se hace difícil de sobrellevar. Es preciso saltearse páginas, capítulos enteros, fatigosos rellenos de descripciones topográficas o turísticas, empalagosas escenas familiares, explicaciones innecesarias, desmesuradas preparaciones de lo previsible… No obstante, esos saltos tienen cierto encanto nostálgico porque mientras salta, el lector está pensando: «Todo esto yo lo leía línea por línea, religiosamente, cuando era chico, y me lo creía todo». Lo que creía, según la conjetura autobiográfica, es que estaba frente a la literatura; y nunca terminará de convencerse de que era un error, porque está convencido de antemano de que con Verne adquirió el hábito de la lectura, que lo llevó a los libros buenos de verdad. Todos necesitamos una historia, y el comienzo de una historia no puede ser menos verdadero que su desenlace.

Claro que esos saltos son virtuales, porque no hay muchos lectores serios que lean a Julio Verne. En general, a Verne no se lo lee sino que se lo ha leído. El recuerdo, que también suele ser recuerdo virtual, simplifica el torpe fárrago y uno se queda con la fórmula de la aventura.

La fórmula que acuña el olvido del lector es más o menos la misma fórmula con la que empezó el autor. De una a otra, se elimina piadosamente el laborioso desarrollo novelístico, es decir la escritura, con lo que Verne queda entero en el campo de la lectura.

En realidad, nadie dijo que los libros de Julio Verne pretendieran ser novelas. Son más bien guiones para fantaseos infantiles, fórmulas de ensoñación. Ahí hay una economía que podemos admirar, y nos preguntamos si no habremos equivocado el camino en algún punto. En 1869, cuando se publicaban La educación sentimental y La guerra y la paz, terminaba una década que Flaubert y Tolstói habían dedicado íntegramente a escribir sus respectivas novelas, y en el mismo lapso Verne había escrito y publicado quince, entre ellas varias de las más exitosas. La liviandad veloz y eficaz de la fórmula se alza con una sonrisa de triunfo frente al esfuerzo sobrehumano con el que terminó identificándose la literatura.

Por supuesto, hay un argumento contundente: iban dirigidas a públicos diferentes. Las de Verne estaban explícitamente destinadas a «la juventud». Pero no es tan seguro que los niños o adolescentes hayan gozado o soñado tanto con sus libros. En ese punto, hay que creer en los testimonios de los lectores adultos, en sus recuerdos; y nunca estaría tan justificado como aquí el dogma freudiano de que todo recuerdo es encubridor. Lo único comprobable es el hecho de que los lectores necesitan un mito de origen, para su pasión de lectores. A todo lo largo del siglo XX, ese mito ha tenido en Julio Verne su figura más concurrida.

Si un mito funciona, tiene la ventaja de que no es necesario ir a ver. A Verne no es necesario releerlo, y ni siquiera leerlo.

En cuanto a los críticos, tienen muchos motivos para ocuparse de Verne a despecho de la calidad. Les da la ocasión de escribir de un modo inventivo y poético, como sería peligroso hacerlo sobre un buen escritor. Es que con Verne no hay un texto que pueda desmentirlos, hay sólo fórmulas, células míticas a partir de las cuales la pluma puede ir rápido y lejos.

Otro motivo de atracción para críticos es su carácter sintomático, su ingenuidad para consigo mismo. El burgués europeo de la expansión colonialista, al que Verne representa con la fidelidad de un ejemplo de manual, tuvo una seguridad en la solidez universal de su pensamiento y acción como no la tuvo nadie antes ni después.

Esa seguridad tuvo como pilar la ciencia, a la que Verne recurrió como almacén temático y también como ideología de un positivismo optimista que apelaba al progreso y a la historia. Pero, fiel al anacronismo que lo constituye, la ciencia verniana es doméstica, recreativa, adánica, eternamente primitiva. Los vehículos, personajes, invenciones y utopías que pueblan sus novelas expresan la convicción de que la ciencia de su época ha realizado el futuro y la civilización ha llegado a un grado de perfección insuperable. La ciencia se volvió en sus libros la ciencia de la lectura. Era el presente, y sigue siéndolo en el mito personal del lector.

 

César Aira nació en Pringles el 23 de febrero de 1949. Publicó: Moreira, 1975; Ema, la cautiva, 1981; La luz argentina, 1983; El vestido rosa. Las ovejas, 1984; Canto castrato, 1984;Una novela china, 1987; El Bautismo, 1990; Los Fantasmas, 1991; La Liebre, 1991; Copi, 1991; Nouvelles impressions du Petit Maroc, 1991; Embalse, 1992; La Prueba, 1992; El Volante, 1992; El Llanto, 1992; Cómo me hice monja, 1993; Madre e Hijo, 1993; La Guerra de los Gimnasios, 1993; Diario de la Hepatitis, 1993; La Costurera y el viento, 1994; Los Misterios de Rosario, 1994; El infinito, 1994; La Fuente, 1995; Los dos payasos, 1995; La Abeja, 1996; El Mensajero, 1996; La Serpiente, 1997; Dante y Reina, 1997; El congreso de literatura, 1997; Duchamp en México/La Broma/Taxol, 1997; La Mendiga, 1998; El Sueño, 1998; La Trompeta de mimbre, 1998; Las Curas milagrosas del Doctor Aira, 1998; Alejandra Pizarnik, 1998; Haikus, 1999; Un episodio en la vida del pintor viajero, 2000; El juego de los mundos, 2000; La Villa, 2001; Las tres fechas, 2001; Un sueño realizado, 2001; Cumpleaños, 2001; Alejandra Pizarnik (biografía), 2001; Diccionario de Autores Latinoamericanos, 2001; La pastilla de hormona, 2002; El mago, 2002; Fragmentos de un diario en los Alpes, 2002; Varamo, 2002; El Tilo, 2003; Mil gotas, 2003; La princesa Primavera, 2003; El Todo que surca la Nada, 2003; El cerebro musical, 2004;Yo era una chica moderna, 2004; Las noches de Flores, 2004; Edward Lear, 2004; Yo era una niña de siete años, 2005; Cómo me reí, 2005; El pequeño monje budista, 2006; Parménides, 2006; La cena, 2006; La vida nueva, 2007; Picasso, 2007; Las conversaciones, 2007; Las aventuras de Barbaverde, 2008; La confesión, 2009; El Té de Dios, 2010; Yo era una mujer casada, 2010; El Divorcio, 2010; El error, 2010; El Perro, 2010; El mármol, 2011; Festival, 2011; El criminal y el dibujante, 2011; En el café, 2011; Los dos hombres, 2011; El náufrago, 2011; Entre los indios, 2012; Relatos reunidos, 2013; El ilustre mago, 2013; Actos de caridad, 2013; El testamento del Mago Tenor, 2013; Tres relatos pringlenses, 2013; Actos de caridad, 2013; Margarita (un recuerdo), 2013; Continuación de ideas diversas, 2014; Artforum, 2014; Triano, 2014; Biografía, 2014; El santo, 2015; La invención del tren fantasma, 2015; Sobre el arte contemporáneo, 2016, El cerebro musical, 2016; Una aventura, 2017;  Saltó al otro lado, 2017; Evasión y otros ensayos, 2017; Eterna juventud, 2017;  El gran misterio, 2018; Prins, 2018; Un filósofo, 2018; El presidente, 2019; Pinceladas musicales, 2019; Fulgentius, 2020; Lugones, 2020; El pelícano, 2020.