Una de las cosas que es complicado explicar a los que no tienen afición a la lectura es que leer aclimata. Leer calienta y refresca, leer alimenta y apacigua la sed, y al mismo tiempo leer enferma y leer nos hace más hambrientos, sedientos, gélidos y tórridos. Todo eso lo hace leer. Me gusta recordarlo cuando alguien me dice que se aburre. Nunca se aburre uno si lee, les digo siempre. Sobre todo si lo que se lee es a Javier Sáez de Ibarra. Aquí les dejo un nuevo capítulo de su novela.
Ya estábamos con el postre cuando apareció el chico joven. También con él fuimos afectuosos; se diría que la comida y la bebida, y la soledad del viajero –a cada cual la suya– nos volvía casi naturalmente cómplices. Fue a elegir sus platos y, de regreso a la mesa, anunció:
– Elena se ha puesto mal. He estado con ella en la enfermería.
La noticia me hizo salir del estado de nirvana en que me había mantenido durante aquella hora. De pronto, se asociaron ante mis ojos las palabras: Elena – debilidad – ¿dónde diablos está la enfermería? – en compañía de otro.
– ¿Qué le ocurre? –preguntó alguien.
El chico no sabía explicarse; quizá tampoco le habían dado la información. Dijo que había estado echada en una cama, que le habían puesto una inyección, no sabía si algún tranquilizante. Ella se durmió a ratos; él había permanecido todo el tiempo a su lado. Porque le pareció lo correcto. La atendieron un médico y una enfermera. No se quejaba, dolores no parecía sentir o se los habían quitado. Le dieron de comer allí mismo. Un poco. ¿Un consomé? No se quedaría mucho, creía; que seguramente después de la siesta la dejarían levantarse y volver a su sitio en el vagón siempre que se hubiera repuesto. Ya a primera hora la notó él un poco pálida. Le había preguntado si se encontraba bien, la acompañó a la enfermería. Un lugar no muy grande, con cuatro camas, cerca del salón al otro lado del tren, pasada la cantina. Sí, no se veía bien. No sabía si tenía el letrero puesto. A la cuestión de si ella telefoneó a alguien reconoció que no sabía; él por lo menos no lo había visto. Y eran cosas de Elena.
El chico estaba contento. Ahora tenía algo que contar, ¿no? La había llamado por su nombre, ante todos nosotros. No era tan joven, pensándolo bien; quizá ya había cumplido los treinta y cinco.
– Habría que ir a verla –sugirió Franklin.
– ¿No preguntó por nadie? –Mi pregunta había coincidido-fue pisada por la otra, se quedó sin responder.
El joven dijo que dejaría pasar un rato antes de volver allí; quizá hubiera que ayudarla a llegar hasta su vagón, caso de que ella se sintiera débil…
– Hay muy buen servicio de salud en estos trenes –afirmó Tomás–. Sé de un hombre al que operaron de apendicitis.
Su relato y el de alguno que se fue adhiriendo nos ocuparon durante la comida del joven y los cafés. Para entonces mi vivencia interior se había esfumado; a cambio, un leve malestar como de ocasiones perdidas se había instalado en ese hueco.
Grandes impresiones, decía el texto del jefe de estación; o pequeñas. Cualquiera quedábamos expuestos a su vaivén.
Javier Sáez de Ibarra trabaja en un instituto donde imparte Lengua y Literatura. Autor de numerosas antologías, sus estudios y reseñas aparecen en revistas como El Buen Salvaje, El Cuaderno, Quimera o Turia. Es el editor de la obra de Hipólito G. Navarro, El pez volador (2008). Ha publicado el poemario Motivos (2006) y los libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de Espuma, 2004), Propuesta imposible (Páginas de Espuma, 2008). Relatos suyos se recogen en las antologías de referencia más recientes y han sido traducidos al inglés. Su obra Mirar al agua. Cuentos plásticos (Páginas de Espuma, 2009) obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, y por Bulevar (Páginas de Espuma, 2013) el XI Premio Setenil al mejor libro de relatos del año. Fantasía lumpen es su último libro publicado.
Por entregas es una sección que, siguiendo la estela del folletín, alberga piezas publicadas de modo seriado.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero