Corran a las librerías a por En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo, el libro que acaba de publicar Alberto Santamaría en AKAL. Pero, por si aún dudan si es o no una buena idea salir a la calle en medio de este temporal para ir a una librería, aquí compartimos un texto que nos habla de la semilla de ese libro. Algo más que una historia personal que nos sirve para entender mucho mejor cómo palpita este nuevo ensayo de Santamaría.
Recuerdo perfectamente la camiseta. Sobre un fondo amarillo chillón el dibujo algo torpe de una porción de pizza con un estúpido sombrero mejicano. El dibujo estaba algo distorsionado, como en un escorzo mal trazado, al adherirse a la forma oronda de la barriga de mi padre. Puedo detallar sin problema la extraña sensación que tuve al verlo aparecer con aquella camiseta idiota justo cuando me disponía a meterme en la cama. Yo tendría unos diez u once años. Mi padre gritaba gesticulando con fuerza, discutía con mi madre sobre dinero o algo así. El caso es que mi padre había dejado el segundo trabajo que tenía durante el día. Por la mañana trabajada en una planta de productos químicos limpiando tanques y bidones, pero llevaba varios meses sin cobrar, así que por las tardes había cogido aquel trabajo en una nueva pizzería, que era la revolución, por su novedad, en una pequeña ciudad de provincias. Sería el año 1987 o 1988. Por lo que supe después mi padre había dejado aquel segundo curro porque no era capaz de soportar un ritmo de trabajo, unas indicaciones y un trato personal que no entraban en su universo mental. Esto provocó que terminase mandando a tomar por culo al gerente y se acabase pirando de malas maneras o algo así. Cada vez que recuerdo la escena de mi padre con aquella estúpida camiseta tengo una sensación contradictoria, mezcla de vergüenza ajena y sentimiento de culpa, pero esa no es la historia ahora. Mi padre era un hombre de clase trabajadora sin estudios, que había estado fuertemente comprometido en movimientos de izquierda, por lo que para él, sin duda, aquella imagen era chocante. El caso es que, como excusa para hablar sobre En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo, quería o necesitaba contar esta historia. Historia que ha estado rondando mi cabeza mientras escribía cada una de las palabras que conforman el libro. Mi padre, que siempre había trabajado en una fábrica, no entendió (era imposible) que algo estaba cambiando, que la realidad que sobrevenía tenía la forma de una camiseta amarilla con una porción de pizza con un sobrero mejicano, que el neoliberalismo tenía claro que el objetivo era cambiar el alma y que el medio era la economía. Mi padre no podía entender eso, y eso, ese cambio cultural, es el que he tratado de dibujar a lo largo de este último libro. Es decir, las formas a través de la cuales hemos asistido desde los ochenta a una reordenación de los afectos que nos ha obligado a hacer mutar no sólo nuestras disposiciones afectivas, sino también nuestras propias expectativas acerca de nuestro futuro y el de quienes nos rodean. La fábrica con todo su peso simbólico había sido noqueada por lo que esa camiseta significaba. La derrota vendría de las manos de un emprendedor.
El neoliberalismo tuvo a bien comprender que el entorno cultural de los afectos provocaba la capacidad de penetración en una realidad nueva. Bien reorganizados los afectos tenían una enorme capacidad productiva, y desarrollaban una marcada y progresiva adhesión a sus ideas. La creatividad, la imaginación, las emociones, todo ello resignificado de modo conveniente, situado estratégicamente fuera de cualquier pulsión crítica y transformadora, podía producir con su dosis de competitividad un nuevo estadio cultural, económico y político. Así, como ejemplo, tenemos toda una extensa literatura de gestión empresarial que llena desde los ochenta las estanterías y las cabezas de directivos, emprendedores y gestores políticos; una literatura destinada, precisamente, a hacer mutar el relato sentimental y relacional de nuestras vidas. Y en ese relato, los afectos se dibujan como el artefacto neoliberal idóneo para hacer funcionar su modo de ver el mundo, y dentro de él nos situamos. Nada como la creatividad, o una idea de educación fuera de normas tradicionales, para que los bancos y sus fundaciones nos hagan sentir cómodos, etc. Ahí los relatos escalofriantes de la Educación responsable de la Fundación Botín o la educación neoliberal en el “Yo puedo” del BBVA. Esa es la pulsión central del capitalismo afectivo que no vemos, pero nos disciplina cariñosamente.
Para entender todo esto en diversos momentos he partido de la idea de la existencia de lo que he llamado “activismo cultural neoliberal”. ¿Cómo entender este activismo? Si partimos de lo más simple nos damos cuenta de que cuando hablamos de cultura y compromiso, cuando pensamos en ese vínculo, inmediatamente nuestro pensamiento se desplaza sin remedio a la idea de un problema vinculado con la izquierda, la cual es dogmática, panfletaria, reduccionista, etc. Sin embargo, si ampliamos el foco, si trasladamos mínimamente nuestra posición, pronto observamos que el vínculo cultura y compromiso recae hoy en día en un territorio diferente. Si ampliamos el concepto de cultura y no lo entendemos sólo como un espacio artístico o literario, sino que comprendemos la cultura como un territorio más amplio donde lo que está en juego son las formas de percibir, sentir, hacer, ver, etc., nos damos cuenta de que es un territorio altamente complejo. Stuart Hall decía que “el capitalismo contemporáneo funciona a través de la cultura, y de un modo totalmente autoconsciente, de un modo en que el capitalismo industrial nunca podría haber operado”. La cultura sería así el espacio donde se produce lo que es decible, así como el espacio de la gestión de sentimientos y afectos, etc. La cultura nos sitúa en los límites de lo que percibimos como posible. Jugar con ese límite es la estrategia cultural del neoliberalismo. En efecto, la crisis del modelo neoliberal que acentuó marcadamente el individualismo y sus formas, ha provocado una situación devastadora. El hecho de empresarializar la vida, de convertir a los sujetos en capital humano como diseñó el ultraliberal Gary Becker, etc., ha establecido una dinámica destructiva fundada en términos como competitividad e individualismo que con el tiempo ha dislocado las estructuras mentales de los trabajadores. Podríamos hablar de una lógica sacrificial tras el neoliberalismo que pide autonomía y espíritu de sacrificio al mismo tiempo. En este sentido, el neoliberalismo no sólo ha de entenderse como un conjunto de políticas económicas sino como un orden narrativo que impera en diferentes niveles. De este modo en el neoliberalismo actual habría una necesidad de introducir cierta semántica (económica, pero no sólo económica) en todos los órdenes de la vida, incluso en aquellos que no tienen un rédito económico inmediato o claro. Foucault habló de un “intervención ambiental” para definir este activismo cultural. Este sería quizá el marco o la poética general del libro: la forma en la que se produce esta evisceración cultural, este traslado político de los afectos, los cuales dejan de ser el lugar de la potencia crítica, para ser la base de una nueva fase productiva.
¿Y mi padre? Es cierto que mi padre no pudo entender nada esto, que todo ello le sonaría hoy a chino y que quizá me diese una colleja (necesaria, por otro lado) por tanta palabrería. Pero mi única respuesta a todo esto que he contado es tratar de comprender, de traducir y traducirme este entramado, para hallar la posibilidad de vislumbrar, aunque sea torpemente, la posibilidad de un cambio. Mi padre moriría diez años después de la escena de la camiseta, a los 44 años. Murió además mientras curraba (esa es también la putada), mientras iba con su vieja furgoneta repartiendo vino a los bares, o lo que fuera. Su corazón dijo: hasta aquí. Así que aquella camiseta que vi con diez u once años, aquella porción de pizza con sombrero mejicano me persigue cada vez que digo neoliberalismo.

A Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) parece haberle poseído en años recientes una fiebre avasalladora: sólo entre 2015 y 2016 publió cinco libros. Uno de poesía y cuatro ensayos, entre ellos Paradojas de lo cool o La vida me sienta mal, en 2017 Narración o barbarie. No podemos dar crédito de lo afortunados que somos, porque en cada uno de ellos deja claro que sus razonamientos no son ni tópicos ni gastados. Así, al brillante poeta que se anunciara con El hombre que salió de la tarta (2004) y se fue confirmando en sus posteriores poemarios se ha unido un ensayista tan amenos con agudo, cuyo pensamiento merece la atención de muchos más lectores.
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