Nada más común y previsible que los profetas. Siempre, en todos los momentos de la historia del hombre, en cualquiera de sus civilizaciones, ha habido gente que usaba el futuro para manipular el presente. Ya nos enseñó Proust que el futuro es incontrolable, porque no existe, y por eso es inmutable. Solo el pasado es susceptible de ser modificado, como hacemos una y otra vez modificando la Historia para justificar nuestro presente. El hombre ha sido, y posiblemente será, siempre así.
El futuro ha sido regularmente anticipado de manera conceptual e imaginaria. Lo constataba Ortega, en una nota descolgada a El tema de nuestro tiempo: “Si alguien quisiera ocuparse en reunir datos para una historia de las profecías históricas, se encontrará en seguida (…) con que la profecía ha sido lo normal”. Una muestra adecuada de esta normalidad es, desde luego, la propia obra de Ortega.
Esto no implica, sin embargo, que la profecía haya sido una función constante. Ha habido épocas en las que el futuro no ha suscitado el más ligero temblor profético. Ha habido otras, en cambio, en las que el profetismo ha desbordado todos los cauces, como ocurrió durante el siglo XIX. El futuro fue la obsesión enorme de De Maistre, Hegel, Comte, Marx, Flaubert, Renan, Baudelaire, Rimbaud y, sobre todo, Nietzsche.
La generación de Ortega se formó braceando, en lo esencial, contra el siglo XIX, pero, al hacerlo, debió ir reconociendo el horizonte previsto por aquellos geniales decimonónicos. Esto explica, en parte por lo menos, las posteridades de Hegel, Marx, Flaubert o Nietzsche. Su profetismo es el supuesto polémico de las predicciones que los hombres del siglo XX encontramos en La decadencia de Occidente, de Spengler; en La rebelión de las masas, de Ortega, o en La situación espiritual de nuestra época, de Jaspers. Otro tanto ocurre con las novelas de Kafka, Musil o Broch. Lukács, detractor encarnizado de la obra de Kafka, debió, en las postrimerías de su vida, reconocer al escritor praguense la misma mirada profética que había encomiado en Jonathan Swift.
El profetismo de Kafka, de Spengler o de Ortega —e incluso el profetismo latente en el utopismo extremo de Ernst Bloch— no fue, sin embargo, un gesto fortuito ni aditivo. Fue, al contrario, la respuesta a la profunda crisis del mundo histórico europeo a comienzos del siglo XX, y que Gottfried Benn caracterizó, desde la misma altura generacional, como la descomposición de una época.
Por más de alguna razón, sospecho que esa respuesta prosigue siendo, en nuestros días, legitima.
Nota literaria fechada el 26 de agosto de 1978, correspondiente a sus entregas intituladas “Fragmentario” del periódico de circulación nacional Las Últimas Noticias.
Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero