Hace unos años Javier Payeras publicó un extenso poema en formato plaquette de escasísima distribución. Invitado a colaborar en penúltiMa pensó en poner de nuevo a disposición de los lectores ese poema.

Sentidos finales

Nada se parece a este medio día invasor.

Se aburren los ojos de tanto ver los carriles de las autopistas.

De alguna manera tienen que irse. Antes de desesperar, se restan con el contacto del aire.

Aburre no transitar. Y es una locura quieta la que amarga.

 

Gente que escribe carteles publicitarios en las carreteras. Que se dedica a suscribir sus acciones. Que se radicaliza en sus dedicatorias.

 

La gente se ahoga. Los carteles han sido tachados. Sus carreteras desviadas.

 

Por encima de este cuadro, el cielo descansa apagado y apacible.

Este cuadro es una película y todo dentro de la pantalla es una pena.

El recuerdo de un ataque aéreo o de una bocina que revienta los cristales.

La sala oscura abrió las puertas hacia la vida.

 

Algo tétrico tiene que existir detrás del que quita los libros de la mano y se pone a imaginar al espectador que se estremece en la sala oscura como un perfecto desconocido.

 

El arte es reescritura.

Mojamos la alfombra.

Meditamos y matamos.

Nada impide que pueda copiar una línea perfecta.

 

La reescritura es una venganza.

 

El escritor está en el árbol. Su cuerpo cuelga de una cuerda.

 

El objeto de narrar es suicidarse con todo gusto en el escenario íntimo del lector.

Quien cierra las tapas sobrevive a un crimen y a un suicidio. El lector es un testigo privilegiado.

 

No queda más pudor. Mostrar y ser leído es arrancar las cortinas.

Duele ser visto.

 

El tiempo se va en soluciones difíciles; los bostezos confusos son esperanza.

 

Cabe la noche. No entra. Abre la noche. No cabe la luz.

 

Dejo de lado cosas.

Moral. Agonía cubierta.

 

La forma del mar. Cierra.

Cortina abajo.

El silencio del páramo en la carretera es un espejo cayendo al cielo.

 

Tu carne.

Ciudad.

 

Vestigio de los ladridos.

Que tengan larga noche los perros.

 

Que venga la vida por los perdidos.

 

Puedo dejar de reconocer la palabra que tengo enfrente. En particular no significa nada que no sea durar en lo dolido.

 

Hora sílaba. Hora párrafo.

Todo tiempo es una cita.

Cada rostro es un enunciado.

Al final el punto y siempre la muerte.

 

La muerte es una hoja en blanco.

 

Después del punto la vida se condena.

La espuma llena la costa.

De lejos se marchan las palabras dentro del agua.

 

De lenta lectura, los trabajadores van cansados en el bus de la tarde.

 

Solo invasor solitario.

 

Este espectáculo. La ciudad roída. El dorado comienzo de su crujir.

 

Un cuaderno rígido.

Higiene mental.

Exhibición y cenizas.

 

Luz cubierta con esparadrapo, la herida mana y arde y ahoga.

 

Un día es una conjetura. Cierra la herida

 

Entrega su oscuridad.

Palabras fieles o inseguras, pero siempre finales. Resistencia.

 

Palabras oscuras y sentimientos dulces. Finales predecibles.

 

Es fácil escribir con odio y pretensiones.

 

Vueltos los días en páginas.

Ahora nada parece importante.

Se parten en cuadros aquellas verdades y los justos esperan misericordia.

 

Son grandes distancias y regalé mis zapatos.

Pero no mitiga mi hambre ni siquiera golpear con ira y ventaja.

La distancia solamente.

Estos ojos.

 

Se han vuelto mis amigos, los cadáveres de ruiseñor.

Keats en frío. Son dardos sus palabras.

 

Tras cada hoja, un objeto.

Lenguaje sin pausa.

 

Sentidos finales. Decir espuma. Cicatrizar.

 

Cosas naranja. Ocurrencias.

Mi voz se hace arena. Siento que se me hace tarde. Despiertan viejas emociones.

Sólo algunos párrafos para hoy. Lo demás se muere. Fosforece, por decir algo.

 

Este es otro lugar. Sentado junto al ventanal.

Archipiélago.

 

El aire contaminado entra de golpe por la ventana.

Nubes de una circunstancia.

Los árboles botan arena.

Estoy detenido viendo.

 

Se dice, las cosas son profundas…

También lo es el tiempo perdido. La tarde y el parpadeo. El escritorio y mi vida en dos patas. La pequeña y casi tenue esperanza.

Tanta vergüenza en mi podrida manzana de sabiduría.

 

El ácido de la lluvia vuelve amarillo el charco.

Pobre materia celeste.

 

En el dintel existe un minuto de calma.

Un balcón. Una guerra civil. Orillas permanentes.

 

Llega la hora, una hora para apuñalar el huracán. Manufacturar un arma. Mojar senos. Castigar piñatas.

Señales en el cielo.

 

La soledad es un mar sin orillas. Un relámpago de pronto. El resto son días y noches.

 

Por un espacio negro oscuro y a veces rojo. Una antorcha de alcohol da calor.

 

Mis uñas están corroídas de óxido.

 

Sobre esta hoja, el cadáver de un salmo.

 

Desde la orilla, el aire llega y me descuartiza. Arde el foco carnívoro en las retinas. Se pudren todos los frutos.

 

Las palabras están sitiadas, se acaban.

 

Escribir para la soledad de otro.

 

En nada, las palabras, en nada perforan o ablandan.

 

Los dedos amarillos sobre las hojas amarillas.

Gotas secas. Tinta vieja. Una letra camina en mis venas. Poemas parásitos, micro-poemas. Una breve absolución viene de la penumbra.

 

Se estira el resorte hasta aquí. Alcanza para darle sentido a ciertas líneas.

Apenas alcanza mi mano. Esa cortina apenas oscurece la habitación.

 

Afuera el segundo mundo. Busco la complicidad de su ignorancia. Mala poesía que necesita vivir.

 

Angustia en manada al vernos. Una espina cruzada en el párpado. Entras por mi respiración. Eres un origen.

 

Mis pupilas estiran la luz. Muerte puntual. Se cansan ellos y me canso yo.

Pero un lampo cielo o un ataque terrorista puede destruirnos el corazón.

 

Armas prohibidas. Veloces tachones.

 

Triángulo de tréboles.

Triptongo.

Novelas policíacas.

El niño mata a su mujer (la mujer de su padre).

Esa vida. Esa tabla con clavos.

 

Axioma de un crimen.

Raspa la cerilla y se enciende.

Orina un desfile.

Su historia.

 

Delta del fuego que en la garganta está cristalizado.

En tierra, un globo (el niño en la acción debe soltar un globo rojo y mientras lo pierde se echa a llorar. Esta imagen tiene que mostrarse por sí misma, sin caer en mi torpe grandielocuencia).

 

El muchacho cae como una cascada. Mártir. El clima envejece adentro. La luz joven. Donante de esperma.

 

Del sol se hace lodo.

Vacaciones.

Retiro manual.

Bibliotecas.

Sólo sal llueve afuera.

 

“Láctea penumbra”, significa “soledad sin fondo”

 

Sólo se amarga el vaso cuando el veneno pierde la fuerza. Escribir de largo hasta apagarse, hasta borrarse.

 

Sin orilla. Sin nieve. Sin orilla. Sin litorales. Sin orilla. Se desintegra.

Kilómetros más abajo, solos los muertos.

Nada más pasamos.

 

Miel ácida, el amor del padre.

 

Materia opaca. Pensamientos y días malos. Línea de lápiz.

Escapando por los túneles de la vida.

 

La rabia y el olvido. Deja.

Deja un deseo. Patrimonio de lo invisible.

Futuro y pasado son malas palabras.

 

Libros de la mala suerte que llenan las estanterías. Carbón en el fuego de ministros y dictadores.

 

Mi llave es un puñal. De pie veo sus bellas piernas. Hermosa es la muerte ajena, tan hermosa como ella.

 

Tarot. El loco. Siempre sucede cuando voy a llamarte. Toco la carta dorada.

 

Libros, discos y citas. Pedantería clasificada.

 

Asila claridad aunque se devalúe tu carácter. Cuerpo sin órganos. Café negro y respiración.

Cuerpo y semen. Lynch. Familia violando un cadáver recién vapuleado.

Guatemala.

 

El poema 10 es una X.

Lo demás es un enigma tipográfico.

Leo el poema más exquisito…

Pero no me gusta.

 

Tarde en el cine durante el estreno de Blade Runner.

Luego de bajar el asiento, armado de confites y gaseosa, el niño de 8 años comienza a soñarse replicante.

No salió jamás de aquella función.

 

Despierta con el agua de lluvia que se cuela esta madrugada. Camina por la sala y destroza la oscuridad con el interruptor de la luz. Los insectos se detienen sin prisa. El miedo está metido en su casa. Las paredes pueden filtrar toda la humedad. Los mitos de infancia llegan al insomnio.

 

Prostituta densa, cansada y menor.

Mareo oscuro.

La calcomanía de sus piernas siniestramente tristes.

 

Desde esta distancia, un corazón que no dispara y el encierro más vulgar. La cárcel de nada que espera nada.

La espera es algo peor que ver la televisión con la puerta entreabierta.

El rincón donde no me considero más que un despojo de la crueldad o el pesimismo.

La distancia donde sueño una voz instigadora.

El sueño omnipresente y el deseo que es solo sueño.

 

Visto en hoteles. Hoteles con viejos televisores.

Allí, apagaba la luz y aquella oscuridad era tan grande…

Sólo el resuello, el clima del alcohol.

Parecía que no había mal que por bien no vendría.

Sólo quedaba escribir. Luego entendí que pensar en voz alta es el único acto digno de llamarse vida.

 

Estar en el extremo más gris.

 

Sin glorias no hay ruinas.

 

Perder la razón. La locura no es quieta. Inocula todo hasta descubrirse en ese sitio antes muerto y rutinario.

Perder la razón es una fosforescencia invisible.

Palabra hinchándose.

La sinceridad del vacío.

 

La sensibilidad se vuelve deseo nublándose. Entonces los viejos rituales toman el control de la vida.

Ritos oscuros y pornografía. Simples ritos: oscuridad, andar todo el día en la calle.

Nada es coherente y todo parece inútil. Buscar en los despojos de las ideas.

Buscar la fotografía de Dios en los ojos de un muerto.

 

De niño guardaba mi cabeza en el útero de un televisor Toshiba en blanco y negro.

El color está añadido para mí.

Colores de la histeria. Matices. La vida gris donde llueven las palabras.

 

Los cangrejos secan la sangre en las playas.

Armonía de la corrupción.

Así tengo la lengua: es una corbata adentro de mi boca.

Resaca.

Viene y va una tierna voluntad. Se hace tarde. Ni luna ni sol. Sólo cuerpos vacíos.

 

Sol crudo. Recorro la plaza.

Fumando como violador. Caen las cerillas muertas.

 

Corredor de contradicciones. Pequeñas historias universales.

Todo es parte de ese relato fragmentario.

 

La vida perfecta acaba con las esperanzas.

La salvación está en las cosas pequeñas que vemos a diario. En esas hazañas menores.

 

Intensidad. El morbo crece a lo ancho.

No queda más redención que hallar la manera propia del olvido.

 

No se vive como se lee. Aunque muchas veces la tinta que nos escribe es ilegible.

Colonizar las páginas y dejar atrás las cenizas.

Extender la vida como a un resorte.

 

La tarde es una flor en la mano de un cazador.

La verdad de la presa.

 

Año nuevo frío.

Hambre de aire. Hambre total de luz. Mis manos hacen aros de humo.

 

Desde la ventana la rama de un árbol se mueve.

Cuatro siquiatras hacen chistes acerca de sus pacientes. Sus dientes rechinan de risa. Somos los veterinarios del alma- dicen.

 

Los buses van sin espacio y en dos centímetros busco mi propia coherencia. En la Ciudad de Guatemala no hay un lugar que no contenga violencia.

Olor a cuerpos húmedos de sudor.

Al fondo, la tersa mirada de un loco.

 

Arde saliva.

El cielo se cubre de ramas.

Quedarse donde se es feliz.

 

Asoman años a la gigantesca brisa en los huesos de Pasolini.

 

La foto de un pájaro disecado en el cielo.

 

No me escucho. Mis notas hacen fricción y mis palabras son un murmullo lejano. Voy lento a través de un idioma destrozado.

 

Los nuevos vinos se mezclan en el vinagre. Jóvenes que odian la juventud. A veces siendo otros, a veces muertos, de esa manera agrietan su piel.

 

Desde arriba leo “La religión de nuestro tiempo”. Hacia abajo el sol es cobre despedazado por el agua. P.P.P. transforma una sensación. Estoy anexado a la vida. Sólo quien habla es olvidado. Estoy escribiendo sin tregua, sucio exterior.

 

Mi vida menos que paisaje.

 

Los pequeños odian con rencor, muerden para sentir la sangre.

 

No verse en el deterioro de la cultura. “El pasado es irrespirable”. Fumar y leernos en las migajas de otro.

No creer pero seguir esperando.

Termino este cuaderno. Pasa que los días se transforman.

Intentar la poesía, hacer un diario.

Silencio cuando llegues podré sentir el mar por primera vez. ¿Huir o sumergirme?

Escribir un libro es un intento por dejar caer las voces. Entre líneas habita lo extraordinario.

Sólo referirme a la vida. Tomando la mía. Los fenómenos y el distanciamiento.

 

Me veo como un dibujo. Soy el lápiz y el papel al mismo tiempo.

 

Schoenberg me conmueve.

Estoy tan sólo afuera y me siento tan fuerte dentro de este cuarto, que me da miedo salir.

Que nadie entre.

 

Con esta otra orilla de la hoja en blanco haré la vida.

Últimos comentarios hechos con prisa por intervenir.

Sólo aquí en este espacio sin dolor y sin melancolía.

La vida hace su efecto en lo transparente.

 

Noviembre 2004- enero 2005

 

Javier Payeras

Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas.

Posdata es la sección en que los autores reciclan o ponen de nuevo en circulación textos bajo su decisión y criterio. En penúltiMa somos muy partidarios de las relecturas, así que compartir de nuevo esos textos nos llena de regocijo.
La fotografía que ilustra el texto es de Alixe Lobato. Su trabajo puede encontrarse en alixelobato.com