Capote trastocó radicalmente la literatura estadounidense, y por extensión la mundial, con su novela de no ficción In Cold Blood. José Eduardo Tornay usa a su autor y su particular peripecia como excusa para, como debe hacer todo ensayo, ir un poco más allá de lo evidente.
A quien la vida le ha entregado un don que lo distingue, también le regaló un látigo con el que flagelarse y atormentarse. Como sabemos, se vierten más lágrimas por las plegarias atendidas que por las otras. Freud afirmaba que muchos finales caóticos son fruto de infancias desgraciadas. Truman Capote, que quiso ser atracado por bandoleros cerca de Ronda cuando, en tren de Granada a Algeciras, viajaba a Tánger, sufrió tanto por la separación de sus padres y su consiguiente abandono que adoptó como propio el apellido de su padrastro. La orfandad es un estado, pero también un sentimiento y un filtro que distancia la vida.
En un libro de Enrique Vila-Matas, Hijos sin hijos, la infecundidad se transforma en fuente y caudal, la ausencia de descendencia franquea vías inéditas de contacto con la realidad. Al contrario que la orfandad de padre, que constriñe y bloquea, la de hijos provoca la implosión creativa. El artista sin hijos puede nutrirse de su propio polvo cósmico pues, como creador, se culmina y autoreproduce.
Sólo quien ha vivido una infancia desvalida puede escribir una obra tan perfecta como La botella de plata, relato contenido en el volumen Un árbol de noche y otras historias, escrito precisamente en Tánger, con pantalones blancos y camisa de mangas cortas anudada a la cintura. Truman Capote crea un niño protagonista demasiado sabio, demasiado serio, demasiado consciente de su destino. Un niño que fía su vida a la fortuna, cuya ruleta descifra, que apuesta sin alegría por una victoria de la que no le cabe duda.
La orfandad se cura también con la paternidad. Del mismo modo que la caridad alivia antes al que la ejerce que al socorrido, interpretando el papel de padres los huérfanos se tienden una mano de la que recorrer los parques, una mirada vigilante para no caer en la cuneta, pues donde un látigo vibre puede haber una funda que lo aniquile, donde un halcón amenace, una flecha que quiebre su trayectoria.
Perry Smith que, junto a Richard Hickock, fue condenado por asesinar a los cuatro miembros de la familia Clutter -en Finney County, el dieciséis de noviembre de 1959-, había sido, como Truman, un niño que experimentó la orfandad terrible, el abandono. Conoció hospicios, cárceles y hospitales. Sufrió accidentes, rebanó amores para no hacer sufrir y mató sin piedad.
Entonces había que hacer una literatura que se nutriera de los métodos del periodismo, una crónica novelada basada en hechos reales: A sangre fría. Rastrear el fondo de una noticia, buscar las últimas causas, los detalles, las circunstancias. El escritor abandonó el lujo y el desenfreno que caracterizaban su vida en Nueva York para trasladarse a la pequeña localidad del centro del continente. Allí entrevistó a centenares de personas, visitó a los encausados en la cárcel y asistió a las sesiones del juicio.
A lo largo de la novela la figura del asesino, deforme y achaparrada, va creciendo hasta alcanzar la altura de un gigante moral, a pesar de sus acciones. Perry es un personaje real convertido en literatura, inmortal, por la prosa brillante de Truman Capote. Desde que se conocieron, entre ambos surgió una profunda atracción. Truman dijo de sí mismo: “soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Perry escribió también: “Existe una raza de hombres inadaptados, de hombres que no pueden parar ni establecerse, hombres que destrozan el corazón de quien se acerque a ellos y que vagan por el mundo a la ventura…” Murió ahorcado en Kansas con treinta y seis años, a la 1,19 horas del miércoles 14 de abril de 1965.
Ahora sabemos que, aunque era un criminal de la máxima crueldad, también su vida portaba enseñanzas, que ninguna vida puede ser del todo inútil.
José Eduardo Tornay (Algeciras, 1968) es el ejemplo perfecto de autor para iniciados que en cualquier momento puede dar el salto a la primera plana de la literatura española si los lectores y la crítica despiertan. Tiene publicados tres libros: A la sombra de los bloques (FMC), Los observatorios (Eda) y Los dueños del ritmo (La Fábrica).
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