Biblioteca bizarra reúne seis crónicas literarias y personales sobre la relación de Eduardo Halfon con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros. Una dialéctica entre el oficio de ser escritor y el oficio de vivir. «Yo pasaba aquellos días dando clases, y leyendo libros al igual que un viciado, y aprendiendo a escribir como si mi vida dependiese de ello (quizás mi vida sí dependía de ello), y antes de darme cuenta ya había publicado mi primer libro. Así nomás. Casi por accidente. Me había tropezado con los libros, y luego había caído en la escritura. Pero algo finalmente me empezaba a hacer sentido, sobre mí mismo, sobre mi país. Y entonces llegó un salvadoreño endiablado y me dijo que huyera de Guatemala lo más pronto posible.»

 

Una madrugada, hace algunos años, me llamó mi madre para decirme que durante la noche había muerto una tía abuela, que el entierro sería esa misma tarde, que había dejado una biblioteca personal enorme y no sabían qué hacer con tanto libro. Le ofrecí a mi madre ir a verlos de inmediato y luego darle mi opinión. Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.

Cuando llegué me sorprendió descubrir que la casa de mi tía abuela estaba ya, a pocas horas de su muerte, completamente vacía. Sólo quedaban unas cuantas plantas en macetas de barro; algunas manchas en las paredes donde durante décadas colgaron sus cuadros; las alfombras persas traídas desde Damasco, ya fétidas y con el desgaste de toda una vida; y por supuesto sus libros. Mi tía abuela, que murió a los 99 años, había dejado una biblioteca sionista. Casi todo libro era sobre el Estado de Israel, sobre su creación, sus logros y conflictos, sus guerras, sus gobiernos y líderes. Había libros de Theodor Herzl, de Chaim Weizmann, de ­Gol­­­da Meir, de David Ben-Gurion. Estaba la poesía de Yehu­da Halevi. Estaban las novelas de Leon Uris. No sé por qué, sentado en una alfombra persa mientras ojeaba libro tras libro, me sentí triste. Pensé en toda una vida, casi un siglo de vida, dedicado a la lectura de un solo tema, a la lectura de un ideal, a la lectura de un pueblo y su deseado pedacito de tierra árida en el Mediterráneo. Pensé en mi muerte. Pensé en alguien llegando a mi casa después de mi muerte a husmear entre las estanterías de caoba de mi biblioteca personal. ¿Cuál sería entonces, según ese alguien, mi tema o mi ideal o mi deseado y árido pedacito de tierra? ¿Será que hay allí, entre mis tantos libros, entre mis tantas lecturas y seducciones literarias, y acaso sin yo ni siquiera saberlo, el deseo secreto y profundo de algún pedacito de tierra? La biblioteca de un hombre, decía Ralph Waldo Emerson, es una especie de harén.

En la biblioteca de mi tía abuela había un libro que no era del todo sobre el sionismo, o tal vez sí. Un escueto volumen (116 páginas) del autor Ierajmiel Barylka, impreso rústicamente en 1987 por la editorial Maguen David A.C., en la Colonia Polanco de la Ciudad de México, dilatadamente titulado: Matrimonio mixto. Un enfoque básico acerca de un problema que atañe a la juventud, a los padres de familia y a la comunidad. Y ya marchándome de la casa de mi tía abuela con sólo ese libro en las manos, recordé a mi padre tumbado boca arriba en su cama, viendo no sé qué programa en la televisión, y amenazando con desheredarme. Nunca subió la mirada. No elevó su tono de voz. Nada más me dijo, sin dejar de ver el programa en la televisión, que si yo llegaba a casarme fuera del judaísmo, si yo llegaba a desafiar ese mandato, él me desheredaría. Yo me quedé callado. Estaba de pie a la par de la cama. Tenía ya dieciséis años y no era la primera vez que escuchaba sus ideas sobre el matrimonio mixto y el judaísmo. Pero sí era la primera vez que él me amenazaba así de directo, así de explícito. Y su amenaza, claro, era económica. Estaba comprando mi obediencia. Y yo, ahí parado, aún mudo, supe inmediatamente que no obedecería. Y no obedecí. Mi padre, hoy, cuando le menciono aquella escena, niega haberme amenazado. Para él, supongo, es más fácil borrar cualquier rastro de esa memoria que aceptar el hecho de que su hijo primogénito le desobedeció, de que su poder o su dinero fue insuficiente.

 

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971). Ha publicado Esto no es una pipa, Saturno (2003), De cabo roto (2003), El ángel literario (2004), Siete minutos de desasosiego (2007), Clases de hebreo (2008), Clases de dibujo (2009), El boxeador polaco (2008), La pirueta (2010), Mañana nunca lo hablamos (2011), Elocuencias de un tartamudo (2012), Monasterio (2014), Signor Hoffman (2015), Saturno (2017) y Duelo (2017). Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, serbio, portugués y holandés. En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. En 2011 recibió la beca Guggenheim. En 2015 obtuvo el premio Roger Caillois.

Preliminares es la sección donde anticipamos libros que se publicarán en breve, Adelantos que sirven como Preliminares del gozoso acto de encuentro con los lectores en forma de libro, donde la experiencia de lectura se torna verdaderamente material.