La editorial porteña Palabras Amarillas va poco a poco consolidándose como una propuesta que interviene en el panorama editorial argentino con textos poco habituales, escorados, que replantean toda la estructura en sí de la edición, que tiene cada vez más, como en el mundo anglosajón, a privilegiar textos extensos. Además son, también, géneros no centrales, o, mejor dicho, no reconocidos como tales. Por eso es doblemente buena noticia que una propuesta así se asiente. Y, como botón de muestra, su más reciente libro: Morris de Violeta Kesselman, del que compartimos tres fragmentos para los lectores de penúltiMa.

 

De la imaginación nada, todo de la realidad. Los trenes de tu nuevo enemigo, el Estado nacional argentino. Los planes de estudio irrelevantes de tu enemigo. La tarjeta de crédito envenenada. La estación de servicio estratégicamente puesta en una encrucijada. Los sintagmas son infinitos. Te dicen que estás a las puertas del anarquismo: si así fuera no me preocupa porque el jamón y el queso despiertan la conciencia. En el extremo del sueño los músculos son dulces y el ácido láctico los reblandece. El resto de los sentidos está agudizado y ven que lo que se ve afuera es concentradamente campo. Hace mal lo feo que es el día. Pasa un perro chuzado por otro. El sol llega testimonial a la superficie de las cosas. Pasa una moto con un padre, un hijo y una madre. En las sillas más incómodas del partido un lápiz dibuja la lógica de la izquierda y la derecha en una servilleta sintética. Todos son sospechosos en ese distrito de derechistas. En la televisión baila un hombre disfrazado de tostada, un hombre baila disfrazado de tostada, un hombre disfrazado de tostada baila, una marca local de reposeras, es el lado de adentro, falta poco.

 

Un gusano cortado que de tan gordo emana sangre. Se oye que alguien dice: esto es lo mío: esto no es lo mío. Nadie está escuchando, nadie está escuchándose. Las palas de diecisiete personas horadan el barro pregnantísimo, casi fecal. No llega a ser más que brisita, pero húmeda y fría, desajustada, que busca adentro de la boca la carie sin curar y le retuerce el nervio. No, es viento, pero traslada palabras indiscretas unas contra las otras, un gran vocerío cercano al idioma materno que hace creer, a quien oye pero no capta, que un accidente cerebral le prendió fuego el centro del lenguaje. Es viento, suave pero helado, un poco inconducente. Largas tiradas de consejos de generales chinos, de sabios chinos, de chinos del chino, que explican la forma de hacer la guerra, de conducir los carros, de guiar las personas a través de una zanja. Enfrentado a nuevos problemas lógicos el cuerpo asume nuevas posiciones físicas, una forma transformada de escuchar con el resto de atención restante, de horadarse con una uña la encía para mover dulcemente el colmillo afectado, emana su bilis, deja de doler. Es fantástico todo el tiempo que puede estarse pintando un baño con nafta. La confusión de la frase delata un error de método: son los pinceles que se pasan por nafta para sacarles lo adherido de la pintura, y que luego corren tapando en este baño las inscripciones que no convienen. Desde arriba, se ve: es un cubículo de dos por dos de material, suele llamarse endeble, suele llamarse precaria, suele llamarse voluntarista, puede llamarse voluntarista pero está ahí. Metros alrededor no hay nada salvo unas columnas de hormigón fantasmagóricas que no sostienen ningún techo.

 

Un hilo de baba recorre la historia. Se dice que la historia es un concepto incuantificable, y que por su misma falla matérica de fábrica nada puede, en rigor, pasar por ahí. Se dirá que es un concepto anormalizado, indistinto, que equivale tanto a pilas de cadáveres como a marcas con cuter en una línea de tiempo como a gusto a sangre en la nariz. Un hilo de baba recorre el pensamiento. Se dijo que el pensamiento, siendo material, es todavía no-espacial, no-atravesable. Que habría que decir entonces que gotas de baba plateada, marcadas muy cerca una de la otra, dejan una huella en diarios, revistas, en las lenguas, conferencias, trabajos, peleas con ex compañeros, familiares, la cáscara de huevo vacía que es la mente sin todo eso, una tos en la radio transmitida un día de calor ominoso. Liberal, liberada, la tos se transformaba en una voz que decía: tu facción no piensa, apenas siente, por la noche, sentimientos imperfectos, precapitalistas, atontamiento con ruidos y colores que tienen la característica invitante del sueño antes que la cualidad racional del día. Tu facción, que aspira a conducir a las demás, un óvalo azul superpuesto a un óvalo rojo, puede tener frentes de lisiados que se arrastren en carritos a la plaza, grupos de habitantes, estar ideológicamente bien orientada, mirar con ojitos brillantes a los pobres, pero bueno, no más que eso, nada más que eso.

 

Violeta Kesselman nació en Buenos Aires en 1983. Publicó Intercambio para una organización (Blatt&Ríos, 2013). Del 2005 al 2007, mantuvo el blog Todos los días, www.saleysepone.blogspot.com. Entre 2007 y 2011 fue colaboradora de la revista Planta. Junto a Ana Mazzoni y Damián Selci compiló La tendencia materialista: antología crítica de la poesía de los 90 (Paradiso, 2012)

La imagen de la cubierta del libro es de Leandro Tartaglia