Regresa de la mano del escritor y editor Juan Hernández la poesía a penúltiMa, con estos tres poemas pertenecientes a su libro más reciente y de inminente aparición en Costa Rica, dentro de la editorial Encino.

 

Es la hora en que las montañas van perdiendo su contorno y los bosques se vuelven más tristes y profundos.
Delfina Collado

 

Una tormenta marcó la costa

Hay un país cuyas costas
aún no han recibido la presión
de una huella sobre la arena. Esa tierra
que apenas distingue la noche del día,
cuyo único acercamiento con la vida
proviene de invertebrados marinos, cuyo
único objetivo es extraer minerales de entre la arena.
Arena que apenas siente una leve brisa de mar.
Mareas que no llegan tan adentro para
humedecer una parte de la costa
que siempre la acecha.

Una temporada, las cosas cambiaron.

Una tormenta marcó la costa.
De ella, se fueron sus habitantes inmediatos.
Por primera vez, la costa fue cubierta
por la aguas del mar.
No fue la marea guiada por la luna.
Fue el viento, una fuerza incontrolable.
Movió pequeños invertebrados
a lugares que jamás soñaron visitar.
Unos vivieron para suceder sus lugares, hábitat de otros.
Otros perecieron, fueron aliento
de aves, de otros invertebrados.
Fue un ciclo, una tormenta;
las cosas cambiaron para siempre.

Entonces recuerdo cómo veía
aquellas aguas que deseaba navegar.
No conocías tormenta para esa época.
Nadie nombraba tu nombre
sino era para hacer una fiesta.
Soñábamos con el agua, con las olas.
¿Cómo sería correr por una playa
que no podíamos nombrar?
Las imágenes del presente
siempre fueron lo más cercano a un futuro.
Lo que no logro entender
es ese sonido del agua golpeando nuestros cuerpos.
El viento
explicando la erosión, el paso de los años.
Lenguajes milenarios que no sabemos
cómo hallar; por eso, lloramos.
Entiendo la distancia que nos separa,
que es la misma que nos une por el tiempo.
¡Si un día logro tocar tierra —me digo—
no será a tu lado! Entonces, busco
los recuerdos que me impiden naufragar.

 

Volteo mi vista y a lo lejos veo una playa

Digo tierra cuando piso el suelo.
Imagino estar en la parte más alta.
Usar una frase que leí en un libro:
“profundamente en el seno de la oscura tierra”.
Escalo tocando paredes y, en mis manos, el loess
se adhiere para contarme lo que una vez sucedió.
Es el terror de lo que no lleva por nombre la existencia
lo que puede hacer sucumbir la vida. Escucho
unas voces que pronuncian una palabra lejana,
que aprendí a pronunciar. En lo alto de la montaña
estoy, sin percatarme, y en una piedra,
antes de llegar a leer,
se borran con aliento nuestros nombres
para que no podamos recordarlos,
para que no construyamos una historia juntos.
Algo baja en mi mejilla y sé que no es lluvia
porque saliendo de la niebla, del bosque, de las coníferas
que sucedieron una época en que casi se extinguen,
desde lo alto de la montaña, veo el sol y el cielo azul,
apenas el vaho que exhalo se distingue.
Llego a mi destino.

Estoy en la parte más alta.

Recorrí treinta kilómetros. Cruce los ríos inhóspitos
y los caminos de lastre. Maté animales y los enterré
en otros sitios cerca de otros animales
para que supieran mi furia y mi venganza.
Vi hojas nacer y ser arrancadas por la cólera del viento.

Vi árboles volcados con sus raíces al aire,
esperando sus últimos días. Vi el cauce del agua,
donde brota y nace la vida. Saqué piedras del curso del río
donde jamás imaginaron ver la luz del sol.
Vi un amanecer solo, esperando recuperar el tiempo que perdimos.
Caminé tanto por tantos años, escalando la montaña,
para ver que estaba solo.
Tomé mi cuaderno de notas y le prendí fuego.
Intenté destruir algo hermoso buscando
las palabras que aún no sé pronunciar.
Volteo mi vista y a los lejos veo una playa.
¿Cómo sería correr por una playa
que no podíamos nombrar?
Es ese sonido del agua golpeando
nuestros cuerpos lo que no logro entender,
porque, en la costa,
hay una playa a la que nunca fuimos.

 

 

La destrucción de la tierra prometida

La naturaleza es un espejo.
Una golondrina hace verano.
Es fácil marcar el paso
de los minutos,
pero las manecillas se atascan.
Robert Lowell

Somos una piedra que tiraron contra el mar.
Las olas rompen contra rocas que no logramos ver.
Adivinamos siluetas en la oscuridad.
Son cuadros adquiridos a buhoneros.
Por la noche, las siluetas parecen moverse.
Me gustaría saber con cuánta intensidad
las olas revientan contra las rocas.
Te pienso y creo que nos pertenecemos.
Dibujamos una historia que intentamos adivinar.
Chocamos sin saber la intensidad de nuestros deseos.
Somos una piedra que tiraron contra el mar.

Me digo que un día volveré a despertar a tu lado.

Más allá de eso, otros sentimientos:
me gustaría ir a cualquier lugar
y que estuvieras ahí.

 

Juan Hernández (1981). Editor, escritor y librero. Fue director editorial de Editorial Germinal (2009-2017). Ha sido curador de contenido para la Feria Internacional del Libro, la Fiesta de la Literatura Germinal, el Festival de Librerías y Editoriales. Fue coordinador de INSUMOS (programa pedagógico y literario del Centro Cultural de España). Becario del Colegio de Costa Rica para las Artes Literarias. Invitado del HAY FESTIVAL, Querétaro. Textos suyos han aparecido en periódicos y revistas como Samoa, Vacío y Paquidermo. Ha publicado los libros Insomnio (2010), Sentimos una cosa en un momento (2015), Una pequeña muestra del vicio (2015), Dígame quién soy yo, madre (2016), Carta al hijo (2017) y La noción de construcción (2018).

Polisílabos es un espacio dedicado a compartir la mejor poesía que se está escribiendo hoy en castellano y, siempre que sea posible, inédita.