La obra de Juan Luis Landaeta, poeta y artista plástico venezolano, trajo sus pasos desde Nueva York hasta Madrid, en un viaje que permitió hurgar en los orígenes de su escritura. Para el autor de Litoral central y La conocida herencia de las formas, «escribir parte de la imposibilidad de las palabras que apenas rozan lo que se quiere decir».
Insospechado, el recorrido por las formas indelebles de la memoria, los afectos, el desarraigo. Este encuentro, «absolutamente improbable e inusitado», nació de una caminata por las calles de una Chueca nocturna, mientras la empresaria Emma Rahn y el escritor Juan Luis Landaeta buscaban algún espacio de tranquilidad, «para hablar con calma», acerca del trabajo artístico de Juan Luis a propósito de su estancia en Madrid.
Emma, sin saber que desde hace tiempo lo conocía, aprovechó la ocasión para reunirse con él, y ambos protagonizaron una conversación donde inevitablemente la infancia apareció colada. En ese breve paseo, descubrieron que tenían en común más que el país de origen: también la ciudad, la familia, los amigos; pues resulta que Emma había compartido con Juan Luis desde que éste era un niño. Hoy, reunidos en su casa, el acontecimiento es recordado con gracia. Estamos aquí porque invitó a algunas personas cercanas, para que coincidieran en torno a su poesía, a su pintura.
Algunos rostros familiares se suman a la tertulia, y aprovechando que hacen las veces de público, iniciamos la cháchara, tragos de whisky y ron en mano, paseándonos por esos espacios de la memoria que resuenan cercanos. Entre Juan Luis y la mayoría los presentes se teje un vínculo estrecho: Maracay, lugar de Venezuela donde comienza su historia. «No hay nada que lo pueda hacer sentir a uno más en casa que apelar a la genealogía. Desde que llegué he estado hablando de mi papá». Las anécdotas en torno a su padre son la piedra angular de este «escudriñar» por los recuerdos que a él le resulta sencillo porque, asegura, tiene buena memoria: precisamente por eso escribe.
«Hay cosas que me impresionaron desde siempre y que claramente me invitaron a hacer lo que hago. Una de ellas es la imagen de mi papá llevándome al circo, íbamos tanto que creo que le gustaba más a él que a mí y que yo solo era un pretexto. El punto es que luego replicaba el espectáculo del circo con mis muñecos y de ahí vino un interés desfachatado por no tener miedo a hacer cosas en público». Es cierto que esta noche nos reúnen esencialmente dos manifestaciones: la escritura y la pintura. Aunque para aquel que huye y rehuye de los encasillamientos, la palabra artista es lo suficientemente amplia para definirlo: supone multiplicidad, diversidad, heterogeneidad.
Una de las obsesiones humanas es buscar el origen de las cosas. ¿Cómo juegas con ese empeño de querer explicarlo todo?
Si puedo hablar de mi génesis en un sitio con total tranquilidad es aquí. Yo desde muy chiquito tengo claro que las reglas no existen, que la vida y el deseo son raros. Las instituciones y los moldes que organizan la sociedad, como la Iglesia, hacen que hombres y mujeres duerman más tranquilos, pero la verdad es que el ser humano es disparatado. Somos los únicos seres vivos capaces de la hermosura y el horror. Todo ese horror y esa fascinación es muy humana. Por lo que ese capricho de decir: es esto, es esto otro, siempre me pasó por al lado porque desde chiquito entendí que las cosas no tenían por qué tener sentido. El sentido es una construcción humana para intentar asociar la razón a los hechos. El hilo que tiene todo eso es que te amen. Es la única manera en la que puede funcionar.
Amar, escribir y pintar son para ti ejercicios de libertad. Siempre te has atrevido a mantener al animal con las ganas vivas.
Creo que la conquista de lo que entendemos por adultez empieza con la voluntad, que es precisamente la manifestación máxima de definir qué queremos y qué no queremos. Hace poco alguien me decía que para calentar la voz es necesario hacer cosas de niños. Cuando uno es niño pinta, canta, actúa, imita y lee, sin pensar que el rayón que acaba de hacer es una manifestación plástica del siglo XX. Picasso decía que le había costado toda la vida volver a pintar como un niño; y Francisco Massiani también me dijo algo parecido: «Todos los niños son pintores hasta que los padres matan ese impulso».
También dibujas, ¿cuándo empezaste a hacerlo? ¿Antes de escribir?
En el colegio dibujaba con rotuladores sharpie. Una de mis hermanas, la mayor, estudió arquitectura por un corto período y a mí me encantaba lo que ella hacía jugando con la tinta, trazando líneas. Esas abstracciones geométricas me llamaron la atención y empecé a imitar esos dibujos, en un ejercicio en el que no me inhibía de nada. Y como comencé a escribir desde jovencito, sentía que la pintura era algo serio. Con los dibujos no pensaba en eso, llené un montón de blocs y esencialmente dibujaba mientras escribía, en un escritorio en forma de «L» que me regaló mi papá. Hoy en día trabajo así; casi todo lo que hago lo hago al mismo tiempo y me estimula. Lo que no entendía o analizaba en ese momento es que la escritura, la grafía, eran también una representación pictórica.
Entre tus referencias están Armando Reverón y Eugenio Montejo. ¿Qué encontraste de libertad, de amor, en ellos?
En el mismo mes de la muerte de mi padre, refugiándome en la música y en la poesía, busqué poemas de Montejo, especialmente Adiós al siglo XX. Ese libro fue un golpe para un muchacho de dieciséis años, inconforme con el mundo, que se está dando cuenta de que las cosas no son como tenían que ser, de que el mundo está afuera y que tienes que tocarlo, besarlo, palparlo. ¿Cómo es la manera de sentir todo eso? A través del contacto con las palabras, a través del lenguaje. Y con Reverón se rompe el mito de que la obra de arte importante es la obra de arte compleja, compuesta por muchas cosas. Pero resulta qe artistas como Miró, Kandinsky, Reverón, hicieron obra con lo mínimo.
Y la música, ¿qué papel jugó?
El tema de las canciones para mí ha sido importantísimo porque mi mamá se ponía conmigo a analizar las letras para saber qué historias estaban contadas allí. Para mí la conciencia del lenguaje pasó cuando escuché La despedida, de Fito Páez; yo escuchaba y escuchaba y decía yo quiero vivir cosas que me hagan escuchar esta canción con propiedad, yo quiero estar herido de esta forma, yo quiero ver la lluvia y sentir eso, pero todo eso era un contacto con el lenguaje, era una manera de decir las cosas.
Así nacen Litoral central (2015) y La conocida herencia de las formas (2016).
Para mí Litoral central era abordar una invención. Esa invención es el mundo, como si el mundo se inventara todos los días. Por ejemplo, el tema de las aves en esta obra está presente porque la imagen que yo le atribuía era la del rayo de luz como elemento definitorio. El pájaro que vuela es el rayo de luz que toca y descubre, que toca y nombra, que toca e inventa. En la oscuridad todos somos iguales y solo nos palpamos, no podemos entender quién es quién. Mientras que cuando estaba escribiendo La conocida herencia de las formas, mi atención se fue más hacia la pluma que utilizaba. Una pluma que ofrece resistencia ante el papel: porque suena, porque tiene roce, porque penetra. Al escribir con bolígrafo uno ni piensa en eso, pero la tinta sí te hace detenerte en el gesto escritural. Llegó un momento en el que sentía que si estaba escribiendo también estaba dibujando.
Esa dualidad entre escribir y dibujar, ¿cómo se alimenta?
Cuando llegué a Nueva York presenté los borradores de Litoral Central y una profesora me preguntó por qué hacía obras figurativas en lugar de intentar descomponer aquello que claramente era un pájaro en formas abstractas. Yo, que soy bastante obsesivo, empecé a hacer otras láminas más grandes y cuando iba por la número cincuenta estaba haciendo trazos geométricos perfectos a pulso. Eran como móviles contenidos, figuras que al verlas sientes que se están moviendo pero realmente está detenidas en el espacio. Después mi interés mutó hacia el abordaje de la línea como elemento compositivo.
¿Qué significa para ti y para tu obra vivir en una ciudad como Nueva York?
Yo no había salido de Venezuela hasta que me fui a Nueva York, con una beca para cursar una maestría en Escritura Creativa, en un momento personal delicado, tanto económica como personalmente, en mitad de un duelo. Pero en ese entonces tenía clara dos cosas: que la oportunidad que saliera sería mi futuro y que lo que iba a dejar atrás lo iba a dejar atrás. En esta ciudad cursé mi maestría, me enfoqué en escribir, en pintar y todo lo que he hecho ha sido con mi creatividad. En todas las ciudades consigo la manera de crear mi vínculo con ellas. A mí me interesa descubrir lo intrínseco y lo profundo de las cosas.
A propósito de la palabra herencia, ¿qué formas has heredado?
Como no heredé nada de lo que se podía heredar te diría que todo. Yo creo que una de las primeras cosas de las que me siento heredero como ser humano es la capacidad de asombro y descubrimiento. El día que te despiertes y pienses que sabes todo es mejor que te pegues un tiro. La otra es no sentirme ajeno a nada, porque nunca me he sentido excluido. Why not? Lo peor que podía pasar es que saliera mal o, simplemente, no saliera.
Ese Why not? revela que para ti, lo ideal, es «ser» sin buscar «permanecer».
Con el tema del ser y del permanecer, en Occidente estamos creados para pensar en el futuro, esperando a cada rato la actualización constante, la novedad que sorprenda y nadie está hablando de tener un gran presente. La primera cosa que te venden cuando eres chiquito es que tienes que ser grande, porque se supone que en el futuro está todo lo que tú quieres. Yo creo que si entramos en conciencia de que tenemos un solo tiro y un disparador adentro que nos dice qué perseguir, podremos conquistar nuestra vida.
Y en el presente, ¿qué persigues?
Creo que lo único que persigo es jamás traicionarme y, por eso, he convertido la idea de no traicionarme en mi vida. A cada lugar donde voy me llevan las palabras, las pinturas, las rayas, y todo aquello que se supone que no me iba a llevar nunca a ningún sitio.
María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Transeúnte y periodista. Vive en la búsqueda permanente de las historias detrás de los rostros, gestos, pisadas. Haciendo malabares en este mundo circense, en el que aspira jamás perder la capacidad de asombro ante lo que, en apariencia, resulta nimio. Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios venezolanos El Nacional y Notitarde y en la revista digital Clímax.
Maimónides escribió una Guía de perplejos que, acaso, sea uno de los libros fundamentales de la cultura española. Perplejo se queda, siempre, un escritor cuando es entrevistado. Ya sea por la ineficiencia del entrevistador o, por el contrario, por el conocimiento que despliega de la obra del entrevistado. Y más Perplejo, si cabe, cuando lee esa entrevista y se descubre como alguien más ajeno a sí mismo de lo que esperaba.
Las fotografías del reportaje son de Vero Rahn y el retrato del autor es de Cristina Tovar.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero