Continuamos la publicación de numerosas columnas de Martín Cerda de difícil acceso de la mano de Marginalia editores, donde están preparando la edición de un volumen recopilatorio, y han tenido el amable gesto de ir compartiendo con los lectores de penúltiMa los textos de uno de los más excelsos ensayistas de nuestra lengua. Recuperamos hoy la reseña que escribiera en 1970 sobre el libro del sociólogo Hernán Godoy El oficio de las letras, donde se analizaba las particularidades de los trabajadores de la escritura.

 

Reseñando el número especial que, hace dos años dedicó la revista Aportes al estudio de las relaciones de la literatura con la sociedad hispanoamericana de nuestros días, subrayamos el hecho de que la sociología literaria no tuviese todavía entre nosotros ni el desarrollo ni la audiencia que, desde hace tiempo, tiene en otros países. Este hecho determina que todo intento de referir un fenómeno literario al proceso global de la sociedad chilena fuese a su vez, prejuzgado como una devaluación de la autonomía del escritor, cuando no como una franca e inadmisible profanación del secreto de la obra literaria.

La aparición de este libro[1] del sociólogo Hernán Godoy viene, desde luego, a modificar esta situación, constituyendo, posiblemente, el primer paso decisivo hacia una sociología de la literatura chilena. Concebida hace algunos años, mientras su autor seguía un curso de Leo Lowenthal sobre Sociología de la Literatura en la Universidad de California, esta obra está basada en el análisis de las respuestas al cuestionario que, hace ocho años, sometió a la consideración de un grupo suficientemente representativo de escritores nacionales.

“No se ha intentado aún —constata Godoy— reconstituir, en forma sistemática, el panorama sociológico de Chile presentado por la literatura nacional. Pero es muy posible que ésta muestre ya un reflejo de la variada estructura rural y urbana de nuestro país. Incluso, las otras líneas temáticas secundarias que se advierten en las obras de los escritores, contribuyen a caracterizar la estructura social en sus aspectos intelectuales, históricos, ideológicos o estéticos”.

“Esta obra no pretende, sin embargo, ofrecer esa visión global, sino, más bien, sólo intenta determinar la identidad de los escritores chilenos de nuestros días, ofreciendo, al mismo tiempo, una descripción de las imágenes que éstos tienen sobre la recepción social de su oficio literario. Este propósito —como lo advierte Godoy— circunscribe a este estudio dentro del dominio de la sociología del autor”.

Este dominio había sido ya esbozado o insinuado —como el propio autor de El oficio de las letras lo indica expresamente— por algunos de los críticos literarios chilenos. En efecto, la interpretación social de algunos fenómenos literarios llevada a cabo por Domingo Melfi, Alone, Raúl Silva Castro, Ricardo A. Latcham o Fernando Alegría, constituye, desde este punto de vista, un valioso anticipo de algunos de los temas específicos de la sociología literaria de nuestros días.

Godoy prueba, sumariamente, este anticipo al contrastar el actual status social del escritor chileno con el que tuvo durante el siglo XIX. Este contraste no había pasado, desde luego, inadvertido ni a Alone, ni a Domingo Melfi, ni a Silva Castro. Los tres habían registrado, en efecto, el cambio que, a partir de 1891, se había operado en el reclutamiento social de los escritores chilenos no sólo por sus orígenes sino, asimismo, por sus ocupaciones que, de un modo u otro, los situaban en un determinado estrato social.

Este cambio en la composición social del grupo literario no es, sin embargo, un hecho totalmente externo al proceso de la literatura chilena. Aun cuando el autor señala, en la introducción a El oficio de las letras, que el sociólogo de la literatura sólo debe estudiar los correlatos sociales externos de las obras literarias, se encuentra, de pronto, forzado, al analizar los temas dominantes en dichas obras, a plantear la cuestión de si acaso la elección de éstos no obedece, en rigor, a ciertos cambios sobrevenidos en el reclutamiento social de los escritores.

“La extracción social comparativamente alta de los escritores del siglo pasado —dice Godoy—, el predominio de autores de clase media en la actualidad y la revelación de unos pocos escritores de extracción proletaria, explicarían el hecho de que la literatura chilena tiende a exhibir inicialmente temas y protagonistas de las clases altas (…); luego, personajes de los sectores medios (…), y, finalmente, de los sectores populares. Esta secuencia de la temática predominante muestra cierta relación con la evolución social de Chile y con la extracción social de los autores”.

Esta relación, sin embargo, no siempre es transparente, e incluso, las más de las veces, resulta equívoca. El propio Godoy contrapone, perspicazmente, la temática de los escritores de la llamada generación del ’38 con la de los de la generación del ’50. El hecho de que, en líneas generales, los primeros hayan “tematizado” el Pueblo o la clase media, mientras que los segundos expongan, asimismo en líneas generales, los conflictos psicológicos de los adolescentes de la clase alta, está, sin duda, señalando “una diferencia en él reclutamiento social de los miembros más significativos de cada generación, pero, al mismo tiempo, implica una diferencia de los valores implícitos en sus obras más características”.

Esta diferencia de valores estaría indicada, posiblemente, por el papel social que, idealmente, le acuerda cada generación al oficio de escritor. La idea de que el escritor es un “orientador”, un “maestro” o simplemente, un “revolucionario” traduce desde luego, el optimismo en el poder de la raison propia de la ideología de la Ilustración. La idea de que el escritor es, al contrario, sólo un “artista”, traduce,’ a su vez, el desconcierto, cuando no el pesimismo, del autor romántico que, cuestionado por la sociedad en la que vive, levantó la religión de l’art pour l’art como, al decir de Pierre Bourdieu, una “ideología compensatoria”.

El material contenido en esta obra de Hernán Godoy es, sin embargo, lo suficientemente incitante, como para proponer, frente a sus análisis sociológicos del autor, la necesidad de emprender esa sociología de las formas literarias que, formulada por el joven Lukács, ha desarrollado luego L. Goldmann. Esperamos poder completar el sentido de esta proposición en la segunda parte de esta nota sobre este libro, que está llamado, desde luego, a modificar radicalmente el horizonte de los análisis de la estructura literaria e intelectual de nuestro país.

[1] Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1970.

Nota literaria publicada el 31 de julio de 1970 en el periódico de circulación regional La Prensa de Curicó

 

 

Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930. Realizó sus estudios básicos en Viña del Mar, en el colegio los Padres Franceses. Desde entonces su pasión fundamental fueron los libros, especialmente la literatura y la cultura francesa. Por esta razón, a los 21 años viajó a París, con el propósito de conocer e imbuirse en la corriente intelectual encabezada, en esta época, por los existencialistas Jean Paul Sartre, Boris Vian, Albert Camus, Ives Montand, Simone de Beauvoir entre otros. Se matriculó en la Universidad de La Sorbonne para estudiar derecho y filosofía, allí entró en contacto con obras de escritores franceses y europeos fundadores del pensamiento moderno. Así, Cerda fue uno de los primeros escritores chilenos en estudiar a los intelectuales europeos de la década de 1950, adquiriendo con ello una erudición que lo posicionó como el único autor con la capacidad de difundir tales ideas en Chile. Todo esto ayudó a forjar su orientación de ensayista, actividad que abordó con gran entusiasmo, pues esta forma literaria le permitió situarse en la contingencia y dejar constancia de su tiempo. De regreso en Chile, trabajó como columnista en distintos periódicos y revistas, colaboró desde 1960 en la revista semanal PEC, y en el diario Las Últimas Noticias, donde escribió ensayos sobre hechos históricos, literatura, cultura y contingencia chilena. Asimismo, en 1958, participó de un suplemento del diario La Nación llamado «La Gaceta». Por otra parte, en esta época formó parte del ambiente intelectual chileno, integrándose a discusiones literarias en cafés y en tertulias y dando charlas. En 1970 resolvió abandonar Chile y establecerse en Venezuela desde donde siguió enviando artículos para Las Últimas Noticias. Además trabajó en un suplemento literario de un periódico de ese país. En 1982 publicó su primer libro, La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo, en el que propuso un recorrido por la historia de este género, desde sus orígenes. En 1984, asumió la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile, cargo al que renunció el 3 de marzo de 1987, porque quería dedicarse por completo a la preparación de otros libros de ensayos. Ese mismo año, publicó Escritorio, un largo texto donde reflexionó sobre el oficio del escritor. En 1990, obtuvo la beca Fundación Andes para llevar a cabo tres proyectos de investigación en la Universidad de Magallanes (Umag): Montaigne y el Nuevo Mundo; Crónicas de viajeros australes y una completa bibliografía de Roland Barthes. Esta experiencia lo motivó a trabajar en la ciudad de Punta Arenas, donde había descubierto una escena literaria fecunda y una activa vida académica.Sin embargo, a los pocos meses de haberse instalado, en agosto de 1990, la Casa de Huéspedes del Instituto de la Patagonia, donde estaba alojado, sufrió un incendio que destruyó casi por completo su biblioteca personal y sus manuscritos próximos a ser publicados. Esta catástrofe le asestó un duro golpe del cual nunca logró recuperarse. Luego de sufrir un paro cardíaco a fines de ese mismo año, debió ser sometido a una intervención quirúrgica que, en definitiva, no resistió. Murió el 12 de agosto de 1991. Dos años después, los investigadores Pedro Pablo Zegers y Alfonso Calderón publicaron dos libros recopilatorios de sus ensayos dispersos en libros y revistas. Más tarde, el prólogo de Martín Hopenhayn a la última edición (2005) de Palabra quebrada; ensayo sobre el ensayo, marcó la reactivación de las lecturas e interpretaciones en torno a su obra, que vino a confirmar la publicación de Escombros: apuntes sobre literatura y otros asuntos, volumen de textos inéditos con edición y prólogo también a cargo de Calderón.