Decía la Woolf, citando a los clásicos, que la divinidad está en los detalles. Desde hace mucho tiempo, los apóstoles del close reading defienden que se debe ir a lo mínimo (a lo minimísimo) para desvelar lo grande. Giorgia Esposito se detiene en el punto y coma, porque es lo propio, detenerse un poco más que con la coma y y un poco menos que con el punto, para invitarnos a pensar un par de cosas.
He sido invitada para hablar del punto y coma en el español argentino contemporáneo. La invitación me llegó escrita en cursiva, y yo le tengo una pequeña manía a la letra cursiva, una manía más bien cursi, vestigio de una adolescencia tirando a coqueta. Así que, tras un toque de vacilación, hice mis valijas y me vine a Buenos Aires para pronto descubrir que no, no vine exactamente a Buenos Aires, pues resulta que Buenos Aires es también una provincia, y yo estoy en Capital, en C.A.B.A. (que francamente sigo viendo como una deformación del más notorio A.C.A.B., all cops are bastards, aunque tal vez lo más cierto es que all cops are blue, o sea, tristes). Decía, vine a Caba a hablar del punto y coma – que, dicho sea de paso, en letra cursiva queda re piola – y la verdad es que no termino de entender cómo es posible que con toda la miseria que hay en este mundo, en esta ciudad y villa, alguien esté dispuesto a subvencionar mi viaje uber-charco para que les cuente las funcionalidades metatextuales y los valores comunicativos de tan vilipendiado signo de puntuación, porque la posta es que siempre fue el gran despreciado de la esfera ortográfica, pues su capacidad por abarcar las funciones de la coma y el punto a la vez hizo que se lo tachara de pedantería inútil de académicos polvorientos, y es así como este valioso signo de puntuación fue paulatinamente desapareciendo del mapa de nuestras páginas, es decir, que al punto y coma se lo vio de sobra y fue sentenciado al olvido por rotundamente inútil. Tal vez sea innecesario, pero también quiero aclarar que mis dudas iniciales con respecto a la invitación a esta conferencia no tienen que ver, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, con un supuesto desdén por el punto y coma.
Es bien sabido que en muchas ocasiones las cosas no son lo que aparentan, al igual que, según el nivel de humedad, ciertas melenas excelentes pueden acabar convirtiéndose en peinados de mala muerte. Así que me envalentoné y les vine a hablar de mis investigaciones ortográficas que hace exactamente un mes me llevaron a Suiza, donde estaba nada menos que la mayor experta mundial del punto y coma dando una conferencia, que más que una conferencia era una asamblea, pues todo el mundo quería aportar algo acerca del signo, porque además, fijate vos, resultó que muchos habíamos descubierto lo mismo a pesar de rastrear textos de las más diversas procedencias lingüísticas e históricas, lo cual, como era de esperar, fue muy emotivo, y como también era de esperar, después de la conferencia, me agarré un pedo tremendo con los chomskianos, verdaderos maestros de sintaxis y jerarquías, así como en el arte de tomar sin parar en los bufé que siguen elegantemente cada conferencia que se respete, y hacerlo con una naturaleza y pertinencia relacional tal (si se fijan, su estrategia es muy sencilla: toman un trago con cada conferenciante) que los demás no solo no se dan cuenta de que los chomskos están escabiándose, sino que encima los aprecian por cachivaches –, todos, por supuesto, menos los latinistas, de eso ni hablar. Según me contaron los etnolingüistas, una vez un chomskiano precarizado que andaba muy distraído en aquella época – debido a un divorcio doloroso y en ocasiones violento – quiso brindar tres veces con un latinista suizo, el cual, como era de esperar, escapó para reunirse en secreto con todos los compañeros del departamento (todos, menos los epicúreos) y finalmente resolvieron llamar a la yuta para asegurarse de que el loco no tomara el auto en condiciones tan innegablemente riesgosas para toda la respetable y políglota sociedad suiza.
Pero no vine a Caba para hablarles de ese país prudente, sino de las muchas formas de explotación textual del punto y coma en la Argentina del siglo XXI. Como ustedes bien saben – y si no lo saben tomen nota – el punto y coma suele delimitar los elementos de una serie y, en menores – pero no por eso desdeñables – ocasiones, esto es, cuando no marca una serie, puede articular dos (o más) enunciados que mantienen algún tipo de parentesco semántico con el co-texto, y que se encuentran prototípicamente en una relación de oposición. Por ejemplo, obsérvese el fragmento a continuación, extraído de la prensa local del gran Buenos Aires:
Todos los vecinos fueron convocados a la comisaría local: algunos, los más, decían que jamás sospecharían de él, un hombre tan devoto a la familia y al trabajo, y hasta a los hijos; otros, los recién llegados, insinuaron algo acerca de alaridos en la noche, y ruidos como de portazos.
Como se desprende de este ejemplo, la función del punto y coma – marcado en negrita entre “hijos” y “otros” – es la de señalar la relación (opositiva) entre dos (pero podrían ser más, obvio) entidades, a las que podemos llamar “sujetos” o “tópicos”, según adoptemos un enfoque sintáctico o comunicativo. Otro uso no serial del punto y coma se da cuando el signo separa una oración principal de una subordinada. Esta configuración produce un fenómeno de “anti-orientación” entre sintaxis y puntuación, ya que la estrecha dependencia formal que ata la subordinada a la oración de la que depende hace que entre las dos no pegue ni una coma, y sin embargo: el punto y coma. Y la lengua lo permite, señores, la lengua permite que se violen sus leyes gramaticales si lo que está en juego es una explotación comunicativa. De ahí que la subordinada que sigue al punto y coma mantiene una relación causal con todo el co-texto anterior y no solo con la oración principal que lo inaugura:
El crimen tuvo lugar frente a la casa de la víctima, ahí donde el mes anterior el policía y su exnovia solían demorarse horas posponiendo despedidas; porque ella no quería verlo sino bajo la atenta mirada ventanal de su mamá.
En el ejemplo que acabamos de ver, la subordinada encabezada por porque expresa una adición local que se une a lo anterior mediante una relación lógica de tipo causal. En otras palabras, es como si dijera: si todo ocurrió en la vereda de enfrente es porque ella no quería verlo, pero como el rati insistía, a veces la piba bajaba y le pedía, por favor, que se fuera. Asimismo, si convirtiésemos la subordinada que sigue al punto y coma en un enunciado autónomo, tipo: lo que pasa es que ella no quería verlo sino bajo la atenta mirada etc., su alcance textual sería más amplio y por tanto tendría mayores probabilidades de desarrollo en el co-texto derecho, por ejemplo, tematizando “no quería verlo”: Sin embargo, él seguía persiguiéndola noche y día, o bien, tematizando “la mirada de su mamá”: Y fue así como la anciana supo que la víctima fue brevemente violada antes de ser estrangulada.
Y ahora pasamos al uso más canónico y difundido del punto y coma, es decir, la delimitación de una serie, pero no una serie cualquiera – ponele, una serie con comas, conjunciones y digresiones, no, no se trata de esa suerte de series hijas del caos y la pereza – sino de una donde cada elemento se halla en el mismo nivel informativo que los demás. Una serie no marcada por jerarquías semánticas ni textuales y en las que es re contra evidente cuál es el tema (o tópico) central frente a los que forman parte del trasfondo comunicativo, que bien pueden ser digresiones pertinentes, pero que, a falta del punto y coma, suelen ocasionar una suerte de extravío sintáctico-semántico. El punto y coma serial nos permite entender, por ejemplo, que los que vienen a continuación – a pesar del orden en que estén dispuesto y de que entre uno y otro pusiéramos especificadores o distractores tales como “la mina estaba en pedo” o “caminaba sola a altas horas de la noche” – no son nombres fruto del azar ni del capricho de la conferenciante, sino partes de un todo coherente y olímpicamente locuaz. Ahí va, se los pongo en cursiva porque quedan hermosos: Johana Ramallo; Micaela García; Lucía Pérez; Analía Gauna; Anahí Benítez; Chiara Paez, Araceli Ramos; Natalia Melmann; Melina Romero; Araceli Fulles; Diana Quer; ; ; ;
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Y esto, creo, es todo lo que tenía que decir acerca del punto y coma, así que si ustedes prometen bancarme y no quejarse ante nuestros refinados organizadores, yo daría por terminada esta charla y me iría sin demora a buscar los poemas censurados de una antología infrarrealista – un comparatista suizo me dijo que en un cementerio de una gran ciudad de América Latina, en un ataúd sin nombre, un loco ha entallado los poemas de ese muchacho afantasmado, pero, tal vez por la prudencia de evitar lamentables y onerosos sinsabores de autoría, el escultor cambió el título y el último verso de cada poema, sustituyéndolos con los nombres de todas las pibas subordinadas y extraviadas en este gran chamuyo –, y que es el motivo por el que finalmente expuse mi melena a la intemperie austral, al relente de Caba.
Giorgia Esposito (Salerno, 1990) se dedica firme y compulsivamente a traducirlo todo. Tiene tantos acentos como almas y luchas. Vive sobre todo en Italia, entre el Mediterráneo y los Alpes, pero cada año emigra – pues su pasaporte se lo permite – unos meses aquí y allá con ocasión de su labor investigadora. Es doctoranda en lingüística y, en el tiempo libre, abre otros archivos y traduce. Ha traducido poemas de Roberto Bolaño, cuentos de Gabriela Mistral y una novela volada de Francisco Ovando. Ha colaborado con revistas literarias italianas, como Il Libraio, Finzioni Magazine, Minimaetmoralia, Scrittori Precari y Grafias, entre otras. Cuando no escribe para la academia ni traduce, inventa cuentos en los que traduce la academia a la lucha.
La imagen que ilustra el texto es obra de García de Marina. Si trabajo puede admirarse en su página web: http://www.garciademarina.net/
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