Este próximo viernes 11 de junio vuelve a la carga (y nunca mejor dicho) el fanzine Crack. Esta vez pone el foco en la violencia de las calles, el fútbol y la protesta social. Por eso excepcionalmente se llamará #NoCrack (Vol.8). Participan Alejandra Marin Solera, Rubén Hurtado, Darío Rodríguez, Ignacio Concha, José de Montfort, Andrés Arroyave, Andrés Didier Castro, Santiago Noero, Pablo Manzano y Javier Cozzolino. Ofrecemos en penúltiMa en exclusiva uno de los textos del volumen: «Tormenta (ansiolítico)», de Rubén Hurtado, sobre las recientes manifestaciones y conflictos en Colombia, y sobre qué es lo que el fútbol puede o no puede hacer al respecto.

TORMENTA (ansiolítico)
Ahora mismo algunos tienen su garganta cerrada por el gas disparado, a otros, como a mí, el nudo lo genera la ansiedad de lo que pasa en distintos puntos de concentración de la ciudad. Helicópteros de la policía atraviesan con su luz humaredas de lacrimógeno que se levantan en algunos barrios, se escuchan balas que zumban y atraviesan pared y carne. Quiero estar allí, quiero hacer algo, aunque sé que seguro el temblor en las piernas y aquella lesión que me dejó fuera de las canchas no me permitirían correr. No, después de una breve reflexión sé que ya no quiero ir. Aún con este exceso de miopía y astigmatismo no quiero que me saquen los ojos, además ordenaron dejar sin luces a media ciudad para que el helicóptero con su foco pudiera perfilar a los manifestantes. Hoy, otros se enfrentan a la represión en la calle por nosotros los que desde casa creemos que un cigarrillo sería el mejor ansiolítico. Esta resistencia, La Muchachada, surge ante los ojos de esta ciudad como una legión de excluidos que un país ha querido ignorar, pero que son las hijas y los hijos de una generación que ha sido desterrada y que ha buscado sobrevivir, aunque tengan el alma tasajeada por los abusos de una minoría.
-Se dice primero buenos días señorita ¿qué va a llevar? recuerde que no hay legumbres y los tomates que hay son para usarlos hoy mismo, por su estado yo pensaría que una crema de tomate estaría bien-. -No, no llevaré nada, busco ayuda. Es que anoche se los llevaron y a mí me violaron-. – ¿Qué dice niña? ¿a quienes se llevaron? ¿la violaron? Hay que hacer algo, llamemos a la policía…- – ¡NO! A la policía no. Aclaro que el intendente no me accedió carnalmente, pero si abusó de mí, él y sus compañeros me tocaron mientras me arrastraban hacia el kiosco de revistas…aunque desconfiados, pararon cuando les dije que mi papá también era policía–.
Después de una noche larga sin perfumes, ni murmullos y sin música de alas, llega la mañana acompañada del olor nauseabundo de la basura acumulada en la calle, el camión recolector no hará su recorrido habitual. En el barrio hay mucho movimiento, los vecinos se aglomeran en las tiendas porque comienza a hablarse de desabastecimiento, y sí, el estallido ha logrado que la llegada de alimentos se limite tanto como la de insumos médicos. Escasea la gasolina y sus estaciones son saqueadas bajo el riesgo de ocasionar una explosión. En la ciudad ya se encuentran establecidos más de 10 puntos de bloqueo y concentración de resistencia, lugares estratégicos que sellan las entradas y salidas de la ciudad. En cada punto se han construido barricadas con materiales arrancados de la misma calle: latas de señales de tránsito, puertas de las estaciones del transporte masivo, ladrillos de construcciones abandonadas por proyectos corruptos estatales, piedras, postes de luz. Detrás de las barricadas La Muchachada hace frente con piedras y molotov a las arremetidas del Escuadrón Antidisturbios, las de los grupos policiales y parapoliciales, que con disparos de fusil y pistola esperan traer la calma. La luz del día ambienta el falso sosiego que se vive, del paisaje urbano resalta el verde oliva de los uniformes que se pasean de sur a norte y entre el oriente y el occidente. Los Matrimonios (equipos conformados por un policía patrullero que conduce la moto, y por uno del Escuadrón Antidisturbios que lo acompaña en el asiento trasero) nunca habían sido tan unidos como ahora, su marcha nupcial deja una estela de mortecina sobre las calles que a los gusanos repele y hasta a los gallinazos espanta. Cae la tarde anunciando la llegada del miedo y la zozobra. Ya sobrevuela el avión fantasma que todos podemos ver y que, además, hace vibrar los vidrios de las ventanas y estimula los aullidos de dolor en los perros que anuncian que viene la parca.
– ¡Probame el criterio tombo hijueputa! ¡quitate esa armadura y nos damos golpes!¡parate conmigo a los golpes, soltá ese gas!¡estudiá tombo! – grita uno de los Primera Línea de La Muchachada a la policía mientras se escuchan golpeteos de bolillos sobre escudos. -Hermano, ¿por qué nos disparás?, ustedes también son pueblo, esto es por ustedes también-. -Son ustedes o somos nosotros muchachos, así de sencillo. Necesitamos que vuelva el orden a la ciudad y ustedes no dejan, entonces nos toca darles con todo y usar la legítima fuerza-. Llega la pausa, ambos bandos toman aire y la tanqueta retrocede. Los láseres de La Muchachada deben ser recargados para poder afectar un poco la vista de la policía, ya casi no hay botellas para armar las molotov, solo quedan piedras y los escudos de lata que siguen muy firmes. – ¿cuándo es que estos pelaos se van a ir de acá?, no sé cuánto tiempo logre aguantar estas jornadas, llevamos tres días sin dormir y esa orden de mi comandante de no dejarnos comer hoy, no la entiendo…pasá me huelo ese perico que es lo único que me tiene parado –dice un policía de los Antidisturbios a su compañero. De la tanqueta se escucha un sonido diferente que no es igual al del cañón de agua. La Muchachada se cubre y de inmediato se escuchan detonaciones, la tanqueta hace uso de su nueva y millonaria adquisición, un arma que dispara varias balas de gas y con mayor potencia –¡Herida!¡herida!¡llévenla a la brigada!¡rápido!-. Aunque siga la confrontación, por las piernas de policías y de quienes resisten se pasea un frío que penetra y ruñe los huesos al saber de una persona herida, y la sensación se hace más intensa al escuchar a un paramédico de la resistencia que dice: No aguantó, ese tiro se la llevó.
Mientras pasan los días, La Muchachada gana más adeptos y los puntos de concentración se hacen más fuertes, aun así, el gobierno nacional busca reestablecer el orden enviando pelotones enteros de policías y soldados de todo el país. El comandante de las fuerzas armadas, un militar admirador de estrategias Videlianas, encabeza un pseudogolpe militar sobre el alcalde de la ciudad quitándole poder e ignorando su papel como máxima autoridad.
–Dios y patria -dice el comandante de la policía cuando recibe a jóvenes que han comenzado hace unos meses su carrera en la institución. Vienen de todas partes del país, no conocen la ciudad. Sobre esa mesa hay chalecos y armamento, tómenlos, suban al camión y contrarresten cualquier ataque que vaya contra el almacén. Aunque no había chalecos antibalas suficientes todos siguen las ordenes, suben al bus que ya tenía algunos asientos ocupados por civiles encapuchados y armados con 9 milímetros. La misión debe dirigirse al sector de Calipso para proteger y resguardar la estructura física de un centro comercial en el que se dice ha habido saqueos. Al llegar al lugar, pasadas las 10 de la noche, los policías se repliegan en el área de los parqueaderos del local comercial. ¡Bienvenidos a Apocalipso cerdos! -se escucha gritar a lo lejos. Otra larga noche de enfrentamientos entre resistencia y policías Qué manera de conocer Cali, ¿cierto Ordoñez? tras recargar su arma, que no era la de dotación, Ordoñez asiente, sonríe y dispara hacia donde nace un láser potente que no les permite ver bien, y piensa en que por fin está en la “Capital de la Salsa” y no podrá visitar ninguna salsoteca para poner a prueba sus dotes como bailarín, por lo menos no por esos días. Ordoñez habla poco, pero piensa mucho, recuerda también que hace un par de días detuvieron a una joven en Puerto Resistencia, nunca supo qué hizo pero apoyó su captura. Recuerda su cara de terror mientras era arrastrada por otros policías que la jalaban de los brazos y el pelo. Nunca estuvo de acuerdo con lo que le querían hacer, pero permitió que mientras era arrastrada hacia el Kiosco, le quitaran el pantalón de drill rojo que llevaba.
–Sepárense y cúbranse que ya no están lanzando piedras, están disparando-. Mientras Ordoñez buscaba refugio detrás de un muro fue alcanzado por un tiro que le dio en el plexo, que aunque fue detenido por el chaleco, le ocasionó un golpe tan fulminante que le desprendió el corazón. Su cuerpo finado cayó como un bulto de arena, ahora Ordoñez se convirtió en un número más de las estadísticas por muerte a causa de la sentencia: “Ustedes o nosotros”.
El tiempo transcurre distinto tal vez por la tensión de fijar toda la atención en el estallido. Las noches llegan muy rápido, pero duran una eternidad. Día a día las cifras de personas desaparecidas aumentan, así como las de personas asesinadas y aunque no queramos que sea así, no queda de otra que asumirlo y darle vía libre a la impotencia. Gritos desgarradores de madres que suplican que las maten junto a sus hijos se oyen en salas de urgencia y en morgues de todo el país. Son madres de ciudad que son escuchadas por las madres del campo que ya gritaron en su momento, un campo que huele a naranjo y ha muerto, tierras que hoy no son de nadie y que son fosas de muchos.
Pero ¿y el futbol? De algo nos tenemos que aferrar para calmar tanto dolor. El futbol se fue al mismo lugar a donde el presidente mandó las posibilidades de dialogar con quienes se erigen en rebeldía y resistencia. Y aunque algunos lo jueguen por ahí, no se van a sus casas después del partido sin la marca en los pulmones del gas lacrimógeno que recorre la brisa en los estadios de este país. Acá no estamos pidiendo unos Cantoná o unos Sócrates porque sabemos que como ellos no ha vuelto a nacer nadie, pero sí pedimos no guardar silencio, por eso y por tanto, aquel grito ¡LA COPA NO SE JUEGA!, sacó de estas tierras un torneo de futbol del que se dice es el más antiguo.
Alguna vez en uno de esos diálogos intrascendentes que se tienen entre amigos, coincidíamos en lo aburrido que era vivir en esta época. ¿Por qué no nací en los 20´s o en los 30´s?, decíamos. Nos hacíamos amos y dueños de la frase todo tiempo pasado fue mejor, mientras sonaba de fondo “Tormenta”, de Francisco Canaro. Nos sentíamos desafortunados de no vivir algún cambio interesante, un hecho trascendente que incluyera aquella idea romántica de revolución y de estallido social, que le quitara a Colombia ese rubro de “La mansa del continente”. –Esa nostalgia por el pasado que traen a cuesta es la que los hace ver tan hípsters– siempre les dije a mis amigos. Soy igual de nostálgico a ellos, pero no me incluyo en ninguna de esas subculturas que terminan siendo el sustento de lo mainstream. Hoy, mientras caminamos junto a miles de personas en señal de apoyo al estallido y en plena pandemia que nos obliga a esconder las narices con tapabocas, somos testigos de la nobleza y la fuerza de un pueblo unido, pero también de su ira y su violencia. Ya no revivimos a Canaro, ahora las bandas sonoras de este movimiento son un concierto permanente en las calles, son las arengas y las músicas que salen de los instrumentos de aquellos que desde el arte resisten. La mansa llegó a su límite y es fiera brava, vive la rabia contenida desde frustraciones que somos todos, es mi nudo en la garganta, es La Muchachada, la chica que no iba por tomates, es Ordoñez y el grito de las madres.
Rubén Hurtado, historiador atraído por los archivos, la imagen como fuente de investigación y por la Historia Pública y la Memoria Histórica, extraña sobre todo leer imágenes con los chicos y chicas de oriente.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero