Por cortesía de la editorial murciana Boria, acercamos a nuestros lectores este breve cuento metaliterario donde Eric Luna ironiza en torno a ciertos mecanismos de la producción y recepción literarias, perteneciente a su libro de relatos El arte de mantenerse a flote

 

José Rafael de Parda es un joven escritor. O eso se cuenta a sí mismo: joven escritor. Lo cierto es que el joven José Rafael sabe usar las palabras. Con dieciséis años envía un relato a un concurso y gana un accésit. A partir de ahí, le ocurre lo que a todo aspirante: se convence de que es escritor y de que el mundo lo necesita.

Por aquel entonces, escribe relatos que llegan a su cabeza como tempestades, sacudiéndolo. Se le acumulan los relatos en las libretas, en la Olivetti, más tarde en el Pentium. Manda relatos a concursos, a fanzines, hasta a revistas literarias de lengua inglesa, con la esperanza de ser traducido algún día, de ser descubierto fuera de su patria chica y de su España natal. Nada le gustaría más.

A José Rafael le gusta el tema éste de escribir, pero también le gusta el pulpo a la gallega empapado en aceite y pimentón. Su voracidad literaria sólo es equiparable a su voracidad gastronómica. Pasa los días alternando los estudios de Derecho con sus aspiraciones de escritor y, entre tantas horas tras el escritorio, caen cientos de cafés rebosantes de azúcar, en maridaje con otros tantos dulces glaseados.

En un alarde de genialidad, José Rafael decide dedicar una obra a las vaginas. Después de todo, tras un buen libro, y un buen palo catalán relleno de chocolate, lo que más le gusta en el mundo es una buena vagina. Escribe una prosa poética sobre vaginas que conoce, sobre vaginas que le gustaría conocer y sobre vaginas que él se imagina en sus mejores fantasías. El libro echa a rodar de una manera un tanto underground y llega a convertirse en una pequeña obra de culto. ¡Por fin ha descubierto lo que la gran masa lectora inculta y él tienen en común!

Una vez cree que ha encontrado el lugar que le corresponde dentro de la Historia de la literatura decide que la mejor forma de mantenerse en la cumbre será la de espantar a todos esos lectores pusilánimes a base de barroquismos.

José Rafael es un contracorriente. Un fuera de la ley. Comienza a usar palabras arcaicas que nadie comprende y decide elevar el aburrimiento a la categoría de arte. Es así como llega a recibir el Planeta. Tras alzarse con el codiciado galardón, consigue hacerse un hueco en todas esas estanterías decorativas en las que se va acumulando el polvo sobre esos libros que casi nadie ha terminado de leer.

Va pasando el tiempo. Gana algunos kilos. En pesetas y en masa corporal. Sigue alimentándose sin mesura a base de clásicos. No parece que el siglo XX tenga nada demasiado interesante que ofrecerle, aunque se permite el lujo de plagiar párrafos enteros de autores coetáneos sin pestañear. Cuando es cuestionado por ello, habla de homenajes, y de hip hop, y de la técnica del sampling.

Si le preguntan, sostiene que los demás no entienden. Que nadie lo entiende. ¡Qué lejos quedaron esos años en que escribía sobre temas tan mundanos y tan accesibles para la masa inculta! Como las vaginas.

Una noche, abatido, solo, está descansando la vista frente a la televisión. Ya no sabe qué hacer para volver a ganarse a ese público que antaño lo cegaba con sus flashes. Ya sólo acude a tertulias políticas. A repantigarse en las butacas, y a meterle mano sin piedad al cáterin, de los platos televisivos donde imparte clases de moral bajo esa perspectiva política que él denomina premodernismo.

Pero, no nos distraigamos: en aquel momento, él está viendo la televisión. No, de hecho está haciendo zapping, cuando ve aparecer la cara de ella.

Han pasado muchos años, pero aún la reconocería en mitad del tráfico de la Gran Vía. Ahora está ahí: en la caja tonta, en un reality. Se regodea pensando que él no es el único ganador del Planeta por el que pasan los años. Recuerda que ella es una de sus vaginas inventadas, pero en este momento es su escote lo que rapta su atención.

Se convence a sí mismo de que el escote de ella es una estrategia perversa de la cadena para elevar la audiencia…

De repente, se yergue: Eureka. Una revelación. Acaba de parir una idea: Tetas. Una novela… No, una colección de prosas poéticas… sobre tetas.

Pero no tarda en darse cuenta de que eso ya lo hizo Gómez de la Serna hace un siglo, y le vuelve a bajar l tensión.

 

Eric Fernández-Luna Martínez (Alhama de Murcia, 1984) ha tenido trabajos tan dispares que enumerarlos aquí sería una pérdida de tinta.  Diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Murcia y posgraduado en Creación Narrativa por la Escuela Superior de Comunicación de Granada, ha publicado (y autopublicado) varios poemarios y plaquettes (Poesía de guerrilla, Finísimos hilos de araña lo envuelven todo, Caviar para gusanos e Introvisores) y un libro de relatos en clave de pulp (Negra, fría, dura y en tu boca). En 2017 escribió y dirigió su primera obra de teatro (Animales que evitan la lluvia). Imparte talleres de escritura en dos institutos, y para adultos a través del proyecto Storyville – Laboratorio de Ficción. Aprendió sobre la caza del búfalo leyendo a Bolaño.