Uno de los fenómenos más interesantes que se vienen produciendo en las dos últimas décadas dentro de la literatura mexicana es la progresiva descentralización de la producción de textos. Sin duda el norte del país ha ido cobrando una creciente importancia dentro del mundo intelectual y, Hermosillo en concreto, es hoy uno de los focos de atención a los que debe atender el lector atento. Allí se hace la revista Pezbanana, cuyo director colabora con penúltiMa a través de este relato.
A Gorbach
Historia dos
Les dije a los perros que era pintor. Que podía retratar a la secretaria de la jefatura si me daban papel y lápiz. Me lo dieron. Cuando estoy saicotic no puedo dibujar. Del trazo, según el argot plástico, sale veneno. Los perros se rieron del dibujo. Les dije que bailaba capoeira. Me quité la camiseta e inicié la danza. –Ándale, ya vete. Dijo el comandante haciendo a sus compañeros la seña del dedo girando en la cabeza. “Está loquito”, alcancé a leer en sus labios. Cuando andas saicotic eres dios y el espíritu de Kurt Cobain. Eres el anticristo y Donnie Darko. Eres un Jedi. Un hombre-performance. Un tumbado dispuesto a todo. Salí de la jefatura y caminé rumbo el cerro. Encontré una cancha de fútbol y me quedé dormido debajo de la portería. Era ya tarde.
Historia vieja
Tronó feo Elgor el sábado ¿no?
¿Quién es el Gor?
Uno que pinta.
¿Al que patearon los skates?
Sí. Una vez me echó el humo de su cigarro en la cara y dijo que la mente es como un video juego. Si no fuera por la K, le rompo el hocico ese día.
Cachazos en el cerro
(Historia perdida)
Me despertó un cholo. No entendió qué hacía yo allí con el frío de muerte y el barrio tan bravo. Me preguntó si estaba loquito. Le dije que quería jugar fútbol, que sacara un balón. En la mañana se hace, si quieres te puedes quedar en la casa. Aquí te van a madrear, morro. El cholo era un ángel con pantalones enormes. El cholo era un ángel con una lágrima oscura tatuada en el pómulo derecho. El cholo me invitó un plato de frijoles. El cholo era dios. No, el cholo era la virgencita que esa noche había bajado a compartir su cena con un saicotic. Me hubiera gustado hacerle caso a la virgencita que era el cholo y quedarme dormido. En cuanto sse metió a su cuarto salí de la casa y seguí arriba, rumbo al cerro. Serían como las tres de la madrugada. Ya casi en la punta, en una casita olvidada, estaba aparcado un corvette. ¿Qué hacía un carro tan chingón en ese lugar de mierda? No sé. Creí que estaba alucinando y me dije: nunca he limpiado una fantasía. Me quité la camiseta y comencé a lustrar el corvette con ella. Entonces llegó un tipo ancho y moreno. Sacó una escuadra y me dio tres cachazos en la cabeza. Yo juraba que el hombre, los golpes, la sangre y el corvette eran parte de mi entelequia. Desperté y estaba otra vez en la comandancia.
Historia tres
Sin tocar baranda
Sangrándole la frente, sin camiseta, allí estaba Elgor cantando rolitas de Bob Dylan. Hacía un frío escandaloso. Cuando llegamos a la hielera donde lo tenían no pude sino soltar la carcajada. Elgor estaba colgado, así como Batman, de las rejas que había en esa celda por techo. Colgado como el hombre murciélago, sangrando de la frente y cantando: like a rolling stone.
Historia uno
Esa noche dormí en el cajero de un banco.
Decálogo para sanatorios mentales y otros laberintos
- Hazte amigo de los enfermeros. Te sacan a pasear, platican contigo y te regalan cigarros.
2. No confíes en los psiquiatras. Les interesa poco lo que tengas qué decirles. Se dedican a juzgar tu comportamiento. Por más ansioso que estés, no demuestres emociones. Es preferible hacerlos creer que se trata de una depresión y no de un caso clínico.
3. Por más que lo sientas, los hospitales no son laberintos del pensamiento. Toma referencias, ve números, siempre hay números.
4. Disfruta. Son como unas vacaciones pagadas. Un retiro. Una beca mística.
5. Ejercítate y no le sigas el rollo a los esquizofrénicos.
6. Pídele a tus amigos o enemigos que te lleven libros. Los libros hacen que la paranoia cese. Si tienes mala suerte, algunos libros alimentan la paranoia y allí si valiste madres.
7. Tu mente es como un videojuego. Estar internado es la oportunidad de darle la vuelta.
8. No tomes pastillas, guárdalas debajo de la lengua para que crean que te las tragaste. Tenlas a la mano por si se presenta una crisis insoportable.
9. No te suicides en un sanatorio mental. Hazlo, si deberás quieres, en cualquier otro lugar, pero no en un hospital psiquiátrico. No la chingues.
10. Si visitas con regularidad el mismo sanatorio tienes privilegios. Úsalos.
Escapar del manicomio
En el manicomio no hay locos. Pura gente con problemas financieros o de drogas. Bueno, están los que se abstraen y platican solos. Ellos son inofensivos. Su cordura es como una pista de hielo donde patina su mente. Los locos están afuera. Uno se da cuenta que la verdadera locura se descubre cuando intimas con personas. Hay pláticas y miradas que develan delirio. Nadie se salva.
Pues bien, alguien de afuera, un dizque amigo, despertó mi necesidad de escapar. El cabrón me dijo que se estaba enamorando de mi novia. Aprovechaba mi estancia en el sanatorio para ligársela. Fue entonces que concebí la huida.
Los jueves salíamos al patio a jugar fútbol. Cuando llegue el balón hacia mis piernas, había pensado, le daré la patada más fuerte que he dado en mi vida. Lo haré con la técnica del empeine que me enseñó mi maestro de la prepa. Mandaré el balón lejos, cerca de la barda del hospital.
Cuando me llegó el balón abaniqué. ¡Pucas, de nalgas! Después de un rato, soy un maestro de la paciencia, la pelota volvió a mí y esta vez no fallé. Me ofrecí a ir por ella. Corrí, ahora sí, como loco. Como caballo desbocado en luna llena.
Con el vuelo que tomé pude saltar y llegar con las manos hasta el filo de la barda. Me impulsé y ¡vámonos! Después corrí sin parar hasta que vi un taxi. Llegué a casa de mi novia. Le pedí a mi suegra que pagara el taxi. -Escapé del manicomio porque no quiero perder a su hija, le dije a la doña.
Historia cero
Béisbol dentro de casa
Mi hermano menor siempre ha sido medio macana. Por esos días ya me estaba sintiendo impulsivo. Un hombre-performance. Mis amigos, cada vez más pocos, mis performance más violentos. Madre le había comprado a mi hermano unos Jordan porque estaba en la selección de básquetbol de la secundaria. Yo estaba ansioso. Ni la marihuana me calmaba. Mi hermano llegó a casa con tenis viejos. Cuando le pregunté sobre sus tenis nuevos (recuerdo que me dio coraje que madre se los comprara porque no teníamos dinero y porque a mí nunca me había regalado algo tan caro) dijo que se los había cambiado al Simio, un cholo de la cuadra. Fui con un bate de béisbol a la cancha y le pedí al Simio que le regresara los tenis a mi carnal, se negó. Me cansé de batearle la espalda. Regresé a casa con los Jordan. Madre dijo que estaba loco. Me dio coraje. Saqué a madre y hermano de casa y me dispuse a desmadrar todo con el bate. La sala, la tele, la cocina. Mi primera crisis importante.
Iván Ballestesros Rojo (Hermosillo, México, 1979). Es narrador. Autor de Monstruario (Altanoche, 2007), Bungalow (TG, 2015) y Plaga Serena (Salto Mortal, 2016). Es director de la revista literaria Pez Banana.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero