La editorial chilena Neón publica Una vida salvaje y desobediente, recopilación de textos de Henry David Thoreau seleccionada y traducida por Antonio Díaz Oliva. Compartimos con los lectores de penúltiMa un fragmento del texto Recolecciones, donde a modo de diario, Thoreau va inventariando algunos hechos de sus rutinas cotidianas en medio de los sinsabores de su existencia.
8 de enero. Lo que más me ofende de estas entradas es el elemento moral en ellas. Los arrepentidos nunca dicen palabras valientes. Sus resoluciones deben ser murmuradas en silencio. Estrictamente hablando, la moralidad no es saludable. Lo que importa son esas alegrías inmerecidas que no son convocadas y nos hacen más felices que agradecidos.
[El 11 de enero de 1842 el hermano de Thoreau, John, murió en los brazos de Henry por culpa del tétanos. Thoreau desarrolló síntomas psicosomáticos tan severos que su familia temía por su vida, aunque finalmente se recuperó].
21 de febrero. Debo confesar que no hay nada tan extraño para mí como mi propio cuerpo. Amo cualquier otra pieza de la naturaleza tanto, o incluso, aún más.
Siempre fui consciente de esos sonidos de la naturaleza que mis oídos no escuchaban, aquellos de cuales apenas capto el preludio de una saturación. La naturaleza siempre se retira a medida que avanzo. Lejos y detrás está ella y su significado. ¿Acaso esta fe y expectativa no se harán oídos por sí mismos? Nunca vi hasta el final, ni escuché hasta el final; pero la mejor parte fue invisible e inaudita.
Soy como una pluma flotando en la atmósfera; en cada lado hay una profundidad insondable.
Siento como si los años hubieran estado llenos en el último mes y, sin embargo, la regularidad de lo que llamamos tiempo se ha conservado hasta ahora como que yo [Dos líneas faltantes del manuscrito] serán bienvenidas en el presente. He vivido enfermo porque estoy demasiado cerca de mí. Me he tropezado, por lo que no hubo progreso para mi propia estrechez. No puedo caminar cómoda y placenteramente, sino cuando me mantengo lejos en el horizonte. Y el alma diluye el cuerpo y lo hace aceptable. Mi alma y mi cuerpo últimamente se tambalean, se tropiezan y obstaculizan uno a otro como gemelos siameses poco experimentados. Son dos que deben caminar como uno, ya que ningún obstáculo puede estar más cerca que el firmamento.
Debe haber alguna estrechez en el alma que lo obligue a uno a tener secretos.
23 de febrero. Me alegro de que sea así porque así puede ser.
1 de marzo. Todo aquello que aprenda de cualquier circunstancia: eso es lo que especialmente necesito saber. Los eventos provienen de Dios y nuestras personalidades los determinan, así como delimitan nuestro destino, de la misma manera en que las palabras y el tono de un amigo lo determinan para nosotros. Por lo tanto, toda circunstancia puede ser una experiencia y no sabemos cómo seríamos sin ellas.
11 de marzo. ¡Ay vida, qué vida esta! ¿Por qué la demora? ¿Por qué los años son breves y los meses no dicen nada? ¡Cuántas veces mis aspiraciones han sido relegadas! ¿Puede Dios permitirse el lujo de olvidarme? ¿Es tan indiferente a mi camino? ¿Se me puede posponer el cielo así sin más?
Nuestras dudas son tan musicales que incluso se persuaden a sí mismas.
17 de marzo. Jueves. He estado haciendo lápices todo el día y luego, al anochecer, fui a ver a un viejo compañero de escuela, quien ayuda a que el Canal Welland sea navegable para los barcos que rodean el Niagara. Mi excompañero no entiende ninguno de los motivos y modos que yo sigo en mi vida; profesa no mirar más allá del aseguramiento de ciertas «comodidades». Y así seguimos caminos silenciosamente diferentes, con toda serenidad; yo, a la luz de la luna inmóvil esta tarde, escribo estos pensamientos en mi diario; y él, en verdad, para madurar sus planes con fines tan buenos, tal vez, pero diferentes. Así estamos constituidos los dos, mientras que las mismas estrellas brillan silenciosamente sobre nosotros. Aunque yo o él estemos equivocados, la Naturaleza consiente plácidamente.
Se muerde el labio y sonríe para ver cómo sus hijos se ponen de acuerdo. Entonces, el Canal Welland se construye, así como otras comodidades, mientras yo vivo. Bien, todo muy bien, debo confesar. Aquellos veleros que van rápido no son detenidos.
19 de marzo. Sábado. Cuando camino por los campos de Concord y medito sobre el destino de este próspero desliz de la familia sajona, o las inexplotadas energías de este nuevo país, olvido que esto que ahora es Concord alguna vez fue Musketaquid y que la «raza americana» tiene historia tras de sí. Me parece bien recordar la eternidad que me antecede y la que me precede. A donde sea que vaya piso las huellas de los nativos. Recojo la flecha que acaba de caer en mis pies. Y, si la considero mi destino, sigo su dirección.
La Naturaleza tiene sus matices rojizos y su color verde. De hecho, nuestro ojo se divide en cada objeto y, en efecto, podemos tomar tanto un camino como el otro. Si considero su historia, es vieja; si considero su destino, es nuevo. Puedo ver una parte de un objeto o el todo. No pensaré que la Naturaleza envejece al pasar de una estación a otra. Estudiaré la botánica de los musgos y hongos en la madera podrida, y recordaré que la madera podrida no es vieja, sino que acaba de comenzar a ser lo que es.
20 de marzo. Qué simple que es la conexión de los eventos. Nos quejamos mucho de la falta de secuencia en algunos libros, pero si simplemente el protagonista se traslada de Boston a Nueva York, y habla de la misma manera que lo hacía antes, ya es suficiente. ¿No está mi vida vinculada en sí misma?, ¿acaso no tiene secuencia?, ¿acaso mis respiraciones no se persiguen naturalmente?
Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862) fue agrimensor, naturalista, conferenciante y fabricante de lápices, además de ensayista y uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana. Disidente nato, tan completamente convencido de la bondad de la naturaleza como para proclamar un «pensamiento salvaje», se le considera también un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Sin embargo, su auténtico empleo fue, según él mismo se ocupó de recordar, «inspector de ventiscas y diluvios». Su primer libro, Musketaquid, nace de un intenso viaje por los ríos Concord y Merrimack junto a su hermano John. Pero Thoreau quiso experimentar la vida en la naturaleza de forma plena y para ello, el 4 de julio de 1845, Día de la Independencia, se fue a vivir durante dos años a una cabaña en los bosques, donde redactó su obra más conocida, Walden. Años antes se había negado a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace su ensayo La desobediencia civil, pionero en sus propuestas relativas a la insurrección frente al Estado y la no violencia.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero