De veras, no lo digo por la amistad que nos une: estoy convencido de que la poesía de José Daniel García (Córdoba, 1979) es una de las más interesantes de entre la que, si no puedo llamar poesía joven, llamaré poesía ya no tan joven, ahora que Daniel se acerca a la cuarentena pero con el mismo aspecto aniñado de siempre pese a las incipientes canas.
En su aspecto entre bisoño y maduro, frágil y enérgico, uno encuentra la cifra exacta de su poesía, que consigue casar con gran naturalidad un sinfín de extremos: es al mismo tiempo, cruda y sutil; alejada de lo coloquial, pero no por ello hermética; accesible pero también llena de filos; una poesía que es emoción, pero también contención. Y me parece que nos encontramos ante el libro de José Daniel García que, hasta la fecha, consigue esa conciliación de la manera más natural.
- Yo comenzaría por preguntarte por el título: Noir. Un título que remite al cine negro y que contrasta con este verde espectacular de la cubierta
Noir es un alegato de resistencia frente una sociedad de género negro.
La creación de una atmósfera es la base estructural de cada uno de mis poemarios, o eso pretendo. Precisamente, el noir se caracteriza porque la acción se desarrolla bajo una atmósfera húmeda, casi asfixiante, que envuelve y condiciona a los personajes. Las voces de este poemario se esfuerzan por hablarnos desde un ambiente muy similar. La emoción genera el cariz.
La esencia fronteriza del género negro también es común al espíritu de este libro, así como el perfil de sus personajes, peones o alfiles de una sociedad cínica y corrupta; hechos, de cualquier modo, a la micro-violencia cotidiana.
Con respecto al color de la portada, fue una sugerencia de la editorial. Me parece un acierto por el irónico contraste con el título y la temática y porque creo que el lector podrá apreciar, también, una sutil relación del verde con la leve esperanza que parece nacer en la última parte de este libro.
2- Es evidente que muchos poemas remiten a las estampas o los cuadros urbanos de Baudelaire en Las flores del mal. Solo que, en lugar del París de los dandis, el contexto vital es la Córdoba nocturna, aunque también diurna, del verano, esa estación en que la ciudad queda prácticamente desierta.
Y es verdad que el símbolo ya compartido de las flores del mal, de la búsqueda de la belleza incluso en los lugares más oscuros en los que se supone que no puede florecer la belleza, ya estaba en tus obras anteriores. Sin embargo, y pese a la referencia explícita (el esplín de provincias), encuentro que el libro recoge también el aroma de Una temporada en el infierno, de Rimbaud. ¿Este libro es el resultado de una temporada en el infierno?
Córdoba puede ser el paradigma de las capitales de provincia en Occidente, lo cual casa muy bien con su pasado y con el “devenir” histórico de nuestra civilización.
Aunque sigo buscando la belleza en la corrupción, las flores de este libro se abren como símbolos del desarraigo, lo cual resulta desesperante en unos organismos que, por lo general, necesitan asirse a la tierra para sobrevivir. En mi imaginario personal, las flores también concentran mi esfuerzo por llegar hasta la raíz de los propios conceptos. Quizá por ello Luis Antonio de Villena ha definido mi poesía –exceptuando Estibador de Sombras– como de un realismo radical. Yo añadiría que, en mi poética, hay un aspecto visionario insoslayable. De hecho, ir hasta la raíz de lo real proporciona el impulso para trascenderlo y acercarse a ese plano objetivo que me obsesiona.
Durante el periodo de escritura de Noir, releí la obra de Rimbaud y digamos que la comprendí –o la interpreté– de manera distinta a como lo había hecho anteriormente. En vez de centrarme en los aspectos que tradicionalmente ha destacado la erudición crítica, entendí que, en su último poemario, Rimbaud realiza un balance del periodo –de los dieciséis a los veinte años– durante el que logró llevar al límite su concepción del poeta, para dejar constancia de que ha fracasado en su intento de transformar la vida. Decepcionado, concluye que la única salida posible es la salvación personal y se convierte en un hombre práctico. A saison en enfer es la confirmación de un imposible que solamente puede superarse transmutando el sujeto confesional en sujeto histórico. Su obra literaria como correlato de su vida rebasa la biografía. Siempre a la vanguardia, siempre adelante, ahora le toca encarnar el espíritu de su tiempo.
Por motivos personales y –digamos– históricos, yo estaba viviendo plenamente la crisis; además, escribí este poemario durante el insoportable verano de 2015, que fue una ola de calor casi ininterrumpida. Puedo afirmar, por tanto, que estaba viviendo mi propia temporada en (el) infierno; pero, a diferencia de Rimbaud, carezco de su clarividencia, de su singular talento y de su índole aventurera. Además, actualmente no quedan territorios por descubrir en nuestro planeta. Para colmo de males, estamos volviendo al cierre de fronteras nacionales y la devastada África no es un continente muy recomendable donde reinventarse. ¿Qué hacer? ¿Adónde huir? Para quienes perseveramos en la escritura, nuestra última frontera es el lenguaje: ahí hallé mi Abisinia.
3- Noir está lleno de estampas, o de cuadros, no ya parisinos sino de los que se pueden encontrar en las noches de nuestra ciudad, en sus “madrugadas tóxicas”: repartidores de flyers, viejóvenes en los pubs, cobardes de bar, sostienes, que no quieren pelear, sino que los separen, gente que espera en la barra, “una boa de ceniza/ entre los dedos/ cronometra la espera”, dices en uno de los versos, todos esos “cuerpos a la deriva / como algas flotando”… En cualquier caso, el legado del simbolismo me parece muy claro y, además, muy bien metabolizado. Háblanos de otras lecturas que has digerido aquí. Qué leías mientras preparabas Noir. Qué contagios te parecen más evidentes.
Hay una huella indeleble en mi poesía dejada por la obra de Baudelaire y por el estudio del movimiento simbolista, como acertadamente señalas. Arrastro, también, una deuda con el objetivismo norteamericano, la vanguardia que parte de Rimbaud y de su concepción del poeta como médium y vehículo del fluir poético.
Siguiendo con la tradición del paseante urbano, tenía fresco el concepto de psicogeografía, la famosa Teoría de la Deriva y algunos escritos de Robert Walser. La distancia objetiva y la observación constituyen dos técnicas fundamentales en mi labor creativa, soy un poeta poco apriorístico.
En mi discurso pretendo fusionar lo realista y lo visionario mediante algo que yo denomino speed ball emocional, quizá por ello durante la escritura de Noir combinaba la lectura de Una temporada en el infierno con las variaciones Goldberg de Bach. Paralelamente, repasaba Historia Moderna para dar clases particulares. Dormía poco y de modo intermitente a causa del calor y alternaba mis momentos de escritura con la Play Station 2. Durante mi insomnio, jugaba a State of Emergency, un juego distópico de acción donde todo el planeta está en manos de una corporación que manipula a la sociedad mediáticamente mientras elimina cualquier conato de rebelión. Yo siempre elegía la opción de juego denominada “caos”, pura ultraviolencia nihilista.
Además, durante la escritura de la última parte del libro, me releí la obra de Alejandra Pizarnik, que casi siempre ha estado entre mis libros de cabecera.
- La segunda sección del libro (pp. 23 y ss.), que se abre con una cita de Alejandra Pizarnick, me resulta más austera, o más metafísica, si me permites la expresión. Aparece la muerte, la muerte de la hermana en este caso, y la verdad es que este segmento es como un sablazo frío en mitad del libro. El poemario entra en una especie de poética de la herida que me parece de lo mejor de estas páginas, lo que, de alguna forma, conecta con tu libro anterior, El estibador de sombras. Cómo percibes tú la relación entre tus libros anteriores y éste.
Hay símbolos que se repiten, como las flores. En mi primer libro, testimoniaban desastres. Eran jalones de la memoria que a la vez reafirmaban la vida: de lo corrupto surgía algo hermoso. En este libro suman una alegoría del desarraigo, como antes apuntaba, y de la levedad.
Con respecto a Coma, Noir podría ser una segunda parte. Tiene mucho de resaca tras la fiesta, que es también el darse de bruces con la realidad cuando se desvanece el espejismo del “bienestar” previo a la crisis. La clave de la supervivencia del régimen neoliberal reside en que el fracaso se achaca al individuo, no al sistema; en ambos libros se halla esa hostilidad que deviene en reproches y tensiones durante las reuniones familiares mientras, de fondo, el siempre encendido televisor amplifica el miedo y la frustración; violencia verbal y, a menudo, física, contra los semejantes y contra uno mismo. Una culpa kafkiana.
El yo que aparece discretamente en Coma, un yo no confesional o que diluye lo anecdótico mediante la metáfora y las referencias culturalistas, implícitas o aludidas, habla con fuerza en Estibador de sombras, pero desde una postura donde la vida es planteada como correlato de la obra, fusionando sujeto civil y poético. En Noir el yo es un sujeto extraño, desubicado; por eso el libro parte del tópico literario del regreso, presente en la Odisea y en la tragedia griega. Frente a la fuerza del estibador, la emoción aquí no se desborda para evitar caer en lo narrativo y en la confesión; para universalizar la experiencia propia. Al igual que en mis dos primeros libros, sigo el consejo de Cernuda que dice que “en poesía y en literatura nunca debe hablarse de sentimiento ni de emoción, sino tratar de comunicarlos, para lo cual hay que expresarlos”. Noir pretende ser una elegía de nuestro tiempo (el poema “Zeitgeist” condensa este objetivo), por eso no se trata de un libro de la crisis o sobre la crisis: Noir es la invitación a padecer la crisis en carne propia y a conectarla con la vivencia íntima del lector.
En Noir, como en Coma, hay un poema que habla del despertar. Siempre he experimentado la escritura como una experiencia extenuante de cuyo proceso salgo reforzado y herido, pero esto me ayuda a sobrevivir.
- La siguiente sección se abre, como la primera, con una cita del boxeador Floyd Patterson, y creo que tiene mucho que ver mucho con otra de tus pasiones: la fotografía, y, sobre todo, tiene que ver con la luz. Háblame de la relación entre la fotografía y tu obra poética.
Concibo mi relación con el lenguaje como un combate cuerpo a cuerpo, de ahí la metáfora del boxeo. Como tú bien dices, no hay deporte más literario que el boxeo. En relación con esto, hago mía la cita de Martin Scorsese sobre su película Toro Salvaje: “Yo puse en el filme todo lo que sabía, todo lo que sentía, y pensé que eso sería el final de mi carrera. Es lo que se llama un filme Kamikaze: se pone todo dentro, se olvida todo y después se intenta encontrar otra manera de vivir”. Quien sustituya “película” por “libro” comprenderá mi modo de escribir.
Aunque la mirada es subjetiva y el artista decide qué debe quedar dentro y qué fuera de su enfoque, digamos que la fotografía se presta menos a la confusión. Mi escritura es muy visual, de ahí mi obsesión con ser preciso en el uso del lenguaje. También me gusta crear poemas en los que esa imagen no esté completa del todo, que el lector intuya lo que falta y pueda pixelarla con su experiencia. Mi poesía no excluye al lector, pero tampoco busca un lector ideal.
En 2012 tuve la oportunidad de hacer un taller de fotografía analógica en la Casa Encendida y de vivir la alquimia del revelado. El blanco y negro me resultó la manera más aproximada de atrapar la realidad, la intimidad del sujeto y del objeto en su desnudez. Esta experiencia me condujo a intentar medir mis fuerzas creativas con la disciplina fotográfica, pero, por el momento, las circunstancias me han sido adversas para desarrollar esta inquietud. Ello también me indujo a estudiar la vida y obra de Alberto García-Alix, probablemente el último artista heroico de este país.
- La última sección está precedida por unos versos de Dennis Cooper. Me gusta la manera en que el libro integra versos ajenos sin entrecomillado y sin referencia autor, con lo que no parecen paratextos, sino poemas coherentes con los tuyos (aunque luego, en las páginas finales, consignas de dónde proceden esas citas, es decir, que no te las apropias, sino que las integras). Creo que este último segmento trata sobre la perplejidad ante el amor y sobre la soledad que deja el amor, sobre la persecución del objeto amoroso y sobre el desengaño. Por qué eliges cerrar el libro con esta, quizá la sección menos dura, menos noir.
Hace tiempo leí una entrevista a Dennis Cooper donde comentaba que, cuando comenzó a escribir, creía que la belleza, el sexo y el amor eran la llave para conseguir la felicidad y la plenitud. Posteriormente, la escritura –para él– se convirtió en el modo de superar la pérdida de la inocencia. Aunque nuestros discursos sean diferentes, puedo aplicarme esta reflexión y, bueno, a pesar de que experiencias posteriores me han vuelto aún más escéptico en lo referente al amor “romántico”, siempre he sentido las relaciones sexo-afectivas como un camino de redención; también como una vía de autoconocimiento y, últimamente, como la paradoja de la incomunicación en la era de las interconexiones permanentes. Mientras alguien allane nuestro corazón, nos sentiremos vivos (y aun esperanzados), ¿verdad?
Aunque nacido en Sabadell en 1975, Mario Cuenca Sandoval reside en Andalucía. Ha publicado los poemarios Todos los miedos, Renacimiento, Sevilla, 2005; El libro de los hundidos, Visor, Madrid, 2006 y Guerra del fin del sueño, La Garúa, Barcelona, 2008. Como narrador, es autor de las novelas Boxeo sobre hielo, Berenice, Córdoba, 2007; El ladrón de morfina (451 editores, 2010) y Los hemisferios (Seix Barral, 2014). Está a punto de aparecer su nueva novela, El don de la fiebre, en Seix Barral.
Maimónides escribió una Guía de perplejos que, acaso, sea uno de los libros fundamentales de la cultura española. Perplejo se queda, siempre, un escritor cuando es entrevistado. Ya sea por la ineficiencia del entrevistador o, por el contrario, por el conocimiento que despliega de la obra del entrevistado. Y más Perplejo, si cabe, cuando lee esa entrevista y se descubre como alguien más ajeno a sí mismo de lo que esperaba.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero