Uno de los fotógrafos más importantes de la Historia, un fotógrafo de una fotografía anterior a la de nuestro mundo actual, acuñó un término exitoso, productivo y, sobre todo, espléndido: «el instante decisivo». Cuando Cartier-Bresson se refería de él hablaba de una capacidad entrenada pero infrecuente que permitía a ciertos fotógrafos tener la capacidad de fijar el presente, de generar una realidad nueva e invisible a partir a la mirada que, solo mediante el artificio mecánico de una cámara, quedaba fijada y se tornaba, por eso, visible, real, más tangible si cabe que la realidad. La fotografía de hoy, como ha dejado claro ya bastante bien explicado Joan Fontcuberta, no está ya más atada a esa particularidad mecánica y los programas de retoque digital la ubican en un terreno más cercano a la pintura que a la fotografía analógica con la que crecimos. Pero, lo que no deja de ser curioso, nuestra relación con ese arte, sigue atado a la idea de la imagen fotográfica como imagen de lo real, fijación del devenir temporal y espacio para la reflexión en torno a lo sucedido. Como sucede con este capítulo de la novela de Javier Sáez de Ibarra con el que los dejamos. Disfruten.

 

Lo afirmo: puede cambiar la vida de una persona en un instante. Pongo un ejemplo plástico: lo que va de la desesperación a la risa, de la negrura más honda a la luz es tan fácil y directo como lo que va del muro imponente a su demolición, bajo el efecto de una fisurita que alcanzó el nervio escondido y vital.

La religión católica defendía la posibilidad de que la vida de crímenes de un hombre se salve en el último segundo si experimenta un sincero arrepentimiento. Siempre me escandalizó esta doctrina en la que nunca creí. Por el desprecio que significa para el sentido de la vida humana.

Sin embargo, he sabido en verdad que una persona pueda dar tal vuelco que renazca y se convierta en otra. Y que es otra, sin ninguna duda.

Si este fenómeno nos resulta imposible de entender es porque traiciona lo más valioso: la continuidad de nuestra vida, nuestra memoria, nuestro proyecto vivo. Y, sin embargo, todos y cada uno lo intuimos oscuramente, lo sabemos con plena seguridad; esto se comprueba en que lo esperamos unos de otros, siempre lo esperamos, el padre del hijo, el amigo de su amigo, el maestro del discípulo, el amante de su amor… y así completándose la cadena tierna.

Pero nadie nos lo dice.

Yo, ¿cómo pude cruzar de aquella feroz amargura a la alegría del descubrimiento?

Si no había hecho nada para conseguirlo…

 

Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen SalvajeEl CuadernoQuimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.

Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.