Publicado por Akal, En los límites de los posible de Alberto Santamaría es la confirmación de una trayectoria como ensayista de un autor que saltó al ruedo literario como poeta. Antonio Jiménez Morato inicia con la lectura atenta de este demoledor libro una serie de críticas con la intención de devolverle a la crítica literaria la preeminencia y libertad que parece haber perdido en otros medios, vocación acaso presuntuosa pero que responde a una necesidad cada vez más acuciante.

 

Es un lugar común muy extendido que la crítica literaria hace tiempo que no interesa a casi nadie. Acaso a los autores, que esperan a través de ella su legitimación, quizás a los profesores universitarios, que de ese modo permanecen atentos para actualizar un canon ya perforado por los zarpazos del mercado, pero poco más. Y a los críticos, claro, a los críticos les interesa mucho la crítica literaria. Lo que no parece muy errado, los lugares comunes son esas espadas de doble filo, porque tampoco surgen de la nada y siempre albergan algo de verdad, es que la crítica parece demasiado encerrada en sí misma, en su endogamia patológica, y no abre las puertas a lo que debería ser más lógico: proyectar ese conocimiento, poner en práctica esas herramientas metodológicas en otro tipo de textos. Eso es lo que ha hecho, del modo inteligente en que nos tiene acostumbrados, Alberto Santamaría en un libro llamado a convertirse en un hito del ensayo español: En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo. El libro está centrado en un tipo de libros despreciados por las élites culturales, de los que nunca se habla en los suplementos culturales ni en los periódicos pero que han ido labrándose un hueco en las librerías hasta convertirse en toda una sección e ir contagiando con su discurso y enfoque a otras categorías cercanas. Se trata de la literatura empresarial o de mercadotecnia que muchas veces se vende incluso en quioscos, y que debe vender mejor de lo que todos sospechamos cuando no dejan de aparecer títulos de autores desconocidos que, en algunos casos, se convierten en superventas que llegan a casi cada domicilio. Esta literatura motivacional, impregnada del discurso de los libros de autoayuda, se ha convertido en todo un género capaz de cuadrar balances de editoriales y obtener éxitos que corren de boca en boca como el conocidísimo ¿Quién se ha llevado mi queso? Lo que sucede, y es ahí donde radica la genialidad del enfoque de Santamaría en su libro, es que ese discurso no se encuentra acotado dentro de esos libros de motivación empresarial, poco a poco ha salido de ese gueto hasta convertirse en el pensamiento de toda una forma de entender el mundo, la del capitalismo financierista donde nos vemos inmersos que nos presenta como modelo ideal de ciudadano al emprendedor creativo. La idea de que debemos construirnos, formarnos y crecer, de modo creativo, ojo, no mediante disciplinas creativas, sino aplicando dicho enfoque creativo para adaptarnos a la cambiante realidad del mercado laboral –la expresión misma de mercado laboral está surgida de este enfoque, donde inocentemente nos pensamos adinerados capitalistas que “adquirimos” uno u otro trabajo cuando en realidad somos la mercancía que un reclutador de talento (nadie tiene la osadía de seguir usando el sintagma “recursos humanos” por lo cosificadora que es la palabra “recursos” y lo generosa que es “humanos”) fichará–, esa idea de que debemos ser, ante todo, emprendedores con una empresa en marcha: nosotros mismos, está totalmente aceptada por la sociedad. Pero esa idea surge de algún sitio, la «obesidad creativa», como la bautiza Santamaría con gran acierto, termina por desactivar la idea misma de creatividad. Si debemos ser creativos en todo momento no se trata de ser creativos, la lógica sirve todavía para analizar y reducir al absurdo frases como esta; la estandarización de la creatividad, que es lo que a fin de cuentas se persigue en esta explotación salvaje de los afectos donde el capitalismo nos ha colocado es la negación de la creatividad misma. Santamaría analiza como se ha modificado la terminología para que lo que en vocabulario paleontológico se llamaba «adaptación al medio» sea ahora «creatividad», y lo que fue «supervivencia» ahora sea «emprendimiento». La nueva jungla tardocapitalista no ha modificado la realidad, el mundo sigue siendo la jungla de la que habló Hobbes, pero frente al discurso marcadamente descarnado del primer ultracapitalismo, este capital virtualizado de las puntocom y las anestésicas redes sociales –no es necesario ya hacer la revolución, basta con darle al Megusta o compartir un meme para calmar la pulsión militante–, que se cimenta en esa población a la que Bifo llamó en otro gran acierto cognitariado lo ha dulcificado, apelando a los afectos y vertebrando así no ya un discurso amable y seductor, sino una cháchara que puede llegar, y de hecho está llegando como el libro evidencia con datos, a las aulas, no ya las universitarias o las de la secundaria, como era más o menos habitual, sino incluso a las de primaria o prescolar. El adoctrinamiento social no se centra ahora en rebatir o no ciertos puntos de vista, sino directamente en educar dentro de un sistema e inocularlo como único horizonte vital. Del mismo modo que la Constitución europea impone como único marco económico y social el libre mercado capitalista, lo que deja a otras propuestas ideológicas como pueda ser el comunismo fuera de la ley –marco económico y social que explica los excesos de la troika, amparada como si de inquisidores se tratase por una legalidad que impone una visión única del mundo–, la aparición de este «capitalismo afectivo» en todos los marcos de la existencia, y en concreto en las aulas de los parvularios, cercena la misma posibilidad de que pueda existir otro modo de entender las relaciones humanas y los horizontes laborales. El trabajo, nos dice Santamaría, se está completando, y lo está haciendo con éxito, un éxito posiblemente sorprendente para los que comenzaron a escribir esos libros de motivación que sólo Santamaría ha tenido la osadía de leer con la atención y seriedad suficiente para no ver en ellos una desdeñable verborrea de autoayuda sino la semilla misma de un cambio que trastoca el modo en que nos relacionamos con el mundo.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor y crítico. Su publicación más reciente es la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe (Festina, Ciudad de México, 2016). Además ha publicado la novela Lima y limón, que cuenta con ediciones en cuatro países además de una digital de alcance global. Otros de sus libros son Mezclados y agitados o El sabor de la manzana. Entre otras cosas es el director de penúltiMa.

Perengano: todavía menos que fulano, mengano o zutano.