En penúltiMa nos consideramos muy afortunados porque hemos ido construyendo, a lo largo de estos cuatro años, una pequeña comunidad de lectores y de autores que nos tienen siempre en cuenta. De entre esa reducida, pero escogida, comunidad, le tenemos un especial cariño a Javito Payeras. Por un lado por su generosidad, por otro porque es inquieto. Aquí les compartimos un capítulo del libro que tiene ahora entre manos, lo que sirve de ejemplo perfecto de ambas características: alguien que regala la lectura de un fragmento de un libro por venir y que evidencia en él su inconformidad. Gracias, Payeras.

Soy el topo que construye su madriguera para encerrarse en ella. No siento ni el más remoto deseo de asomarme a la luz. Sólo me interesa cavar en mi túnel. No sé a dónde me lleva, tampoco me interesa. Mi vida es construir un laberinto que, posiblemente, a nadie le interesará recorrer. Huir en un atajo oscuro donde permanecen ocultos todos los nombres, todas las nomenclaturas. Tomar subterráneamente todos los territorios.
Cavar para no sentir lástima por los que viven afuera y encima de mí. Lo único que importan son los residuos que deja esta vida.

Todo cuanto puedo decir es que nunca oscurece. Detrás del cansancio vienen las ventanas con algunos cirujanos del alma. Detrás del cansancio existe un manual con millones de palabras sobrantes. A veces las cosas tienen nuestra máxima saturación. Vuelven los buses. Suben y bajan las personas. Las uñas de los dedos de los pies crecen y la barba comienza a encanecerse. Y se moja el pan en la misma taza de café. Migrañas chinas y manchas volátiles. De mañana contrae el sol. El dolor puede apagarse, pero siempre hay demasiada luz.

El bolígrafo ha dejado una huella azul sobre el papel. Sin embargo, todo parece un largo prisma de silencio. Es necesario beber dentro de toda esa rutina, para no ahogarse y para sonreír. Quizá no hay ningún éxtasis sobrenatural en una vida así. Sólo hay focos y horas y calendarios, cheques por cobrar, contratos, contadores, cierres, aperturas y todas esas cosas de las cuales no puede salir algo poético.

Todo el sueño se ha ido. Prendemos la computadora y ese zumbido nos mata las ganas de pensar. El insomnio no tiene ventanas. Es mejor rayar el cuaderno una y otra vez. Está de más razonar. Concluimos pateando los platos, quebrando las cosas. El blíster de Clonazepam está en rojo desde hace varios días. La vida no es clara. Es vulgar. Una continua promesa de desalojo. Los teléfonos móviles que repican sobre un tablero y la marcha lenta de los indigentes que piden una moneda. La cola de vehículos sigue sin que nos alcance el mundo. Las letras van con la marea de gente. Ornamentadas entran como una flecha en el ojo y salen por los oídos. Las letras llevan un vientre ancho y un sexo estrecho, una armadura verde, un corazón acelerado por la vida. Se interrumpen los ladridos. Una rueda de semen aceitoso crece en los pantalones y cuesta hablar de los sentimientos.

Dentro de mí coexisten todas las cosas, las imágenes más absurdas, las oraciones sin sentido. El reflejo respira el reflejo. Simbólicamente estas palabras se pudren y se devalúan. No tienen sentido. No construyen la trama de una novela. La vida no es literatura. Al fondo de la piscina, un cuerpo. Un objeto que dejó de caer. Sólo los niños creen que podemos volar en el agua. Los locos ven hacia abajo a los que nadan. Sólo algunos poseen el secreto para flotar, la mayoría cae, inevitablemente.

El mismo ruido de los negocios a punto de abrirse. Soleado patio. En este rincón apartado de la escritura una verdadera vocación es el obstáculo. Ante las puertas abiertas, los ojos son cartones húmedos. El sol. Un vaso de ron. Un hielo secándose en mi garganta. El lapicero vomita sobre la hoja. El estertor. La respiración. Un demonio sobre la página. Unas manos liman los bordes de este acantilado. En los baños de las oficinas hay cartas de auxilio

Los ojos corren detrás de los días y la vanidad se va lejos. Abundan los satélites en mi vida. Soy un insecto escribiendo a las orillas de una familia. Alguien barre la vida y la tira dentro de una bolsa plástica negra. Cada madrugada viene un nuevo envejecer. Dedos que van en hileras por el viento. Hileras de miedo y habitaciones oscuras. La pantalla de la memoria que se limpia con arena gris. Ocupa tiempo caer despacio. Visten de plumas llenas de cáncer. Acaso quien muere no es similar a la sirena de la ambulancia que se apaga. Nada está debajo de la sed. La soledad se repite tanto. El gusano viaja, cruza la manzana como una flecha lenta. La bala lenta de sentir. Sentado y reposando. Inclinado. A punto de caer. La risa adelgaza. Nos mastican los dientes de los minutos. Volver al patio más húmedo, la retina de un niño. Los minutos terminan los días incompletos. Sin ganas de respirar. Ni de encontrarme con nadie. Ni siquiera de salir a dar una vuelta y volver con libros nuevos. Nada. Ni chistes nuevos. Únicamente tedio. Hacia arriba hay un abismo Palabras que abotonan los ojos. Promesas sin cumplir. Familias rebosantes de salud y encerradas en la más oscura monotonía.

Me cuesta respirar. Tomo un libro, luego lo alejo, salto por sus páginas y luego me siento a respirar, y no puedo. Leo desconsolado por mi inutilidad. Se me quiebran los nervios y no me ajusto. Escribo un relato y, si me permito el lujo de terminarlo, me dará algunos días de felicidad. Es un lugar común hablar del sufrimiento, de la imposibilidad de escribir algo nuevo. Todo, prácticamente, es un lugar común.

Del pasado sólo quedan corredores solitarios. Pasillos que dan tedio a la memoria. Algunos intentos de fuga. Algunos ecos de amigos muertos y de algunas repeticiones amargas. Muchas fotografías de días distintos. Mi bitácora está en las anotaciones que hago en los cuadernos.Cuadernos desobligados y secretos. Repletos de tachones, números de teléfono y manchas. El rastro que le sigo a la coherencia. Muchos de ellos sólo tienen restos de rabia. De inhabitable felicidad. De empalagosos hallazgos de fracaso. Ideas antiliterarias y confidenciales.

Debería ser lo mismo, estoy exactamente en el mismo lugar, viviendo en la misma casa… pero es distinto. Desde hace días no hago más que caminar sin rumbo. Por eso me siento extraño trabajando. Creo que es necesario mantenerse en un hilo de esperanza para tener ganas de emprender algo. Cuando no se espera nada y el siguiente día es una escena idéntica a la del día anterior, hasta el placer se vuelve una condena.  Las líneas son mis recortes. Me siento cortado a pedazos. No soy una persona entera. No hay reglas, sólo monotonía. No hay tiempo suficiente, sólo nostalgia requerida.

Basta de huir para sentir calma, las palabras deben tomarse, no ofrecerse. Imprescindible vivir los procesos con la plena conciencia del presente. Cerrar círculos y no dejar nada sin concluir. La meta es llegar a la saturación sin control.

Nada. El pensamiento está fuera de murallas. Siempre comenzando de cero. Traicionarse no es contradecirse. Vestirse con los vestigios de vanos logros. El trabajo reemplaza la superstición. Sin embargo, hay que escribir. Perder el habla para que las ideas no escapen por la boca, para no sentir que se pierden. Escribir es huir por el atajo más oscuro. Ese lugar donde permanecen ocultas todas las nomenclaturas. También es invadir un territorio hostil, la literatura. Un sitio ocupado por nombres resonantes y perfectos, donde es muy difícil reconocerse. Hay que gritar para defender la ignorancia. La ignorancia feliz de sentirse único al atravesar ese país súperpoblado que es la palabra escrita. Algunas cosas por decir. Escribir tanto afuera por dentro. Nada más que un arrecife lleno de palabras. No hay nada que escribir, sólo queda recortar los diarios. La imaginación está dentro de de lo vivo. Sólo quien habla con sus propias palabras, sabe la historia que debe contar.

Me gustan los sonidos que marchan lento. Nadie los quiere oír. Las palabras van cambiando. Son como ese ruido que durante la noche angosta en los extremos. Uno necesita sinceridad a medias. Las palabras son una presencia. La realidad corre demasiados riesgos. Una vida es algo lleno de segundos. Los libros, los discos, el círculo de la lámpara y su luz. De no ser por esa breve luminosidad de las cosas. de no ser porque se detiene el tiempo cuando los dedos recorren el lomo de un libro y porque algunos sueños habitan ese espacio sin ruido del deseo. El amor toma formas no señalizadas: el rostro que deja una taza de té sobre el escritorio. Toda la belleza imperceptible que está contenida en las pequeñas cosas. La escritura de una lenta metamorfosis. La lectura me salva de mí mismo. Afuera de esta habitación miles de ideas quedan en blanco. ¿Dónde quedarme?, ¿dónde encender la luz? Aquel limbo de estrellas derribadas y avisos de tierra firme. Las palabras de la comedia no escrita. Destierro hacia una novela inacabable. Atrapar las formas que giran alrededor de un lampo de silencio. Redención y paciencia. Pound anunció que la poesía rebasaría la ignorancia de los editores y los empresarios de la literatura. que las ideas siempre fluirán de la mano del riesgo. Ojo a la inmovilidad de los perros guardianes que babean y ladran, pero nunca saltan el cerco. Ojo a los chambelanes del éxito y sus atildados lugares comunes. Ojo a los moralistas de toda índole que señalan a otros su propia falsedad. Ojo a los llorones y a los hipócritas. Ojo a los predecibles y a los amargados. Ojo con los que repiten las mismas quejas durante años. Manos y rostros débiles. Solitarios claroscuros. Diluir cada una de sus orillas estruendosas. Diluir el ruido. Sondear la ansiedad. Este miedo es la semilla de un sabor oscuro. Las ventanas parecen resistir la luz, el aire. Instantáneas y oleajes. Seco restallar de los gritos. Afuera está encadenada. Voz que me estorba dentro. La luz en las grietas. Sugerirlo al vacío. Desintegrarse de hambre. Ir. Irse de todas las direcciones. Arrojarse por la ventana. Gotean las esquinas. Romper la hoja de luz intensa. La música da inicio. Pies doblados sobre sí mismos. Volver a casa. Volver a esa crisálida transparente. Mínimo asomo de luz y oscuridad. No llegar a las puertas. Las salidas paso a paso retroceden. Sobre la cama, un cuerpo disecándose. Viajar previo el insomnio. Viajar en la garganta seca y torcida de la vida.

Agonía. Mala poesía. Empujando de manera complicada. Con solemnidad. Pero la tarde no seca en todos los desgraciados minutos. Nada recibe la influencia de la aguja que sorbe la tinta. Destrozos.

Este paisaje es una pantalla, la vida es una sala oscura. El cuaderno tachado. Higiene mental. Exhibición y cenizas. Llega la hora de decirme: todo descubrimiento no tiene sitio en la acción verdadera. Dudo. Miento. La acción contrasta con la soledad. Resistencia, palabras oscuras y sentimientos dulces con finales predecibles. En el cuarto a oscuras, pedazos de mí se reconstruyen. Se destrozan las toxinas de aquella tarde y cae la llovizna. Llamar corazón al apetito. Ahora todo puede suceder y nada posee verdadera alegría. Mi tiempo pasó del amarillo al blanco. Un tono encerado y opaco es hoy en día. Se agotan las promesas. Deberán surtirme los minutos de un verdadero significado. Las anotaciones en este cuaderno cuando todo se aleja. Mi casa sin sol, mi sol sin respuesta, sol que espera. El ruido y el ruido y el ruido. Mi fuerza imperfecta con mi vida imperfecta. Las anotaciones en este cuaderno… poemas malos: locura tan sólida… verdad a distancia, dolor que consuela / puerta / ventana / rama / sonido. Mi día y mi noche y mi amanecer.El deseo de venirme con rabia.La esperanza de otros días. Mi mano. Este cuarto de esquinas. Este cansancio de agua, de viaje, de suma, de zodiaco y de agujas entrando al alma. Y toda mi materia es un papel que siente, porque ninguna servidumbre vale la pena. El ocre paseo de ir a la oficina; túmulos de bocinas, el miedo a los vecinos, a los tragos inagotables, al deseo, las llamadas que espero, el dinero escaso, los trofeos al sacrificio y a la astucia; los poemas incompletos, los problemas del mal sueño, las insistentes maneras de pedir amor… afuera un cerco. Las sirenas de los malos pensamientos. Libros sin leer. Calor invernadero. Evaluación de la última borrachera. Nuevos chistes para olvidar viejas gracias. Afuera: darlo todo y luego esperar algo de vuelta para no sentirme incompleto. Evitar por todos los medios salir a buscar el mundo. Afuera sólo hay líneas que no llegan al cielo. Las palabras son notas sobre un libro que se borra. Es necesario hablar a solas antes de salir a buscar el mundo.

 

Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas.

La imagen que ilustra el texto es obra de la fotógrafa mexicana Lourdes Grobet, pueden profundizar en su trabajo visitando su página web en : https://lourdesgrobet.com/