Vuelve Javier Payeras a penúltiMa para seguir releyendo los clásicos centroamericanos y, al hacerlo, ir reescribiendo su canon personal y el común de todos los que lo siguen, atentos, al reconocer en él a una de las voces fundamentales de la literatura del gran itsmo centroamericano.
Leer Hombres de Maíz es atravesar un túnel lleno de voces. Voces que son nudos. Nudos que son palabras. Palabras que son imágenes repitiéndose a tumultos. Una narración que encaja más hoy que ayer, porque es más poesía que historia. No da concesiones a lo usual, escribirnos la historia de un personaje en una sociedad dentro de un mundo. Asturias invierte todo esto: nos da un mundo, dentro de una sociedad incrustada en un personaje.
Quienes admiramos esta novela no sabemos cómo contarla. No cuenta nada. Sus personajes son sueños muy borrosos. Un cartero, una mujer, un dios guerrero que luego de muerto habita los cerros del Ilom. ¿Qué más?
Inicié mi lectura de Asturias de forma tardía y llena de prejuicios, como un extranjero. Se cae mi velo y llega la admiración. El idioma deshecho y rehecho que no entendí a mis quince años, que rechacé a mis veinte, que me inquietó a mis treinta y que hoy me deja perplejo. Llega como una esencia incomprensible, algo figurativo, un paisaje. No existe lugar para una escritura así en un tiempo de historias precisas y seriadas; de cines con pantallas IMAX y televisión Netflix. Aquí sólo hay palabras sin historias. Seres mágicos con pesadillas y rituales para aclamar a los muertos de otras lluvias.
Llevo una edición de editorial Losada con una letra tan pequeña que me lastima la pupila. Leo de noche, luego del trabajo. Un párrafo y desaparece el ruido. Siento mi circulación recargándose en las sienes. Sus capítulos son pequeños temblores. Ya no importa de qué van los personajes, uno los oye. Hablan de otros mitos: María Tecún, Gaspar Ilom, Nicho Aquino… un pueblo invadido y saqueado por mercenarios. El tiempo que no hace surcos, porque el viento resbala y se quiebra sin habla. No hay quién pueda narrar el presente sin dejar el pasado y aproximarse al futuro. Una novela publicada a finales de la década del cuarenta, sellada hasta que llegaran ojos abiertos a entenderla. Sus contornos son extraños, algo muy cercano a los anillos de humo en el cuarto de un brujo. Nada tan mestizo como la magia y la noche. Ante cierta poesía sólo se respira, no se razona, porque es tratar de explicar la vida o la muerte o el amor… todo eso en lo que somos analfabetos.
Miguel Ángel Asturias ha sido secuestrado y neutralizado por la crítica, usado para explicarnos la antropología y las supersticiones de la academia. Europa nos donó sus idiomas y sus guerras, su política y su vergüenza pudorosa ante lo ajeno. En todas las medias verdades siempre se tuercen los senderos. Hay tanto de Cervantes, como del Popol Vuh o del Gilgamesh en la obra de este escritor guatemalteco, que es muy difícil enmarcarlo en un tiempo y en un territorio. Acaso porque sus referencias iban más lejos que las de sus contemporáneos latinoamericanos. Quizá su ambición era aparejarse con los libros de la antigüedad. Puede que no haya desdeñado el plagio de algunos textos sagrados, pero ante cada imitación surge una nueva forma. Hoy es sagrado César Vallejo, por ejemplo, y lo veneramos como sucede con otros autores que llegaron a la posteridad más solitaria: ser un famoso ilegible para su propia gente.
En el proceso de escritura de Hombres de Maíz se explica una poética. El manuscrito de una obra en el tránsito de varios mundos. Guatemala y Francia, entre otros destinos, ocupa una etapa de madurez en la obra asturiana. Se percibe desde lejos el cambio y la obsesión por transitar vías no exploradas. Sitios. Expandir la presencia de una máscara que llevamos los guatemaltecos como rostro. Las orillas llenas de sonido, empapados de una época en la que coinciden la libertad creativa junto al dolor; las esperanzas, las posguerras, las revoluciones y las contrarrevoluciones por todos los sitios donde su autor pasaba. Una lectura intacta del Siglo de Oro junto a las vanguardias europeas nos da algunas claves reveladoras de la búsqueda de un idioma que es en sí mismo el personaje. Asturias absorbe las conversaciones de todos lados, las colecciona para luego instalarlas en su relato. Por ir anotando la realidad de las hablas, olvida las historias como se abandonan los objetos pequeños. El hilo narrativo se hace pequeño y se desplaza a la polifonía, toda llena de colores fuertes ocultos en cierta oscuridad.
Fuera de los postulados literarios de la novela, esta obra representa todo lo que no puede decirse del relato escrito. No hay técnica ni fórmula ni tiempos ni nada. Es un libro fantasma que se anticipa a la obra maestra de Juan Rulfo, Pedro Páramo, el episodio más grande de la novela latinoamericana del Siglo XX. Sin embargo toda visión anticipada contiene en sí mismo el error, pasó con Tristam Shandy, Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas o El Arcoiris de la Gravedad. Su error es nacer para un solo lector de época incierta. Interpretada y no leída ni disfrutada, como un acertijo. Una novela de poeta para quienes leen poesía.
El lector de poesía es la minoría más absoluta. Hay menos poesía que la que se cree, existen menos libros de poemas que poetas. Un texto escrito en esta clave dependerá siempre de la fama del autor; en esta triste época leemos famas, no obras. Rechazamos lo que no comprendemos por no ser algo simple como nosotros. Ante un libro de matemática o de medicina, somos cautos para dar nuestra opinión desinformada, pero ante una obra literaria o una pieza de arte, las condenas y censuras evidencian el totalitarismo y la indignación de la gran mayoría que no se interesan por comprender. Nuestra profundidad como seres humanos la determina nuestra curiosidad ante lo que parece confuso e inexplicable. Podemos adentrarnos en una obra como se entra en un túnel que nos llevará hacia otro extremo. A quienes abran Hombres de Maíz les advierto, es una obra que requiere tiempo y paciencia, no se lee ni breve ni intensamente, tiene su propio ritmo. Su lectura puede durar un mes o diez años, pero debemos mantenerla hasta concluirla. Podremos arrepentirnos de muchas cosas en esta vida, menos de haberla leído.
Guatemala, agosto 2017
Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas. Su obra se extiende por diversos géneros: poesía, narrativa, dramaturgia e, incluso, libros objetos y performance poéticas.
Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.
La fotografía que ilustra el texto es obra de Sean Lotman, su trabajo puede admirarse en su página web: http://www.seanlotman.com
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero