Una frase concreta de una gran obra es eterna en el original, pero está sujeta a caducidad en las traducciones. Briggs propone en este libro una reflexión sobre la autoría del traductor, las motivaciones y las coartadas de un oficio que se considera a veces no ya condenado a cierta fraudulencia en su ejecución, sino imposible. Por su propia naturaleza, traducir obliga como mínimo a plantearse la noción de responsabilidad. Este pequeño arte retoma la propuesta de Barthes de crear la fantasía de que algo dicho o escrito en 1967, por ejemplo, puede significar lo mismo si lo decimos en 2020. Hace de la convención virtud, en definitiva, porque si llamamos la atención sobre una ocurrencia —por virtuosismo o error, si es que son cosas distintas— la ocurrencia deja de serlo para convertirse en un ensayo a propósito de la ocurrencia: una glosa, por más que ocupe el espacio de una sola palabra. En Este pequeño arte, Kate Briggs examina la interacción entre autores y traductoras como Helen Lowe-Porter y Thomas Mann o Dorothy Bussy y André Gide, o la prefiguración de la obra traducida ya presente en un original de Virginia Woolf o Daniel Defoe (también los engaños y los autoengaños) para identificar las operaciones que, aplicando «un grado de ficción adicional», nos permiten olvidar que algo se dijo en otro idioma y estamos jugando a que se dijo y dice en este otro. Tomando su propia experiencia de traducir las notas de las conferencias de Roland Barthes como punto de partida, Kate Briggs entrelaza varias historias para ofrecernos este retrato de la traducción literaria como una actividad intensamente relacional. Entre otras, narra la historia de las traducciones de Thomas Mann de Helen Lowe-Porter y su difamación póstuma, escribe sobre la relación amorosa entre André Gide y su traductora Dorothy Bussy o recuerda cómo Robinson Crusoe construyó laboriosamente una mesa, para él por primera vez, en una isla no tan desierta. Con Este pequeño arte, un relato bellamente estratificado de una experiencia de traducción subjetiva, Briggs emerge como una escritora verdaderamente notable: distintiva, sabia, franca, divertida y absolutamente original. De la mano de Jekyll & Jill, una de nuestras editoriales de referencia, y de Rubén Martínez Giráldez, uno de los actuales traductores estrella del mundo editorial hispano, que sirve como marchamo de calidad e interés de todo texto al que se acerca, es un placer poder poner un adelanto de este libro al alcance de nuestros lectores. Una delicatessen para los lectores más exquisitos.

 

En julio de 1918, André Gide llegó a Cambridge acompañado por su amante Marc Allégret, para una estancia de tres meses. Llevaba consigo una carta de presentación para Simon Bussy, un pintor que hacía delicadas composiciones de plantas y animales que abocetaba en el zoo de Londres. «Entre camaleones, búhos y periquitos, también posaba para él algún humano», escribe Jean Lambert en la introducción a las Selected Letters of André Gide and Dorothy Bussy, editado y traducido por Richard Tedeschi. Uno de esos humanos era su mujer: Dorothy, Strachey de apellido de soltera, hermana de Lytton y James. Su retrato de ella de joven está expuesto en el Ashmolean Museum de Oxford y se reproduce en la cubierta de Selected Letters. Aparece bien sentada en una vaporosa butaca, mirando fuera del marco por encima de sus quevedos. Tiene las muñecas relajadas y sueltas, las manos medio abiertas; parece estar pensando. La pared de detrás es de un luminoso verde pastel claro, casi fluorescente. Lady Strachey había alquilado una casa en Cambridge ese verano, y su hija, de visita desde Francia, estaba allí con ella por casualidad. Gide quería mejorar su inglés y Dorothy Bussy le propuso darle clases. A medio camino de sus vidas —Gide tenía cincuenta años, Bussy cincuenta y dos— se hicieron amigos y mantuvieron una relación epistolar, se vieron rara vez pero se escribieron a menudo. Gide casi siempre escribe a Bussy en francés. «Chère amie», es como se dirige a ella. «Très chère amie.» Bussy le escribe en inglés a Gide: «Dear Gide», así es como responde.

«Dearest Gide,»

«Dearest,»

«Dear and beloved,»

«Beloved Gide,»

«Beloved,»

Bussy era la querida amiga de Gide.

Gide era el querido amigo de Bussy, y el admirado escritor al que tradujo; además de esto, lo amó. Lo amó, tal y como describe Lambert, con una pasión que ardía con la misma potencia al final de su vida que en aquellos primeros años; lo amaba en una relación, «una confluencia entre iguales», dice Lambert, que en ese único sentido estaba desequilibrada, puesto que claramente su amor no era correspondido.

Después de aquel encuentro casual de verano, Bussy se convirtió en la traductora principal de las obras de Gide (en noviembre de aquel mismo año, Gide le escribió pidiéndole que le echase un vistazo y corrigiera en caso de ser necesario una traducción que Lady Rothermere había hecho de su Prometeo: a los editores, Chatto & Windus, decía, les preocupaba que fuese «más literal que buena».) También ella escribió una novela, una historia de amor, la anónimamente publicada Olivia. Una «pequeña obra maestra», diría Gide cuando tuvo oportunidad de leerla.

 

En septiembre de 2007 escribí un correo a la Columbia University Press. Había leído The Neutral —la traducción de Rosalind Krauss y Denis Hollier de la mitad del seminario publicado en 2005— y me preguntaba sobre La Préparation du roman, el último: ¿tenían traductor o lo estaban buscando, por casualidad? El día antes de que les llegara mi email, el traductor que habían pensado confirmó que no estaba disponible: les envié una prueba de traducción y (es absurdo pero) así fue.

 

 

Cuando le preguntan cómo acabó traduciendo del italiano, Ann Goldstein, traductora de Elena Ferrante y Primo Levi entre otros muchos, responde a menudo alguna elegante variación de lo mismo: fue una cosa accidental.

 

 

En 1927, el traductor por el que tenía preferencia Mann para La montaña mágica cayó o se tiró por la ventana. Poco después, según cuenta David Horton, el editor Alfred A. Knopf pasó a confirmar el acuerdo con Helen Lowe-Porter.

 

 

A consecuencia de la publicación del artículo de Buck en el TLS llegó una pequeña avalancha de cartas al editor. Lawrence Venuti escribió en respuesta, contradiciendo enérgicamente la «típica condescendencia académica» hacia traductores y traducción que detectaba en la pieza de Buck, defendiendo los errores de Lowe-Porter partiendo de la base de que los criterios que hacen buena a una traducción cambian. Existe una estética tácita de la traducción, escribió; una estética que, como todas las tradiciones estéticas, pertenece necesariamente a su tiempo. David Luke, cuya traducción de 1988 de La muerte en Venecia de Mann había elogiado Buck («un modelo de traducción: fiel al original, aunque fluida») replicó con nuevas pruebas de más errores aún, y más condescendencia aún. No se puede culpar a las complejas oraciones de Mann por esto, arguyó, ni cambiar las normas ni los criterios. No, de lo que estamos hablando aquí es de «fracaso». ¡Solo hay que ver esos «errores garrafales dignos de primaria»!

Venuti volvió a la carga con otra carta; Luke volvió a responder.

Al final, las hijas de Lowe-Porter escribieron, citando una carta de la última época de su madre enviada a su editor, donde describía su propia percepción del trabajo.

Sopeso la carta, y las líneas adicionales de su correspondencia que cita Buck para fundamentar su queja contra ella:

Un placer perverso, denominó Lowe-Porter a la traducción.

Emplear su propia experiencia como autora creativa.

Tomar en consideración el todo, pide la carta.

Y fijémonos en la promesa a la que se atenía: se negaba a enviar una traducción al editor hasta que sintiera que había escrito el libro ella misma.

 

Kate Briggs es la traductora del francés al inglés de La preparación de la novela Cómo vivir juntos, dos de los tomos de conferencias y notas a seminarios de Roland Barthes en el Collège de France, publicados ambos por Columbia University Press. Es profesora en el Piet Zwart Institute de Róterdam.