Por desgracia, no es sencillo estar al tanto de las nuevas voces que surgen en Latinoamérica, o acaso fuera más exacto decir las Américas, incluso las Latinoaméricas. Pero una de las razones de ser de esta revista es dar visibilidad a esas nuevas voces, por eso es una alegría poder compartir este relato inédito de una nueva voz que está comenzando a dejarse oír desde Costa Rica. Pura vida.

 

1

El detective Helder resuelve el caso. El culpable no es la femme fatale ni el tío abuelo de la femme fatale ni el amante de la femme fatale. El culpable es un delincuente sin clase. Los primeros tres disparos fueron por nerviosismo los otros tres por frustración. La víctima —el esposo de la femme fatale— no traía efectivo y opuso resistencia. Murió ausente de lo literario como muere la mayoría de personas. Murió frágil y desesperado. Helder halló el homicida al agotar los sospechosos usuales del género. Después de entregarlo viajó a Singapur sin un motivo aparente.

2

El autor pretende trabajar el relato desde el lenguaje sugerente. Tiene sentido en tanto inició su carrera literaria como poeta. Ninguna línea isotópica es permitida en lo recurrente del sofisma: el diente roto contra la praxis, la noche —sí, la nuestra, hermanos— caníbal. Un yo lírico justifica la falta de líneas de argumentativas. El crimen es un monumento zanjado contra la garganta. Las cuerdas vocales soplan, no, silban como fetiche del victimario. Los coyotes también aúllan. Una biblia se parte en el mejor salmo, el escape, el disparo sordo, nuestro credo.

3

Esta versión apaga como una luz tenue, la briza después del huracán. El detective recorre las calles de una metrópolis soñada. Invoca el último capítulo de una serie. El autor sabe cuándo termina un personaje. Helder sospecha una nuca abierta de plomo, una muerte alejada de lo dramático. Irse tranquilo. Fluctúa como su ascendencia. Llueve amapolas, llueve amapolas y él camina. ¿Quién escribió una ciudad de avenidas tan pequeñas? ¿Quién decide límites desde la mirada de un género? Mi detective se reivindica en el problema. Disloca su cuerpo entre las habitaciones de la máquina de pétalos. Un esqueleto sinuoso en la bruma. Recorre los adoquines para reconocerse en el braille de una tradición. El final patente en su linaje; el nuestro, el anterior al nuestro. La noche es expropiada de sentidos. Tan kármika, tan flecha antediluviana: romper en ondas. Lo espero donde el puerto reconoce un océano, donde el hijo se bautiza ante el padre.

4

Ahora el criminal es un tipo espectral, nadie sabe cómo se llama ni cómo ejecuta sus asesinatos. Repta por las ciudades y los campos, muchas veces cruza el mar para decir: —Estoy aquí, todavía soy relevante. Es una fuerza de la naturaleza tan antigua como el tiempo. Un non sequitur. Alcanza sus víctimas en cualquier lugar, en cualquier momento. Nadie es capaz de escaparse de su brazo largo y sutil, mecánico algunas veces, visceral otras. Precisamente uno mira el espejo para verlo silencioso antes del ataque. Uno lo mira con esa cara tan suya.

5

Hélder comprende lo inútil, esa locura imbécil en los libros, la abierta tiranía cuando le asignan casos. Sueña algún día rebelarse ante la lluvia. De pronto usted logra un personaje pero este no lo reconoce. Tampoco quiere ser reconocido. Comienza de nuevo: Hélder comprende lo inútil, esa locura imbécil en los libros, la abierta tiranía cuando le asignan casos.

 

Diego Quintero (Taskent, Uzbekistan, 1990) ha colaborado con diversas revistas literarias, incluyendo Digo.palabra.txt (Venezuela), Revista Fogal (España) y Cigar city poetry jornal (EUA). Entre sus publicaciones tiene un poemario titulado Estación Baudelaire (Ediciones Espiral, 2015) y otro llamado Taskent soledad ultra (Ediciones Espiral, 2017) (Ediciones liliputienses, 2019).

La imagen que acompaña el texto es de la fotógrafa alemana de nacimiento pero afincada en México Christa Cowrie.