Continuamos la sección Punta de lápiz, donde vamos a ir ofreciendo las columnas que el insigne escritor chileno Martín Cerda fue publicando y que formarán parte de un libro que está en proceso de editar Marginalia editores, que han tenido el detalle de ir compartiendo con los lectores de penúltiMa estas columnas. Lujo.
Ensayando este día una ordenación de mis libros, he dado con un pequeño volumen, que yo sospechaba perdido en la biblioteca de algún amigo, con una “plaquette” en la actualidad casi inhallable. “Récit secret”, de Pierre Drieu la Rochelle. Fue publicado este librito –en las prensas de A.M.G., París, 1951- confidencial, casi para que circulara sólo entre los amigos del malogrado Drieu, por su hermano Jean, siete años después de la muerte de aquél, siete años después de su suicidio.
He vuelto a leer este relato de su vida. He vuelto a calar en sus trastiendas, en sus íntimos resortes morales –muchos dirán, por cierto, “inmorales”.- He braceado nuevamente en los destinos que corren palpitantes, tembloroso, bajo su prosa excelente. Drieu no fue un hombre de un solo destino, único e incanjeable. No fue lo que llamamos un “hombre serio”, cuya vida ha de consistir en el desenvolvimiento de una verdad conquistada en las mocedades. Contrariamente, como su obra fue más bien una “suite” de ideas contradictorias y vacilantes, un hombre en cuya vida pugnaba siempre el presente con su pasado y éstos con su futuro. Vivía desde sus antinomias, mostrando siempre una radical incapacidad de superarlas, de conciliarlas, en una síntesis armónica. Su nacionalismo le empujó a la colaboración, su antisemitismo lo llevó a tomar por esposa a una judía, su htilerismo le obligó a denunciar el mito, la mixtificación del “Leadership”, su socialismo lo hizo pactar con los elementos más reaccionarios de la Acción Francesa… En verdad, Drieu fue un caso de conciencia desgarrada, agónica –en permanente lucha consigo mismo.
Drieu no pudo vivir cómoda, tranquilamente instalado en su mundo, complaciente y complaciendo los apetitos de “l´ignoble foule humaine”. Desde su primer libro –“Mesure de France”- habló un lenguaje que hubo de escandalizar a quienes frecuentaban las “parleries litteráries” de la primera postguerra. Ya cuatro años antes –en 1918- había entregado a la estampa una breve “plaquette” –“Interrogation”- en la cual el excombatiente de Charleroi, de Verdun, el hombre que aún tenía los pies hundidos en la carnicería, se volvió contra la retórica del patrioterismo ministerial y del Café: “La clameur –escribió entonces- glorifiante des foules, rythmés par le maîtres, écrasse nos cris malhabiles”.
Drieu es hoy casi un desconocido para las nuevas generaciones. Casi nadie le lee, menos aún le estiman perdonándole por haberlo comprendido. Su nombre como su obra suelen extrañar a quienes han entregado algunas horas al estudio d elas letras francesas…
“L´ignoble foule” ha tomado su desquite: Drieu es el proscrito en todas las conversaciones, en todos los ateneos de hoy.
Nota literaria fechada el 21 de mayo de 1957, correspondiente a sus entregas intituladas “Punta de lápiz” del vespertino de circulación nacional La Gaceta
Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero