Publicado por Kriller71, esta recopilación de poemas acerca a los lectores en castellano la obra de Fieret, pero además sirve como trampolín a Daniela Martín Hidalgo para repensar ciertas categorías asumidas como lo que es marginal y lo que no lo es en el entorno literario.
¿Qué tensiones operan entre la institución literaria y una escritura calificada de “marginal”? ¿No se construye la figura del escritor “maldito” como un extremo romántico y bohemio que legitima la posición diametralmente opuesta de un mercado editorial que asume así comerciar con productos “inauténticos” y banales? ¿Es que acaso la “verdad” del arte y la literatura pueden solo surgir en una periferia no mercantilizable ni profesional?
Con Gerard Fieret (La Haya, 1924-2009) la historia se repite: un artista total (poeta, pintor, fotógrafo) y outsider, casi autodidacta (estudió Bellas Artes pero no completó la academia) y “descubierto” en estado de abandono vital pocos años antes de su muerte, convertido a continuación en fenómeno de éxito en galerías internacionales. Kriller71 nos acerca, por primera vez en España, la obra poética de este artista holandés conocido sobre todo por sus fotos pero quien, considerándose un “fotograficus” –especie de animal mitológico mitad fotógrafo mitad dibujante–, la labor que en realidad desarrolló sin interrupción fue la de escribir poesía. En la antología preparada y traducida por Nanne Timmer, Los hombrecitos Hasselblad (poemas, imágenes y textos encontrados), nos topamos con una voz fresca y una mirada íntima a la vez que radical a una ciudad de la que han desaparecido edificios monumentales y entornos memorables para ser habitada por pájaros y prostitutas.
El valor de los versos de Fieret se relaciona con el de esas fotos sobresaturadas o llenas de violentos claroscuros también suyas: la potencia expresiva de una vida recién escupida y donde lo que interesa no es el encuadre o el estilo sino la relación entre lo que se retrata y la mirada. El lenguaje no quiere producir ni alentar ningún discurso sino que, deslavazado y a la deriva, expresa el absurdo de la existencia misma. No hay nada que transmitir más que el extrañamiento pues, tal y como señala Tarkovski en “La imagen de la vida”, se trata de reproducir imágenes que sin lógica, inverosímiles, simbolicen la vida y, de este modo, enuncian una forma de verdad. Los poemas de Fieret dan cuenta de la fragilidad y el desconcierto de la existencia a partir de temas como la infinita multiplicación del yo (“Me desenrollo en mí / yo a, yo b, yo etc. / me disuelvo en la lluvia / ya a, yo b, yo etc.”, “yo puerta a / mí mismo / puerta detrás / puerta / a mí mismo”), el obsesivo escrutinio en la identidad (“a veces soy una montaña / o pájaro y miro a mi / caballo con el ojo de / las miniaturas”, “no hay abajo ni arriba /soy estupa en el tiempo”) y el desdoblamiento (“yo –no el otro abre la puerta // veo el paisaje al revés / los pájaros vuelan de espaldas // no yo –el otro lo atraviesa”).
Lo interesante resulta que en esa aparente ausencia de intencionalidad la sensibilidad de Fieret sea capaz de construir el envés del relato de la revolución sexual holandesa de los 60 y los 70, a la vez que la soledad y el abandono del bienestar material de los 80 y los 90 sin abandonar ni un momento un lirismo simple, irónico pero a la vez profundo:
“en ningún lugar estoy con en el viento
húmedo de la noche y las tiendas
quisiera llorar por las calles
las trastiendas, la carne de los mataderos
y el colgar silencioso de todo lo despiezado
los botes de perfume y la ternura dulce
de las muñecas en sus escaparates
cuando regreso a casa
a través del húmedo viento de la noche” (p. 37).
Para que no haya confrontación, Fieret tiene que estar loco o ser tonto al decirle a aquellos que lo nombran miembro honorífico del Haagse Kunstkring u otros como ellos: “Un día me encontré a los poetas sin páginas, en el bar. Allí estaban, hablando. Llevaban hablando días y días de poemas, sin escribirlos. Se peleaban por si tenían que ser en tiempo presente o en tiempo pasado. Uno ‘presente’ el otro ‘no, en pasado’. Los cuatro hablando sobre un pajarito muerto. ‘Érase un pajarito muerto’. ‘No. Hay un pájaro muerto’. Un poema. Yo les dije ‘Ustedes sí que son unos pájaros muertos; de eso nunca saldrá un poema’.” (p. 90).
Y es entonces esta deconstrucción de la cultura dominante –artística o seglar, da igual– la que impide que tanto la escritura como las fotos de Fieret puedan ser reducidas a simple testimonio de la vida excéntrica de un hombre dedicado en sus últimos años a alimentar a las palomas y a tocar la flauta por las calles de La Haya para conseguir dinero. Pues, tal y como señala Timmer en el prólogo, “La mirada incómoda de Fieret, la del paranoico y problemático, no solo dice mucho de su figura, sino también de su entorno. La actitud de los curadores y galeristas hacia la persona y el arte de Fieret es doble: hay fascinación y rechazo, como si adoptarlo no hubiera sido un problema si este no mordiese. Pero el bicho Fieret mordía, y se reía, y eso era en esencia todo lo que había hecho.” (p. 8).
En la obra de Fieret hay tanta resistencia como en su vida a la forma fija –no hay aura porque ya no puede haberla–; su abordaje es ya inevitablemente el del fragmento y la acumulación de identidades y momentos sin posibilidades de sublimación. Pues si todo está agotado queda la relación entre el fotógrafo y la modelo antes y después de la foto, la intensidad del encuentro azaroso, nunca completo, o el resto vivido que sutilmente cristaliza en el verso o la imagen: “el nuevo rumbo / tendrá que hacerse valer”.
Daniela Martín Hidalgo es poeta y traductora licenciada en Filología Hispánica. Su último libro publicado es Pronóstico del tiempo (Trea, 2015). Ha sido docente en la Universidad de Leiden (Países Bajos).
La imagen que ilustra el texto es una toma de contactos del propio Fieret.
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