Recién publicado por la editorial Boria, compartimos con los inquietos lectores de penúltiMa la segunda parte al completo del poemario de Álvaro Bellido, compuesta por un extenso poema única de casi 300 versos en el que plantea una metáfora cada vez más habitual para referirnos al presente y a nuestro mundo: la basura, los residuos, que en buena medida son lo que sobra, lo que, de algún modo, recalca el mundo consumista y utilitarista en que nos vemos inmersos.
Debris/La basura, desde el principio
«El pasado, el futuro, morar allí, como el espacio
indisolublemente juntos»
Walt Whitman
(En noviembre de 2015 varios objetos de origen
desconocido fueron encontrados en campos
del sudeste español. Las investigaciones concluyeron
que los hallazgos correspondían a restos
de una nave lanzada al espacio siete años antes.
El pasado, desde el espacio, cayéndonos encima
en forma de basura.
Y así, desde siempre).
Al principio
la nada.
Y entre la nada y esto –los desechos de todo–,
el resto:
de esa nada, un cosmos comprimido
y un nanosegundo en que todo cambia:
el Big Bang, la explosión original
que hizo que todo naciera siendo ya
escombros,
metralla cósmica en expansión, ruinas
de un universo creado por cascotes.
El resto:
un cúmulo de accidentes y colisiones,
el caos que inventa, de forma caprichosa y casual,
la partícula primigenia, el carbono, los planetas.
La vida.
La pangea, los seres unicelulares y el agua.
De allí a los dinosaurios en un salto de millones de años
y de ese salto al impacto del meteorito, la era glaciar
y el tesón de esa vida por abrirse camino.
Resistir entre tanto desastre.
Después: teoría de la evolución, las edades del hombre y
Todo
–recordemos–
generado desde los restos de aquel estallido universal.
Fragmentos constituyendo un todo,
despojos generando más despojos
y un efecto dominó que alcanza hasta hoy,
desde muy atrás, con la fuerza del recuerdo
de una deflagración que liberó
un efecto dominó de accidentes y colisiones,
este caos que llamamos existencia.
Tan pronto como empezamos a caminar erguidos,
quisimos ver en las sombras de las hogueras
un mensaje del más allá.
Salimos de la cueva para inventar el progreso,
para dejar huella, una cicatriz en el mundo.
Un recuerdo.
Despojos generando más despojos.
De la cueva a los poblados,
de los poblados a las grandes urbes
y de las grandes urbes a los vastos reinos
con sus suculentas rutas comerciales
–hoy meras direcciones http–.
El auge de las civilizaciones siempre a golpe de conquista,
y cada conquista –habitualmente– a golpe de batallas,
conformando una guerra que es siempre la misma guerra,
con sus bandos, sus frentes, sus estrategias,
–resistir entre tanto desastre–
sus explosiones [ecos del estallido primitivo]
sus daños colaterales, sus ejércitos.
Sus muertos.
Despojos generando más despojos.
El vértigo de la historia y su falso esplendor:
todas las guerras acaban en abismos,
todas las guerras son batallas perdidas.
Y todas generan vestigios idénticos:
la Historia de los dueños del triunfo,
las historias de los vencidos,
fosas comunes y cementerios militares,
ciudades enteras construidas
sobre los restos de antiguas ciudades,
lugares que encierran el ruido de guerras de ayer,
el daño, la estela y el llanto de los refugiados,
las ruinas convertidas en monumentos de una victoria falsa,
reliquias de civilización para atraer peregrinos
que compren algún suvenir –recuerdos, una vez más–
para mantener en pie las propias ruinas.
Para resistir entre tanto desastre.
Son legión y vienen a la conquista.
Llamados por la luz que se cuela por el hueco
que en un muro dejó un proyectil. Llamados
por la belleza de unos jardines que crecen
entre los muros de un palacio construido
con las piedras de otros palacios derribados.
Son legión y vienen a la conquista.
Atraídos por el aura de algún lugar maldito,
o interesados en respirar el aire adusto
de una estancia antigua y cerrada.
Y el polvo.
El polvo suspendido. Ese polvo
que respiran, que llega a sus pulmones,
es polvo que un día fue algo
macizo y concreto –diríase faraónico–
y que hoy –¡hoy!– es solo eso: polvo.
Desechos. Minúsculos corpúsculos
de corpúsculos colosales antaño destruidos.
Escombros, basura y recuerdos.
Cientos de miles de toneladas de escombros.
Cientos de miles de toneladas de basura.
Cientos de miles de suvenires al día,
recuerdos de algo que un día fue destrucción.
La civilización, esa gran paradoja.
El progreso: inventar artefactos
que nos hagan mejor que la civilización anterior.
Y destruirla con ellos.
Y destruirnos con ellos.
Así desde la Edad del Hierro hasta el World Wide Web.
Desde las lanzas y las hachas rudimentarias
al inoportuno y nocivo spam.
El caballo de Troya viene desde la Antigua Grecia
a colarse en nuestro sistema a través de un USB,
o en la bandeja de correo basura
de nuestra contemporánea era informática.
Destructores generando destructores.
Despojos generando más despojos.
Los aviones, por ejemplo.
El hombre pájaro, ese sueño durante siglos.
Desde los papeles de Da Vinci al Área 51,
pasando por los hermanos Wright,
el progreso genera la espuria promesa
de alcanzar el cielo y los sueños
con espectáculo de artilugios y queroseno.
Ingeniería del poder:
Alcanzar el cielo para conquistar la tierra.
Así Durango y Guernica.
[¡Spam! ]
Así Pearl Harbor e Hiroshima.
[¡Spam! ]
Así la Tormenta del Desierto y el World Trade Center.
[¡Spam, spam, spam!].
Todo lo que un día fue promesa de algo
hoy amenaza con caernos encima
y exterminarnos.
Cada bomba [¡Spam! ], cada deflagración [¡Spam! ],
cada guerra
contiene la oscuridad de la nada y la destrucción,
pero también el ímpetu de la vida, el fuego, su luz.
Resistir entre tanto desastre.
Cada bomba [¡Spam! ], cada deflagración [¡Spam! ],
cada guerra
es en sí misma una contradicción estridente,
una versión simplificada del Big Bang.
La nada.
El todo.
El antes y el después.
Y entre tanta destrucción y génesis
permanecemos nosotros.
Nosotros en este ahora:
gestionando nuestra relación con el progreso,
lidiando con nuestro pasado;
o mejor:
con la huella de ese pasado que duele
[recuerdos no deseados],
lidiando también con nuestro futuro,
o mejor:
con las expectativas que tenemos en él.
Y nosotros en este ahora: gestionando
el miedo a ambos lados del presente.
El hombre:
lobo para el hombre,
obligado siempre a andar a la defensiva
y, a la vez, teniendo siempre que avanzar
para adelantar al contrario y,
si es posible, subyugarlo.
Se fraguó la historia a base de conquistas.
Y cuando ya no nos quedó nada que conquistar
fue el turno del universo. El origen
de todo.
Donde la nada inicial
y aquel génesis explosivo y caótico.
Salimos de viaje a las estrellas, contemplamos
el planeta desde la geosfera,
y un veinte de julio
de hace casi cincuenta años, dimos
el
gran
paso
de nuestra humanidad.
Satélites, orbitadores, transbordadores,
naves de varias nacionalidades,
todos a la conquista del espacio,
en busca de una eternidad de estrellas fugaces
y basura espacial. Mucha basura espacial:
restos de los artefactos
orbitando alrededor del planeta,
a la deriva, abandonados,
como nosotros mismos
desde aquella primera molécula de vida.
A la deriva, abandonados.
Despojos generando más despojos.
De nuestras misiones al espacio
solo quedan hoy polvo y escombros
flotando
sin rumbo, intentos frustrados
de conquistar y ser el infinito.
Satélites en desuso y cohetes
que antaño fueron sueños de metal,
partículas ínfimas de pintura,
restos de explosiones, un mar de debris.
Envoltura plata de basura espacial
para esta existencia Ferrero Rocher.
Todo lo que un día fue promesa de algo
hoy orbita de forma caótica
–por voluntad propia o sin remedio–
a escasos kilómetros de nuestras vidas.
Todo lo que un día fue promesa de algo
hoy amenaza con caernos encima.
Sobre nuestras rutinas más sólidas.
Sobre nuestras existencias tranquilas.
Todo lo que un día fue promesa de algo
desde su atalaya hoy clama venganza.
Se precipitarán sobre la atmósfera,
desintegrándose en su caída a veces
dejando impregnado en nuestros ojos
un espectáculo de estrella fugaz.
Otras veces, las menos numerosas,
un maremágnum de chatarra humeante
vendrá a violar la paz de nuestros días,
esta vida de horarios, dogmas y hábitos.
Por ejemplo:
Llanos del Cagitán. Mula, Murcia, 3 de noviembre de 2 015.
La tranquila jornada de dos hermanos pastores
es bruscamente asaltada desde el espacio
[y ellos aún no lo saben].
Aquel cilindro negro en mitad de un paraje
rompe su visión bucólica. Después,
vorágine de Guardia Civil, TEDAX, periodistas.
Por ejemplo:
Paraje de Villavieja, Calasparra, Murcia, 5 días después.
Una llamada al 11 2.
Otro artefacto parecido. De nuevo,
vorágine de Guardia Civil, TEDAX, periodistas.
Informe oficial:
tanques presurizados de una etapa Centaur
de un cohete norteamericano Atlas V 411
lanzado el 1 3 de marzo de 2008.
Todo bajo control. Y no. Resumamos:
Un cohete norteamericano Atlas V 411
es lanzado el 1 3 de marzo de 2008
[lo real].
Dos tanques presurizados de ese cohete
[sus restos, sus escombros, el recuerdo]
se precipitan en forma de bolas de fuego
siete años y medio después
en una pequeña región del sudeste español.
Hay un problema de invasión en todo esto.
De sorpresa, de desorden, caos.
Despojos generando más despojos.
Lo inesperado precipitándose sobre nosotros
–sobre nuestra aparente tranquilidad–
como muestra del progreso frenético,
de la obsesión por generar futuro
sin deshacernos de los restos del pasado.
Ecología del desapego. Reciclaje emocional.
Somos lo que dejamos en los otros
y el rastro atroz que los otros nos dejan.
A veces estela, a veces proyecto.
Somos a veces el eco y otras, silencio.
La piedra, la curva, el bache o el parche
en el asfalto. Somos arruga a veces,
a veces mancha, a veces grano,
la infección o el antibiótico.
A veces herida, a veces cicatriz,
a veces somos principio y siempre,
de alguna u otra manera, un fin.
Somos lo que hacemos de los otros
y lo que ellos hacen de nosotros.
Seremos la historia del recuerdo que quedará.
Despojos generando más despojos.
Desde el estallido primigenio,
somos escombros.
Desde el estallido primigenio,
esquirlas, sedimentos, debris.
Desde el principio orbitando sin control,
sorteando en el espacio posibles colisiones,
–síndrome de Kessler en estado puro–
choques frontales, impactos
de restos de otros, que nos dejarán
deformados de nuestra forma original.
Somos daño colateral, accidentes,
responsables de todos los desastres
que caben en un poema.
Al final de nuestros días solo seremos eso:
la huella en el cemento, fósil en el presente,
el residuo que dejamos en los demás,
recuerdos.
Y como recuerdos heroicos nos queda
una única gesta pendiente:
Resistir entre tanto desastre.
Álvaro Bellido Fernández (Córdoba, 1979) es autor de las plaquettes Ciudades de Interior [Mursiya Poética, Colectivo Iletrados, 2015] y Desordenado Etcétera [Proyecto Entremés, 2017]. Ha publicado los poemarios Todo es Vorágine [Boria Ediciones, 2018] y Spam [Boria Ediciones, 2023]. Afincado en Murcia y en la A-92, The Smiths, Salitre 48, Lucía y la nostalgia. Amante de los flamenquines, la ensaladilla rusa y las patatas fritas. Padre de dos, hijo en la distancia, amigo imperfecto con lagunas, experto en caídas, madrugador inquieto, procrastina cuando puede, se esconde si le dejan, se traiciona casi a diario, caótico neutral y cien mil cosas más que, aparentemente, no guardan ninguna relación.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
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