En este texto el autor se acerca a uno de los fenómenos estéticos y ontológicos que marcan la agenda de los últimos años dentro de parte del debate intelectual: la idea de que todos somos monstruos, la desaparición del concepto de «normalidad» en pos de una representación del mundo antinormativa que propone nuevos modos de considerar las cuestiones identitarias y la concepción de uno mismo. Esperamos que los inquietos lectores de penúltiMa lo disfruten.
Los relatos y películas de terror no dejan de ser un fiel reflejo de nuestra más mundana realidad. En ellos se ven reflectados nuestros miedos. Así, la literatura y después el cine se han encargado de enfrentarnos a nuestros más oscuros fantasmas mediante truculentas y terroríficas historias. Y qué duda cabe de que los monstruos, protagonistas rutilantes de estas ficciones, son los rostros que encarnan mejor estos miedos. Nuestros terrores. A modo de macabro juego me dispongo a buscar equivalencias entre los monstruos y entre nosotros los humanos. ¿Qué monstruo eres tú?
Actualmente, uno de los monstruos que más de moda está en el cine es el zombi. Es un ser-colmena, grupal, acusado por la podredumbre, sin voz, sin cerebro y sin identidad. Los zombis son seres anónimos que vagan en rebaños por el mundo devorando a quienes se resisten a ser como ellos, que sobreviven de la basura como carroñeros y que son presentados como desharrapados vagabundos que amenazan tu bienestar social Los zombis representan, desde las primeras cintas de George Romero, a las clases bajas, a los proletariados, a los miserables que malviven sin poder llegar a fin de mes; a aquellos que carecen de nombre propio, que se reúnen bajo puentes para darse calor en el frío de la realidad, y que se afanan en un mundo en decadencia que les obliga a ser víctimas indeseables. Son víctimas del capitalismo y en este sentido, no creo que sea casual que la última película de Zack Snyder haya ambientado su “zombie film” en Las vegas.
Un poco más arriba en la escala social estaría el poseído. El endemoniado todavía conserva parte de su humanidad y mantiene vínculos con la sociedad en la que vive. Está poseído por el espíritu de un fantasma o de un demonio (que podría ser el capitalismo, la religión, la esquizofrenia o cualquier otra forma de alienación posible). A veces actúa como otro porque está perturbado, porque una fuerza desconocida le posee y le obliga a llevar a cabo actos abominables. Ha pedido un préstamo que no puede pagar, ha engañado a su cónyuge o ha contraído una enfermedad mental. Pero la paradoja es que sigue siendo humano. Es el burgués de clase media, alienado y frustrado, que sigue viviendo en su casa y cuyo problema queda reducido al ámbito doméstico. Tan solo la familia y un exorcista (podría ser un abogado o un psiquiatra) tienen noticias de su “posesión”. El demonio está en el cuerpo como huésped, como parásito, pero siempre queda la esperanza de que su alma se salve. Es un monstruo a medias.
Y en la cúspide de los monstruos está el vampiro. Ser nocturno y misterioso. Siempre ha sido representado como un aristócrata, un personaje de la alta sociedad que vive a costa de la sangre de los humildes mortales. Está muy por encima de los demás, no necesita a nadie, vive aislado en su palacio y se sitúa más allá del bien y del mal. Ahora, en la era del captialismo tardío se ha extendido una nueva raza de nuevos ricos. Vampiros de clase alta que habitan chalets en urbanizaciones privadas, juegan al golf con tu calavera y les chupan la sangre a los indefensos mortales. Visten con traje y corbata, acuden a fiestas privadas y se desplazan por la ciudad en vehículos con las lunas tintadas mientras nosotros, los ignorantes mortales, dormimos y soñamos que ellos no son reales, que tan solo pertenecen a la mitología y al folklore.
Pero los monstruos existen. Están entre nosotros. Nos chupan la sangre mediante impuestos y extrañas tasas; nos provocan enfermedades que tan solo pueden ser exorcizadas mediante un especialista; o nos asedian al aparcar el coche o en un callejón oscuro. Los monstruos somos nosotros.
Pedro Pujante es doctor en Literatura, profesor de escritura creativa y crítico literario. Ha colaborado con diversas revistas, como Quimera o Revista de Letras. Ha publicado varios libros de relatos, novela y ensayo. Sus últimos libros son la novela Las suplantaciones (Mar Editor, 2019) y el ensayo Mircea Cãrtãrescu. La rescritura de lo fantástico (Editorial Académica Española, 2019).
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