Continuamos la publicación de numerosas columnas de Martín Cerda de difícil acceso de la mano de Marginalia editores, que se encuentra ahora mismo preparando la edición de un volumen recopilatorio y ha tenido el amable gesto de ir compartiendo con los lectores de penúltiMa los textos de uno de los más excelsos ensayistas de nuestra lengua, que, en este caso, se acerca de nuevo a uno de sus tótems particulares, el crítico Lúkacs, acaso el mayor crítico literario de la Historia.
En una de las últimas entregas del semanario L´Espresso (núm. 20. Milán, 20-V-1962), ha publicado Andrea Barbato el texto de la entrevista que sostuvo, recientemente, en Budapest, con Georg Lukacs. Lukacs –“el más grande filósofo marxista vivo”– se encuentra, actualmente, separado de toda función oficial, a consecuencia de su participación en el último gobierno de Imre Nagy.
“Un escritor o un filósofo –confidenció Lukacs al periodista italiano (a la vista, por cierto, de un funcionario del Ministerio de Cultura húngaro)– que está en desacuerdo con el régimen político del país donde vive, puede escoger dos caminos para rebelarse. Uno, el de la acción política concreta, de la oposición abierta, de la relación de fuerza. Otro el de la resistencia clandestina, el de la idea oculta; en suma, una especie de maquis intelectual”.
Estas palabras encierran el dilema de Lukacs.
En efecto, desde los tiempos del régimen de Béla Kún –primer intento de república comunista en Hungría–, Lukacs se encontró en una posición disidente respecto a los dirigentes oficiales del Partido Comunista húngaro. Durante los 133 días de dicho régimen, en el que ocupó el cargo de Comisario del Pueblo, Lukacs se alineó al lado de Jano Landler, notable opositor al “sectarismo” de Béla Kún.
Luego vino el exilio.
En 1923, Lukacs publicó, en Alemania, su célebre obra Geschichte und Klassenbewunsztsein (Historia y conciencia de clases) que, luego de un entusiasmo episódico de los círculos marxistas occidentales, fue violentamente “condenada” por la Tercera Internacional Comunista, presidida, entonces, por Zinovief, por Pravda (Moscú, 25-VII-1924), por Deborin (Lukacs und Seine Kritik der Marxismus, en “Arbeiterliteartur”, Wien, 1924).
En tal circunstancia –como lo recordé hace un tiempo (“Sobre un libro de Lukacs”. LA REPUBLICA, 29-IV-1961)–, Lukacs optó por la autocrítica, prohibiendo toda reedición de Historia y conciencia de clase; desautorizando cada una de sus perspectivas “heréticas”.
De 1929 a 1945, afirma Barbato, la lucha ideológica de Lukacs con los dirigentes stalinistas se libró según métodos del maquis intelectual.
A la teoría zdanovista, a la política cultural de los escritores, como Fadeiev, Lukacs opuso la revista Litereturnyj Kritik, que batallaba por suplantar la teoría del romanticismo literario revolucionario por los principios del realismo socialista.
Los stalinistas –Fadeiev, en particular– acusaron al realismo de Lukacs de “cosmopolita” y de burgués, empeñados, como estaban, en una literatura apologética que nada tenía que ver con el realismo, ni mucho menos, con el socialismo. La disidencia del filósofo húngaro terminó en las cárceles de la G.P.U., desde donde salió, después de varios meses, merced a la unánime protesta de los intelectuales comunistas alemanes y austríacos.
Esta polémica se repetiría, poco tiempo después, en Hungría cuando la revista oficial del Partido Comunista, lo conminó a revisar sus posiciones críticas. El encargado de artillar dicha crítica fue su ex–alumno József Révai, entonces, Ministro de Cultura, que había tenido cierta figuración entre los marxistas “occidentales” (véase Merleau-Ponty, Les Aventures de la Dialectique), que habían saludado al libro de Lukacs como un “acontecimiento”.
El próximo pasado estaba fechado en 1956…
Nota literaria fechada el 14 de junio de 1962, correspondiente a sus entregas intituladas “Jueves de papel” del periódico La República de Caracas.
Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero