En La rosa púrpura del Cairo, Woody Allen imagina que los protagonistas de su película pueden sumergirse en las proyecciones que presencian, a modo de reverso involuntario, María Cabrera imagina otros entrecruzamientos entre el cine y la realidad.

 

Al salir de la sala de cine la ciudad se llena de imágenes. He visto Como nossos país y me he introducido en la intimidad ajena: en su espalda, su rostro incompleto, su mano agarrando la de su marido y sus hijas, entre un hombre y un marido y una madre a la que le han pronosticado dos meses de vida —dice: “un día diluvia y otro tenemos que regar el jardín”—. He visto Human flow, la cadena humana de urgencia que atraviesa México, Kenia, Siria, Líbano, Rusia, Macedonia, Grecia, Moira, Idomeni. Gente sobreviviendo en caminos, cauces de ríos, vías de tren. He visto en Alemania el campo de refugiados estilo IKEA para quienes han visto destruida su propia ciudad. He visto el cadáver de un niño en la orilla. He visto un barco en medio del océano con más de 65 millones de personas. No he visto The Nile Hilton Incident, la película premiada. He visto La muerte de Luis XIV, el sopor absoluto de la muerte del monarca absoluto. He visto y he oído todo: la primera mancha de gangrena, el avance de los días, la respiración sustituida, de súbito, por el zumbido de una mosca. He visto Las postales de Roberto porque otro hombre filmó su vida. He visto cómo pintaba, cómo trabajaba, he visto el cine amateur canario de los años 70, cómo unos completan la biografía de otros en una colección de playas y atardeceres que también he visto. He visto Gabriel e a montanha y he imaginado que viajaba: Kenia-Tanzania-Malawi. He visto el recuerdo: el viaje que hizo mi hermano, su ascenso durante siete días al Kilimanjaro —le dolía la cabeza por la falta de oxígeno—, la misma montaña que sube Gabriel, en la que estuvo desaparecido 19 días. He visto, en los títulos de crédito, las fotografías reales de 2009 en las que aparece Gabriel con la gente africana, antes de morir. En la película, el actor se fotografía con esas mismas personas; he visto la ficción como recreación. He visto a presos inventar un lenguaje de signos para ligar entre cárceles dominicanas vecinas: he visto Carpinteros, la falta de movilidad vencida si dos presos agitan sus brazos de un pabellón a otro y sienten que se tocan. Doy un paseo por la última SEMINCI y por las calles de Valladolid antes de regresar cada noche al apartamento con vistas que he alquilado.

 

María Cabrera (Madrid, 1985), ha escrito la novela Televisión (Caballo de Troya, 2017) y el poemario La habitación del agua (2014). Además, ha escrito dos obras de teatro por encargo: Despertamos (2012) y una versión de La dama de las camelias (Premio Público de Chiclana al mejor espectáculo del año 2013).

Personae es la sección que habla, como su nombre indica, de las máscaras, tanto las ajenas como la propia, porque todo texto autobiográfico está preñado de ficción y todos los textos ficcionales han brotado de las semillas de nuestra experiencia. Muchas veces la mejor máscara es la del rostro propio.

La imagen que ilustra el texto es del artista Robert Zhao Renhui, su trabajo puede encontrarse en http://criticalzoologists.org/.