La crítica-ficción o lectura especulativa es una de las ramas del conocimiento en las que se adentró Stanislaw Lem en títulos como su Biblioteca imaginaria. No fue el primero de los autores que escribió sobre textos conjeturales o hipotéticos, la misma esencia del nacimiento de la cultura occidental se basa en textos que refunden, glosan o son colaciones de textos anteriores, desde la Biblia hasta ese autor paradojal e hipotético al que conocemos como Homero. Pedro Pujante se adentra en este tipo de disquisiciones usando como excusa la obra de Franz Kafka, ese legado de Max Brod.

 

¿Escribiría  un Cervantes nacido en las postrimerías del siglo XX una historia parodiando la novela romántica o la novela negra? ¿Harían hoy Lope o Calderón guiones para series de Netflix? ¿Sería Marcial un famoso poeta y sus certeros versos y agudos epigramas circularían en forma de tweets por las redes sociales?

Nunca lo sabremos. Sin embargo, estas elucubraciones nos pueden ayudar a pensar más a fondo en la obra de ciertos autores. A prestar atención al contexto socio-histórico en el que sus obras vieron la luz y cómo este (el contexto) las condicionó. Este análisis anacrónico-literario nos invita a reflexionar sobre el impacto que ocasionaron en su tiempo y, por otro lado, a imaginar cómo serían concebidas y recibidas hoy día ciertas obras, ciertos autores, ciertas poéticas y prácticas de escritura. Por ejemplo, pienso en Kafka, uno de los escritores más raros y extemporáneos que jamás ha existido. Y me pregunto, ¿cómo serían gestadas a la luz de los acontecimientos actuales, obras como El Castillo o La metamorfosis?

Se me ocurre que Kafka sería, qué duda cabe, un joven escritor alejado del realismo y de las corrientes predominantes, cuyas historias parecerían describir nuestro mundo pero desde la extrañeza. Sus ciudades parecerían ciudades contemporáneas pero el lector tendría la sensación de estar presenciando aventuras en otro planeta. Los críticos, no sin razón, establecerían que la obra de Kafka se enmarca dentro de la ciencia ficción más bizarra. Es posible que la asociaran al subgénero del New Weird, junto a autores como Jeff Noon, China Miéville,  Jeff VanderMeer o al Bizarro de Carlton Mellick III.

Tanto en las obras de VanderMeer como en las de Kafka accedemos a territorios extraños en los que la lógica pierde su vigencia. El Área X, descrita en la trilogía Southern Reach y el Castillo kafkiano son no-espacios, lugares que rompen sus lazos con lo natural y con lo humano. Como expresa Mark Fisher en su ensayo Lo raro y lo espeluznante[1], estos espacios, como los creados por David Lynch en sus películas, son zonas en las que se desestabilizan todas las jerarquías, terrenos resbaladizos y ontológicamente inestables. Como también ocurría en la Zona descrita por Tarkosvky en Stalker, basándose en la novela Picnic extraterrestre de los hermanos Strugatski. Espacios ubicados en nuestra realidad pero que desafían la realidad. Kafka, en El castillo, ya prefiguró una “Zona” peculiar en la que todo lo que contiene, y en especial sus sus habitantes, se comporta de un modo extraño. Al entrar en esa “zona”, ese no-espacio, los personajes son sacudidos por lo otredad, son despojados de herramientas viables para descifrar su entorno y se muestran aturdidos por la incomprensible mecánica de una nueva realidad de naturaleza inconsistente. La lógica que rige las leyes físicas y humanas se ve alterada. Si Kafka escribiera El Castillo hoy, el edificio sería descrito como una inusual fortaleza de origen desconocido, quizá alienígena, y alguna fuerza extraterrestre ejercería un poderoso influjo sobre aquellos que se adentrasen en sus dominios. No latería Dios de fondo ni una maquinaria burocrática, sino una supercomputadora que descifra los secretos del Universo o un demiurgo de otra dimensión. En Kafka esta falta de lógica, junto al desviamiento del funcionamiento mecanicista de la realidad, son tratados desde lo metafórico, lo mistérico, a veces casi rozando lo alegórico y hasta lo onírico. Es el mundo de Kafka absurdo, abstracto, sutil, mental, y funciona como una suerte de “espejo interior” que conecta al hombre contemporáneo con sus arquetipos más profundos. Sin embargo, si Kafka (d)escribiese hoy ese Castillo de ciencia ficción, como ocurre en Aniquilación, de VanderMeer, la metáfora se solidificaría y se encarnaría en seres extraterrestres, fantasmas orgánicos, presencias “reales”, fuerzas desconocidas de la naturaleza física. Lo onírico estaría más vinculado a una pérdida de la consciencia que a un mundo interior espiritual. La amenaza sería mensurable. Gregor Samsa habría sufrido igualmente una transformación horrorosa en insecto. Pero la causa, sin llegar a estar del todo clara, habría sigo sugerida por parte del narrador de un modo más rotunda. Quizá se plantearía la duda de un virus o una bacteria venida de otro planeta u otra dimensión. De este modo, el lector actual sería apelado por cierta racionalidad, y el terror individual se trasladaría (y se amplificaría) a un nivel social, comunitario[2]. Que Samsa se transforme en un bicho es impactante, pero es tan solo una tragedia individual. Que todos podamos mutar, debido a la expansión de un coronarivus, en monstruosas cucarachas es todavía más pavoroso.

Los personajes de este nuevo Kafka no serían ya seres difusos y sin identidad, aunque seguirían siendo individuos cuya identidad queda sepultada por las circunstancias de su propia aventura. Viajeros a otro planeta o exploradores que se arriesgan a traspasar el umbral de una zona de la que nadie ha vuelto jamás. El Castillo estaría ubicado en algún enclave concreto, reconocible, y por eso mismo resultaría más estremecedor. Porque la extrañeza que de él se desprendería chocaría más frontalmente con nuestras asunciones del mundo y de lo que entendemos como realidad.  ¿Qué hace ese Castillo ahí?, sería la pregunta que nos haríamos. Mark Fisher, en el ensayo arriba mencionado, describe lo raro como aquello que está fuera de lugar, que no debería estar ahí, un “error”, una anomalía. ¿No es esa sensación la que nos sacude cuando visitamos un planeta lejano y descubrimos las ruinas de una ciudad alienígena y extraña? La misma sensación que, junto con K., experimentamos al visitar por primera vez el Castillo o al acceder a los laberínticos pasajes que componen el sistema judicial en la novela El proceso. Los administradores, escondidos en las altas esferas del poder, que rigen el Castillo y los juzgados en El proceso, ¿no serían en la obra de nuestro NeoKafka extraterrestres que mueven los hilos de nuestros precarios destinos en la Tierra?

K. se puede concebir como un explorador en un espacio construido por entidades provenientes de otra dimensión o de otra galaxia. Y Kafka, un posible escritor de la ciencia ficción más oscura y bizarra.

[1] Fisher, M.(2018). Lo raro y lo espeluznante. Alpha Decay.

[2] Este tipo de cambio de paradigma en el terror, que deriva de lo individual a lo social, ya lo desarrollé en el artículo “Los mitos literarios y su trasvase al cine. Hacia un nuevo paradigma posterrorífico: la socialización del monstruo”, en Revista Trasvases. Universidad de Málaga. https://revistas.uma.es/index.php/trasvases/article/view/6229

Pedro Pujante es doctor en Literatura, profesor de escritura creativa y crítico literario. Ha colaborado con diversas revistas, como Quimera Revista de Letras. Ha publicado varios libros de relatos, novela y ensayo. Sus últimos libros son la novela Las suplantaciones (Mar Editor, 2019) y el ensayo Mircea Cãrtãrescu. La rescritura de lo fantástico (Editorial Académica Española, 2019).

La imagen que ilustra el texto es obra de la artista iraní Mitra Tabrizian, cuya obra puede encontrarse en su página web.