Recién publicado en Puerto Rico, PR3 de Marta Aponte Alsina reafirma su compromiso con la escritura, sea esta del tipo que sea mientras se considere, en primera instancia como texto y formulación lingüística, herramienta de investigación desde la palabra, diseccionadora del y mediante el discurso. Literatura pura en la que se abisma Beatriz Llenín Figueroa para darnos cuenta de sus detalles más específicos.
El imperativo del paraíso insiste en abolir de una vez por todas, de un solo golpe, la necesidad, la extrema pobreza. El objetivo del infierno persiste en extraer la riqueza y transformarla en otra parte. De nosotros, que fuimos americanos, y del experimento del cual formamos parte, solo quedará, tal vez, algún objeto inexplicable, un decir enigmático. (Marta Aponte Alsina, PR 3 Aguirre 278)
Entre varias puertas de salida en aeropuertos, escribo impresiones sobre PR 3 Aguirre, de Marta Aponte Alsina: “Todo paisaje representa una topografía humanizada por los afectos” (282). Las puertas de salida fueron en San Juan, Dallas y Phoenix, el día que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ratificó el llamado “travel ban,” propuesto por Trump, de personas procedentes de varios países “peligrosos.” Aunque los aeropuertos siempre se comparten entre mucha y muy variada gente, con una intensa dosis de dolor, ese día me fijé particularmente en tres de ellas: (1) aquella tatuada con armas largas y mensajes sobre la grandeza de Estados Unidos de América en sus camisetas; (2) aquella con mensajes en sus camisetas sobre el levantamiento de Puerto Rico (estilo aún por determinar) e indicaciones de “Team María” en sus gorras (significado aún por determinar); y (3) aquella que vestía piezas de ropa que no marcan divisiones entre diferentes zonas del cuerpo.
En el catastrófico contexto pos-María, imagino que Trump ve las imágenes de miles de puertorriqueñas y puertorriqueños llegando a los aeropuertos de Estados Unidos y se la pasa enfurecido por la ciudadanía impuesta a la gente peligrosa, peligrosísima, de mi país. Esa imposición le convino –y sigue conviniendo– a su país, excepto que no le permite a Trump poner “Puerto Rico” en su lista de países peligrosos. Pírrica victoria para las tretas del débil. Pero, al menos nos ofrece un guiño: “Los imperialistas que asumían como un deber moral la posesión del mundo no habían anticipado las consecuencias: ser invadidos a su vez por las multitudes pobretonas y chillonas del mundo” (165).
Una podría resumir la historia del colonialismo estadounidense en Puerto Rico refiriéndose a un péndulo que tramita intensidades y pérdidas –políticas, económicas, emocionales– de la calle al aeropuerto (antes, al puerto) y de vuelta. En nuestro archipiélago, los viajes, de todo tipo, son la permanencia. Y todo viaje implica siempre alguna pérdida. PR 3 Aguirre es el único libro que conozco capaz de capturar ese trasiego, tanto en su forma como en sus contenidos. Conmueve, por ejemplo, que a mitad de PR 3 Aguirre Marta inserta a Nilita Vientós Gastón, escribiendo sobre Henry James, desde Puerto Rico, igual que nuestra autora lo ha hecho ya sobre William Carlos Williams. En ese pasaje, se registra uno de los momentos más hermosos y desgarradores sobre nuestros viajes y pérdidas:
Escribir es abrir cicatrices, hurgar heridas, volver a cerrarlas, esperar que sanen de nuevo. La cicatriz que en Henry James dejaron las ciudades de su infancia deberíamos entenderla los puertorriqueños. Él las perdió una vez. Nosotros las hemos perdido muchas, no como el autor que deja un registro escrito de pérdidas, sino como los humanos excedentes, los pobres, los negros, que no escribieron las biografías de sus padres y para comunicarse con sus muertos tuvieron que usurpar otros cuerpos sensibles, con facultades para atravesar el ruido y atrapar fantasmas. (161-162)
PR 3 Aguirre es, sin duda, un médium monumental y un monumento a los médiums de nuestra puertorriqueñidad excedente y chillona. Es también un viaje todo, escrito a muchas voces y formas, afanado en inventariar nuestras pérdidas, como si nos adentráramos a un anticuario armadas solo con un librito de colorear que te invita a trazar líneas para unir puntos numerados, pero sin los números y con muchos de los puntos ausentes.
La voz narrativa-documentalista viaja por la carretera PR 3 a lo largo de muchos años, desde su niñez hasta después del huracán María. Hoy, la PR 3 está hinchada de intensidades, la mayor parte de las cuales es invisible, pero no por eso menos real:
En los llanos del Sur, a lo largo de un tramo de la carretera PR 3, entre el barrio Jobos de Guayama y la entrada al pueblo de Salinas, persiste una zona semejante a un terrario que, en lugar de especies naturales, acumulara ausencias, rastros de voces, ruinas modernas, celajes de muertos exóticos. En esa zona hay huellas de la historia mundial de varios siglos, pero el mundo no lo sabe. (9)
Viaja, por tanto, por todos los “embelecos” que se le impusieron a la zona (303), todo aquello que se construye para un país de mentira, sujeto a los booms de los recuerdos del porvenir: central azucarera “señorial,” “company town” de “trabajadores modernos del azúcar,” industria bélica, central termoeléctrica, farmacéuticas, semilleras…
También, viaja por la costa este de los Estados Unidos, asomándose a casas en las que no es bienvenida, como la de Alice Bacon Lothrop. Cuando los silencios pesan, PR 3 Aguirre asume las voces de la historia, novelando escenas, diálogos, perspectivas. Muchas de las transacciones sobre la tierra puertorriqueña que se hicieran en la segura distancia de casas de Boston se recrean convincentemente en el libro.
Asimismo, PR 3 Aguirre nos adentra en archivos muy bien resguardados, como los de Boston y el Archivo de Arquitectura y Construcción de la UPR, y en otros desparramados, no necesariamente por descuido –aunque hay algo de eso– sino porque el dinero, el demonio de lo elusivo, se movió a otra parte. Esto último ocurre con las ruinas de la Central Aguirre (capítulo 12 de la segunda parte). En los primeros, las ruinas son monumentos. En los segundos, las ruinas son basura. Pero, el libro se niega a que el capital decida. Los convierte a todos en monumentos igualmente imprescindibles. Revelan y esconden en equivalente medida.
Con el médium de Aponte Alsina, transitamos también por vetustos repositorios cuyo racismo rechaza su/nuestra presencia (es el caso, por ejemplo, de la violencia imperial en el Boston Athenaeum, episodio en el que “una mujer más sensata le hubiera pegado fuego” al edificio [103]), y por museos de pelos (cuya dueña y artista es María; capítulo 20 de “Las islas”) y bicicletas (cuyo dueño y artista es Benjamín Joubert; capítulo 21 de “Las islas”), que se abren con amor a los peligros de la escritora curiosa. PR 3 Aguirre considera cada detalle de cartas, diarios, pequeños papeles, documentación de compra y venta de fine arts que otorgaba capital simbólico a los capitalistas hardcore, ritmos (la bomba: “escritos en los cuerpos de sus gestores” [348]) e imágenes (el arte de Nelson Sambolín) que desafían el desgaste de la colonia abusada hasta lo impensable. Rastrea así genealogías familiares de explotadores y explotados y de productos favorecidos y descalificados por el capital:
- estirpes neocapitalistas (“merchant princes”) y fugas cimarronas;
- Boston-Aguirre (tomado y reactivado como “moderna” central azucarera en 1899, tiempos de inmediatez de la invasión militar y del huracán San Ciriaco);
- la ciudad-la ruralía (el libro se divide en dos grandes partes, tituladas, “Boston” y “Las islas”);
- el azúcar-los fármacos (ambos fundamentados en la capacidad de generar adicción);
- los grandes y amplios movimientos-las pequeñas y discretas movilizaciones.
De estos últimos me gustaría ofrecer algunos ejemplos. Se consigna y admira el trabajo de la Liga Antiimperialista de fines de siglo XIX. Se registran las biografías de grandes capitalistas a quienes les enseña el colonialismo salvaje la lección del olvido: de la “Boston’s Graveyard Eulogy School,” dedicada a “sumar biografías al panteón de las primeras y mejores familias” de la ciudad, queda fuera William Sturgis Hooper Lothrop, pues “su muerte fue vergonzosa, sucia, comido por gérmenes en un país salvaje,” el nuestro (75). Se documenta, novelando cuando es preciso olvidos o silencios, la organización, movilización y resistencia de los y las trabajadoras de la caña en Puerto Rico (capítulo 6 de la segunda parte), así como el asesinato de Marcelo Obén (capítulo 7 de la segunda parte). Se nos cuenta la dolorosa historia de Juana Vázquez, quien “no sabía de letras ni de historiadores,” pero a quien Marcelo Obén, administrador de Aguirre, le escribe un documento en el que, “además de firmar con una equis,” fue obligada a “dejar las flacas huellas de sus dedos pulgares, identificados como tales: pulgar izq. y pulgar der.” (199). En ese documento se indica que “vendo, cedo, enajeno y traspaso a Luce & Co., S. en C., la referida finquita de matas, plantaciones y árboles de todas clases sin excepción de clase alguna” (198-200). En una palabra, PR 3 Aguirre recoge un inmenso entramado de historias como solo una escritora puede contarla: sin que al dato le falte la carne.
Pienso en PR 3 Aguirre como parte de una constelación conformada por las Venas abiertas de América Latina, de Galeano y por Empire’s Workshop, de Grandin. El primero mira la historia de explotación estadounidense en Latinoamérica desde los países explotados, mientras que el segundo lo hace desde el país explotador. Ambos, sin embargo, investigan y reconstruyen esas historias desde las líneas más grandes. Marta Aponte Alsina mira tanto a explotados como a explotadores, pero se fija en las líneas finitas, a veces hasta imperceptibles, cual mosca en territorio de sapos. Nos regala con este libro –y con todo su trabajo– “los caminos antes de incorporarse a los mapas oficiales, a fuerza de ser las rutas más usadas sin permiso” (352). Sus cuentos están en los ínfimos pliegues de apellidos, caminos, bordes, casas, cuerpos; así como de muchas mujeres, cómplices y adversarias, las tan olvidadas por la historia oficial. La mitad de esos pliegues son “dignos” de ser recordados, aunque sea en un museo familiar de un pueblito a las afueras de la gran ciudad. La otra mitad es “indigna” de la memoria archivista, escritural, por lo que el descomunal trabajo de nuestra autora –y de todas y todos los historiadores de pueblo que Marta también incluye, como Rosita Ramos y José Claudio– es aún más admirable: “Pero hay más, tantísimo más, porque las escrituras, la fe en las escrituras como textos de divina autoridad y potencia, deslinda propiedades donde habitaban personas que las escrituras no veían, y que eran, no obstante, las maquinarias de sangre de aquellos ingenios” (184).
Al cerrar PR 3 Aguirre, Marta nos aprieta en una oración el mapa de una zona metonímica, la PR 3 como el país: “Prisiones, semilleras, siembras experimentales, urbanizaciones abandonadas y campos baldíos se reparten los terrenos donde la caña no dejaba respirar a la gente” (360). De ese triste caldo de viajes y pérdidas, sale nuestro sancocho. PR 3 Aguirre es una carta de amor y un ajuste de cuentas con los fantasmas en el caldo y los vivos que persisten. Nuestra única apuesta a futuro quizá sea ser capaces de leer las señales, insistir en el recuerdo, hablar con nuestras muertas, tomar nuestras ruinas.
Esta es una versión revisada y ampliada del texto con el mismo título que apareciera originalmente el 8 de agosto de 2018 en el periódico puertorriqueño Claridad.

Beatriz Llenín Figueroa (Cabo Rojo, Puerto Rico). Piensa, escribe y lucha –a veces, sobre; otras, por– literaturas y filosofías caribeñas y decolonizadoras. Piensa, escribe y lucha –a veces, por; otras, contra– lo que acontece en este archipiélago tan abusado como amado. Adora el teatro independiente y callejero. Trabaja como editora para Editora Educación Emergente, un proyecto editorial independiente en el oeste de Puerto Rico, y como traductora y editora por cuenta propia. Hasta el momento, y mientras no se acabe de destruir la única universidad pública del país, es profesora adjunta de Literatura Comparada y Humanidades en la Universidad de Puerto Rico-Recinto de Mayagüez. Su primer libro de crónicas, Puerto Islas: crónicas, crisis, amor, se publicó en 2018. Cuando roba tiempo a las precariedades del presente, escribe un libro sobre pasiones antillanas, cuyo título provisional es Marealécticas caribeñas. Junto a su entrañable compañera Lissette, rinde tributo a Andre, un perro viejo, digno y en exceso adorable.
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