Continuamos la publicación de numerosas columnas de Martín Cerda de difícil acceso de la mano de Marginalia editores, donde están preparando la edición de un volumen recopilatorio, y han tenido el amable gesto de ir compartiendo con los lectores de penúltiMa los textos de uno de los más excelsos ensayistas de nuestra lengua, que, en este caso, se acerca, a modo de responso o elegía a la figura de Armando Rubio Huidobro, un poeta que murió demasiado joven pero que, pese a ello, supo obtener la atención de los lectores más atentos desde una edad muy temprana, convirtiendo su malograda vida en material mítico.
Estimado Armando:
Perdona que perturbe, sólo unos instantes, tu sueño eterno, pero pasaste a la carrera por la vida, que a todos nos faltó tiempo para hablarte, Y eso que, en mi caso, te conocía desde niño y que luego, entre mis idas y venidas, siempre charlábamos en la taberna de la SECH, en las calles o en los autobuses. Ibas demasiado de prisa, casi volando y ninguno de nosotros supo hacia dónde. Hoy lo sabemos, pero hoy ya es demasiado tarde, reloj detenido, calendario sin mañana.
Nunca hubiese imaginado, desde luego, que alguna vez iba a acompañarte al cementerio. Hubiera sido tonto de mi parte. Lo cuerdo era esperar, justamente, lo otro, que tú fueses a mi entierro. Pero la vida, algunas veces, se vuelve loca, y ocurre lo que jamás debió ocurrir.
Algunos de nosotros, tus mayores, habíamos calculado que serías uno de nuestros grandes poetas al despuntar el siglo que se avecina. Creo habérselo dicho a tu padre, mi amigo de tantos años, el más recatado poeta de mi generación y ahora el hombre más herido de la tierra. Lo tenías todo para serlo, gracia, talento y oficio. Pero, como te dije, ibas demasiado de prisa y nos desnucaste nuestro cálculo.
Hoy te veo, sin embargo, bailar con Isadora Duncan, mientras Essenin otro apresurado, te observa de reojo. Te veo ponerle caras a Dios-fotógrafo, para que éste, como tú decías, complete su álbum familiar, y para que Jorge Teillier, que está muy triste, te incluya en un libro que viene postergando hace mucho tiempo, Te veo, son tus palabras, con cara de hostia dominguera, repartiendo tu muerte en cada uno de nosotros. Y pregunto cuándo, a qué hora, en qué instante, volverás convertido en mito, leyenda o historia de estos años quebrados.
No tienes por qué inquietarte. Al fin, la muerte no podrá callarte, ni te hará nada más de lo que ya te hizo, porque, en verdad, estás condenado a seguir viviendo en tus escritos mientras dure el tiempo. Yo estaré bajo tierra, Leonora Vicuña habrá olvidado su guitarra, la U.E.J. habrá cambiado de giro, y tú, en cambio, serás siempre el mismo, el poeta joven al que le cayó la muerte cuando comenzaba a correr la vida. Y volverás, una y otra vez, a sentarte entre los jóvenes, animarás el ritual de sus copas, prolongarás su memoria con la fuerza del mito y todos, de un modo u otro, asumirán tu muerte como un símbolo inagotable.
Alguna vez, con tu padre recorrimos todos los bares en que dejó la vida Teófilo Cid. Se cumplía ese día el décimo aniversario de su muerte y con ese recorrido alocado quisimos, tu padre y yo, reencontrar ritualmente al amigo perdido en algún rincón de la nada.
Quizá ya no recuerdes esta tierra. Pero puedo asegurarte que aquí nadie podrá olvidarte. Ni Alberto, tu padre, ni tu madre, ni tus hermanos, ni tus amigas, como la Leo, ni tus amigos, ni los amigos de tus padres, ni los padres de tus amigos, ni toda esa gente que el día de tu entierro protestaba contra la muerte, para llorar en secreto por esa mala jugada. Que la paz esté contigo.
Nota literaria publicada durante el otoño de 1982 en la revista de circulación regional Alta Marea de El Tabo.
Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero