El adiós. La ruptura. El aturdimiento. La discordia. El cambio. Maneras cotidianas de morir soltadas por la escritora Esmeralda Berbel en un diario personal a raíz de una separación. “Escribe para salvarte. Luego escribirás porque estarás salvado”, leyó alguna vez. Nunca se preguntó si esta premisa era real, pero ahora la literatura la mantiene a flote.

Desde su divorcio, relata, inició el desmoronamiento de una vida, en apariencia, fuertemente tapiada; y se encontró, de repente, sin familia: el núcleo de tres, conformado por ella, el marido y la hija, completamente disgregado. Una situación donde toda posibilidad de avance era rechazada por el dolor.

En lugar de caminar, cantar o visitar el mar, optó por un lápiz y un cuaderno para escrutar su incomprensión, su malestar. Durante tres años retomó las primeras formas de encuentro con la escritura: los diarios. Más tarde, esas páginas llenas de tachaduras y borrones se transformaron en libro.

Irse, publicado por la editorial Comba, recoge la inestabilidad, la rabia, la tristeza, la amargura y las preguntas sin respuesta, propias de todo proceso de desprendimiento. Irse, recuerda, significaba irse de todas partes. Entonces lo único que buscaba era permanecer en un espacio digno, tranquilo, y no retornar a lugares de sometimiento.

“Eso hago con las cosas inentendibles: escribir. Porque me salva, de qué no lo sé, pero me salva”, asegura. Hurgar en el contenido de esos diarios fue rescatar la memoria de lo extraviado con el tiempo, pero sin nostalgia. “En todo caso tengo la sensación de ser consciente de los hechos, de las líneas traspasadas, y toda la actividad generada a partir de ese acontecimiento: así que empecé a escribir otra vez”.

Fotografía de Georgie Uris
La escritura: ejercicio vital

Un hábito desarrollado por Esmeralda Berbel desde niña, expresando deseos, sentimientos, inquietudes. Además de la afición tremenda por la lectura, un recuerdo de la infancia es el del pillar una libreta enorme con las columnas “debe, haber y saldo”, guardadas por sus padres. Sola, en la habitación, se dedicaba a garabatear los sonidos de su cabeza.

“Cuando una gran amiga me regaló los diarios de Anaïs Nin los devoré. En esas páginas me encontré con una señora que narraba el miedo o la sorpresa por las mismas cosas que yo. Me calmó”.

Por ello, en medio de la ruptura, decidió palabrar el dolor y el desgarro. No la movía ninguna intención literaria. Solo necesitaba contarse a sí misma aquello que la atravesaba y la hacía arder por dentro; luego pensó en Vivian Gornick, John Cheever y Joan Didion, confirmando: “La vida contada desde la ‘no ficción’ es necesaria”.

“En el cine están los documentales, tan importantes como los relatos de ficción. Así que me planteé escribir durante todo ese tiempo como algo significativo. No con la idea de hacer un libro; sino porque en ese momento era vital para mí”.

Nada más que palabras

La escritura y la reescritura son artificios para sortear el quiebre. Esmeralda Berbel borró, tachó, rearmó y rescató palabras como ejercicio de creación a partir del largo duelo contenido en sus cuadernos. Incluso, en frente del ejemplar “definitivo”, revisaba nuevamente y encontraba falta de ritmo, repeticiones, clichés. Tocaba rehacer.

Transformar en libro esos fragmentos resultó controvertido. La intimidad cruzó barreras. Cómo podía defenderse si las palabras volvían todo más real. “A la hora de escribirlo reviví esos duros momentos. Ya no formaban parte de mi vida, sentía que otra vez sucedían y, al mismo tiempo, me encontraba haciendo de ellos una ficción”.

Toda escritura, ficcional o no, siempre es privada y se comparte al ser publicada. El diario, claro, es uno de los géneros donde el “yo” queda más expuesto, más exaltado. Para ella, el reto fue “optimizar”, por primera vez, tanta escritura de su vida. “En Irse no hay grandes épicas, pero era importante sacarlo a la luz, no por ser real, sino para convertirlo en libro”.

La caja entera de diarios y libretas es su carrera de fondo. Cuánta página, cuánta letra, cuánto afán transformado en historias. Escribir la realidad, expresa, es difícil. Primero ocurre afuera y después encuentra espacio en el interior: lo visto, lo vivido, se incrusta en ti.

Eso, al final, no tiene tanta importancia en la literatura, sino en la propia vida. Sin embargo, ¿cómo la narración de un hecho personal puede llegar a interesar a otras personas? Tal vez porque la experiencia de dolor o desgarro es universal y, en ocasiones, únicamente están las palabras. Es, quizás, donde radica la posibilidad de salvación de la escritura reafirmada por Esmeralda Berbel: “Cuando algo grave te ha sucedido, solo tienes un papel, nada más”.

 

María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Transeúnte y periodista. Vive en la búsqueda permanente de las historias detrás de los rostros, gestos, pisadas. Haciendo malabares en este mundo circense, en el que aspira jamás perder la capacidad de asombro ante lo que, en apariencia, resulta nimio. Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios venezolanos El Nacional y Notitarde y en la revista digital Clímax.

Las imágenes de la Esmeralda Berbel son de Georgie Uris.

Maimónides escribió una Guía de perplejos que, acaso, sea uno de los libros fundamentales de la cultura española. Perplejo se queda, siempre, un escritor cuando es entrevistado. Ya sea por la ineficiencia del entrevistador o, por el contrario, por el conocimiento que despliega de la obra del entrevistado. Y más Perplejo, si cabe, cuando lee esa entrevista y se descubre como alguien más ajeno a sí mismo de lo que esperaba.