Hace unos días conmemorábamos el aniversario del triste fallecimiento de Manuel Puig, al que un cáncer nos arrebató demasiado joven, ya que había sido interesante haber podido contemplar la evolución de su prodigiosa carrera que comenzó, precisamente, por eso lo traemos a cuenta, releyendo el folletín, la novela por entregas, los géneros populares de la ficción. Desde el primer momento en que en penúltiMa recibimos la propuesta de Javier Sáez de Ibarra de ofrecer novelas por entregas en la revista, de releer a la luz de la era digital los modos de circulación de la literatura popular, nos sentimos irresistiblemente atraídos por la idea. Por eso cada nuevo capítulo es un motivo de gozo para la revista, donde estamos encantados de la vida de poder presumir de nuestro folletín propio. Pasen, pasen y disfruten, y engánchense.
Naturalmente, otros detalles sobre aquella mujer me interesaban a mí más que su historia rocambolesca quizá fantástica, quiero decir, inventada. Conque decidí atajar:
– No sé por qué me cuenta a mí esto.
Ella se quedó muda.
Ladeó la cabeza apenas unos centímetros de manera que yo quedara en su perfil, y se limitó a dejar los ojos clavados en un punto indefinible cerca del suelo. ¿Iba a llorar? ¿Pero es que pensaba que me podría encajar el papel de hombre viril-responsable-humanitario-paternal únicamente por quererlo así?, ¿y, además, de curioso-incitado ante su misterio o su despliegue de coquetería?
Luego se recostó en el respaldo de su asiento. Alargó las piernas y tiró de la manta hacia arriba sin determinación, sólo un poco, hasta el comienzo del pecho. ¿Se tomaba unos segundos para recapacitar? Tampoco mi pregunta era ofensiva, me parecía; si bien su reacción me hizo pensar que sí desafortunada. En consecuencia, no tenía por qué retractarme. Delante de mi sentimiento de seguridad, mientras tanto, ella había fortificado su silencio. Tenía la boca sellada y los párpados bajados, como quien se dispone para una ausencia. Bien mirado, pensé, esa actitud podía darle juego, le permitía hablar de lo que quisiera, sincerarse si se trataba de eso… No sabía en qué me había equivocado ante su terquedad…
– ¿Le ha molestado mi pregunta?… ¿Es eso?… ¿Por qué? –fui diciendo.
– Me he equivocado –respondió.
Ni siquiera había abierto los ojos. Yo, en cambio, sí: la taladraba. Estábamos desafiándonos, era obvio que eso es lo que sucedía: cada cual por sus razones personales, su sensibilidad particular o sus expectativas no cumplidas. Sin duda, ambos actuábamos sobreentendiéndolo todo. Pero ni ella ni yo parecíamos capaces o dispuestos a identificar en qué consistía eso implícito, no ya en el otro, ni siquiera en uno mismo; al menos yo.
Cuando me di cuenta se había cubierto con su manta hasta los hombros; me daba la espalda y buscaba una postura para dormir. Reaccioné:
– Usted me habla de su hijo. A los otros no les ha contado nada, ¿por qué? ¿Quiere que alguien participe de una “revelación”, como le gusta decir, y me ha elegido a mí? ¿Es eso? Anoche nos dijo que no estaba casada… usted comunicó mucho más sobre su vida que el resto de los pasajeros que nos encontramos en la mesa. Ahora, como no la entiendo, se enfada. ¿Cuál es su juego? –Mis palabras no la inmutaron–. ¿No puede contestar a mi pregunta? Al menos, explíqueme la razón: por qué ha dicho que se ha equivocado conmigo.
– ¿Cómo sabe que a los otros no les he contado nada? –se volvió–. Si hace veinticuatro horas que no me ve.
No eran veinticuatro. Me molestan las inexactitudes cuando se está discutiendo. Sentí ganas de corregirla. Serían dieciocho como mucho; tampoco quería enredarme en calcularlo. Me sentía ridículo, atascado ahí. Por fin, decidí una respuesta:
– No ha sido tanto tiempo.
– ¿Ah, no? Todo el que usted ha querido…
– Y usted se cree que entiende mis razones.
– Le escucho.
No podía pensar, me abandonaba mi fuerza dialéctica; ¿cómo había llegado a aquel atolladero? En lugar de una libreta hubiera necesitado una cámara para grabar la entrevista, rebobinarla y encontrar el nudo o la bifurcación por donde se había ido al garete aquel diálogo. Me vi empantanado. ¿De qué estábamos hablando?
– ¿De qué estamos hablando? –le dije.
– Del todo. Me he equivocado… ¿Es usted capaz de entender lo que sucede? –Balbuceé algo–. ¿Es usted capaz de comunicarse a un nivel medianamente personal?
Entendí que no iba a llorar; serían otras sus estrategias, la furia, el desplante o atacarme con sus reproches; no esa. Ella había sabido hablar lo justo y se mantenía en pie; mientras que yo no podía defenderme ni sabía adónde dirigirme. Me sentí acorralado, hasta que comprendí que sólo me quedaba el recurso de una salida directa.
– Cuénteme lo de su hijo –empecé–. Me interesa. Quiero conocer su historia –qué palabra más tosca, más cinematográfica, me arrepentí al momento; continué hablando para que no se diera cuenta–: si usted lo menciona será porque le importa…
– ¿Usted cree? –replicó, sabiendo que me ofendía.
Había perdido mi última carta por mi sublime torpeza. Dejé caer los brazos. ¿Qué opciones me quedaban? Podía repetir lo que ya había dicho, lo que dejaría más al descubierto mi falsedad, o esperar, esperar a que ella decidiera.
Un poco después, sin añadir una sola palabra, se levantó no sin esfuerzo; se entretuvo unos segundos eternos en calzarse y, con paso vacilante, salió al pasillo y la perdí.
Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen Salvaje, El Cuaderno, Quimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.
Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero