Cuando Pierre Bayard, hace unos años, publicó el astuto Cómo hablar de los libros que no se han leído la reacción fue de generalizado pasmo o de hilaridad. Y, en realidad, más allá de lo que en realidad era un libro sobre los mecanismos de legitimación de la cultura occidental, apuntaba a un hecho tan recurrente como voluntariamente ignorado: nos pasamos el día hablando de libros sin haberlos leído. Sucede con la Biblia, sucede con la Comedia de Dante y sucede con Mary Wollstonecraft. Convertida en un icono feminista a causa de un único libro, que es poco o nada conocido en realidad por quienes lo reivindican, se ignora toda la densidad de su pensamiento y de su obra y, en los contados casos en los que sí se maneja, se obvian los detalles que pueden empañar el mito y el uso interesado del mismo. Por eso es especialmente importante que se editen y difundan libros como este que Libros Corrientes pone a circular, donde se complejiza la figura de la madre de la creadora de Frankestein como una pensadora mucho más compleja, y por eso sugerente, de lo que suele ofrecerse al público lector. Para hacer énfasis en ello se acompaña la descripción de la marcha de las mujeres sobre Versalles con un texto de Hal Draper y Anne Lipow, El mito de Mary Wollstonecraft y las raíces de clase del movimiento feminista. Quizás de este modo se pueda perfilar una figura mucho más polifacética y compleja, la de una autora digna de unos lectores inquietos como los de penúltiMa.
Nota corriente
Hay pocos autores sobre los que se tenga una perspectiva tan paternalista como sobre Mary Wollstonecraft. El pistoletazo de salida lo dio William Goldwin, su bienintencionado último marido, en 1797, año de la muerte de la autora, publicando un libro con efectos paradójicos: Memorias de la autora de la Vindicación de los derechos de la mujer. Paradójicos porque, por un parte, la situó en el mapa literario pero, por otra, desde entonces los relatos y lamentaciones sobre su dramática vida —que con tal detalle se narran en el libro de Goldwin— han eclipsado la lectura de su obra, sobre todo la ensayística, lo que sorprende doblemente, ya que existe un amplio consenso a la hora de considerar a Wollstonecraft una autora seminal del pensamiento feminista.
Hasta 1994 no existía una edición integral de su Vindicación de los Derechos de la Mujer —edición que corrió a cargo de Isabel Burdiel—, y a día de hoy no existe, por ejemplo, ninguna traducción de sus otros dos libros de ensayo de madurez: su Vindicación de los Derechos del Hombre y su An Historical and Moral View of the French Revolution. De hecho, este último, hoy por hoy no cuenta con una edición completa que no sea la de las obras completas, ¡siquiera en inglés![1]
¿Por qué razón? Pueden ser múltiples, pero acaso una pudiera encriptarse en ese mismo paternalismo del que hablábamos, ya que la lectura que hace de la Revolución francesa refleja «inevitablemente lo mucho que Burke y Wollstonecraft comparten ciertos enfoques que ofrece sobre los acontecimientos franceses, como la marcha sobre Versalles, [y que] suenan notablemente similares a los dados en las mucho más malignas Reflexiones de Burke».[2]
Quizá, pues, fuera un modo de evitar que, precisamente en los tres capítulos que dedica a las consecuencias de la Marcha de Mujeres sobre Versalles de 1789, se pudiera percibir una imagen de la autora que la separara de la de campeona del movimiento feminista en que se la tiene, y es que la ‘marcha’ fue la primera organización política colectiva de mujeres de la historia. Sin embargo, Wollstonecraft sostiene que la marcha estaba compuesta de «mujeres del mercado y de los desechos más bajos de las calles, de mujeres que habían dejado de lado las virtudes de un sexo sin tener capacidad para asumir más que los vicios del otro» y, sintetiza, «raras veces se ha reunido semejante chusma». Puede que a un feminista moderno le cueste encajar imágenes como estas.
Sin embargo, y siguiendo el hilo de ese peculiar enfoque paternalista, este episodio no es nada aislado en la obras de Wollstonecraft, pudiéndose incluir en las «contradicciones» que sus defensores consideran que hacen singular su obra:
Los lectores y lectoras de finales del siglo xx pueden, a primera vista, sentirse muy lejanos del tono alternativamente puritano y virulento, sentimental y racionalista de la Vindicación de Mary Wollstoncraft. Pueden, también, sentirse ofendidos o irritadas por su muy desmañado estilo, sus faltas de rigor, de método, de ordenación sistemática o, incluso, por su persistente impureza gramatical. En medio de todo ello, sin embargo, se abre paso una voz que, aún hoy, es capaz de colocar, con sorprendente precisión, las preguntas más certeras allí donde las respuestas de la costumbre se desenmascaran con mayor facilidad al tratar de contestar. Es en este sentido en el que la obra y la vida de Mary Wollstonecraft se han convertido en un «clásico» y una «leyenda»; no tanto en función de sus certezas y de sus logros sino, precisamente, por sus ambigüedades, sus preguntas no resueltas, sus flagrantes contradicciones y sus incontables líneas de tensión (públicas y privadas) que pueden seguir siendo reconocidas hoy como tales por los lectores de finales del siglo xx.[3]
Se trata, vemos, de una peculiar visión de lo que es un clásico, que, si normalmente lo es «pese» a sus contradicciones, ahora resulta que lo es gracias a ellas. Y, efectivamente, una lectura de la Vindicación lleva a muchas sorpresas. La primera, que no se trata de una vindicación de los derechos de la mujer. Así lo confirma la misma Burdiel (que añade que se trata, «sobre todo de una réplica a los libros de conducta de la época», que la misma Wollstonecraft escribiera y en los que, como también señala Burdiel, «se debatía ya —como siempre haría— entre las sombras del “ángel doméstico” de la cultura puritana y de la moral burguesa»).[4] Y, efectivamente, en la Vindicación de los Derechos de la Mujer encontramos fragmentos como este:
Algunas mujeres, en particular las francesas, también han perdido el sentido de la decencia a este respecto, ya que hablan con mucha calma de una indigestión. Sería de desear que no se permitiera a esa indolencia generar, sobre el suelo fértil de la opulencia, esos enjambres de insectos estivales que se alimentan de la putrefacción, y entonces no nos disgustaríamos con la visión de esos excesos brutales. (ed. de Burdiel, p. 306)
Pero, ¿y si no fueran contradicciones? ¿Y si Wollstonecraft fuera una autora lúcida, inteligente, un clásico por mérito propio, solo que un clásico del liberalismo más conservador? En un fragmento preparatorio para una continuación de la Vindicación —cómo no, sin traducir al castellano en ninguna de las ediciones— encontramos una declaración de intenciones más explícita:
Pocos son los que pueden caminar solos. El báculo del cristianismo es el soporte necesario de la debilidad humana. Pero una relación de cercanía con la naturaleza del hombre y de la virtud, con justos sentimientos sobre sus atributos, sería suficiente, sin una voz del cielo, para conducir a algunos a la virtud, pero no a la turba.[5]
La Vindicación pertenece a esa serie de libros que se citan, se enarbolan y no se leen. De hecho, Wollstonecraft forma parte de la serie homónima de autores citados y no leídos. Efectivamente, como dice Burdiel, se trata más bien de una leyenda. Quizá de un mito. Pero, un mito ¿para quién? Wollstonecraft declara sin vacilar al comienzo de su Vindicación:
Al dirigirme a mi sexo en un tono más firme, dedico una atención especial a las de la clase media, porque parecen hallarse en el estado más natural. (ed. de Burdiel p. 56)
No se encuentra en la obra de Wollstonecraft la codificación de los problemas de la mayoría de las mujeres. No es una contradicción, sino que era su intención: los problemas de subsistencia, la interminables jornadas de las mujeres de las llamadas clases populares —amplísima mayoría también por entonces— no los compartían las mujeres de la «clase media». Las mujeres de las clases populares no eran amas de casa: trabajaban, como los hombres, en las tareas para buscar un modo de subsistencia, tareas que sumaban a las de la crianza y la manutención de la casa.
Se puede argumentar que el espíritu de la época no daba por entonces para más, pero no era así. Sí que se hablaba de los derechos políticos de las mujeres, concretamente lo hizo el marqués de Condorcet en 1790 en un texto de enorme repercusión que la misma Wollstonecraft tuvo que conocer. Además, sí que existían mujeres que se preocupaban por los problemas de la mayoría y que abogaban por la intervención política directa para solventarlos. Sorprende que nombres como Claire Lacombe o Pauline Léon rara vez aparezcan entre los de las mujeres de la Revolución francesa, o que, cuando lo hagan, a lo sumo, sea al final de un listado que encabezan Olympe de Gouges, Etta Palm, Madame Roland, Théroigne de Méricourt o la marquesa de Châtelet, mujeres todas ellas girondinas, «las auténticas campeonas de los derechos revolucionarios», dice Burdiel.
Sin embargo, insistimos, se deja fuera del mapa a la Société des citoyennes républicaines révolutionnaires, en la que destacaron las citadas figuras de Lacombe y Léon. Ya solo por tratarse de una de las primeras organizaciones políticas de mujeres de la historia, debería ser tratada, al menos, con la misma justicia y amplitud con la que se trata a las asociaciones de Olympe o Palm, pero es que, además, sus reivindicaciones iban mucho más allá políticamente que las de la mayoría de sus contemporáneos, no solo mujeres. Revolucionarias, pero en el ala opuesta a las girondinas, tampoco comulgaron con las políticas jacobinas, ya que fueron los jacobinos, finalmente, los que, considerando precisamente sus incómodas y radicales intervenciones, prohibieron todas las sociedades de mujeres. Sus posiciones eran enormemente afines a los conocidos despectivamente como los enragés [rabiosos], que no eran otra cosa que los representantes de las clases populares, de los sans-culottes, de los bras nus.
Frente a una promonárquica como Olympe o a una girondina como Etta Palm (con todo, una verdadera luchadora por los derechos políticos de la mujer burguesa), las políticas reivindicadas por Lacombe iban más allá, a las raíces económicas del problema.
Así que, a la hora de encarar este libro, teníamos una doble intención: primero, dejar de tratar a Wollstonecraft con paternalismo condescendiente y enfrentar sus ideas políticas en el plano en el que ella misma reivindicaba que se confrontaran y, segundo, derribado el «mito», que no es más que una herramienta de control, dejar que en su lugar se vea el panorama de las luchas que efectivamente dieron las mujeres durante la Revolución, prestando atención especial al no tan incomprensiblemente olvidado primer movimiento de mujeres, por completo ajeno a los intereses de la burguesía, ya fuera de la ribera izquierda ya de la derecha.
La presente edición
Es por todo lo anterior que, tras los tres capítulos del libro de 1794 de Wollstonecraft dedicados a la Marcha de Mujeres sobre Versalles (capítulos II, III y IV de An Historical and Moral View of the Origin and Progress of the French Revolution) hemos incorporado, a modo de epílogo, los tres primeros capítulos del fabuloso libro de Hal Draper en colaboración con Anne Lipow, Women and Class. Towards a Socialist Feminism (Center for Socialist History, 2013), dejando para otra ocasión el resto. Al conjunto de los tres capítulos, los dedicados por Draper y Lipow a la Revolución francesa, los hemos llamado «De las raíces de clase del movimiento feminista», siguiendo el nombre de la primera parte del libro.
No queremos sustituir un mito por otro, sino, más bien, sustituir un mito por unas figuras históricas que creemos que, de haber sido seminales para el feminismo contemporáneo, hubieran hecho de este una herramienta mucho más poderosa para mejorar la vida de las mujeres y, por tanto, la de todos los que pueblan el planeta.
[1] The Works of Mary Wollstonecraft, Routledge, 1989, ed. de Janet Todd. Se encuentra un extracto parcial de la obra en el libro Political Writings, que, en edición también de Janet Todd, lo completan las dos ‘vindicaciones’ (Oxford University Press, 1993).
[2] Janet Todd en el prólogo a su citada edición de los Political Wiritings, p. xxvii.
[3] Isabel Burdiel en la p. 53 de la introducción a su ed. de la Vindicación (Cátedra, 1994)
[4] Ibid. pp. 55 y 47.
[5] Fragmento 19 de Hints, en The Works of Mary Wollstonecraft, Routledge, 1989.
Mary Wollstonecraft (1759-1797) es hoy día universalmente reconocida por la publicación, en 1792, de Vindicación de los derechos de la mujer, texto seminal del feminismo contemporáneo. Sin embargo, fue la historia de su vida —narrada con todo tipo de detalles en un libro publicado por su último marido a pocos meses de la muerte de la autora, Memorias de la autora de Vindicación de los derechos de la mujer— la primera en darle verdadera fama. Desde entonces y hasta ahora son, por desgracia, más las lecturas que se han hecho de sus vicisitudes vitales que de su trabajo intelectual, pese a constar este de casi una veintena de obras, entre las que podríamos citar, como ejemplo: Thoughts on the Education of Daughters (1787), Mary:A Fiction (1788),A Vindication of the Rights of Men (1790), A Vindication of the Rights of Woman (1792), An Historical and Moral View of the French Revolution (1794), Letters Written during a Short Residence in Sweden, Norway and Denmark (1796) y On Poetry and our Relish for the Beauties of Nature (1798). Sobre Mary Wollstonecraft pesa una losa de parternalismo tal que su figura se ha visto deformada hasta el punto de que la relación que tenemos con ella no es la que se tiene con una pensadora sino la que se tiene con un mito.
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