La vida da muchas vueltas, y en los recovecos de ella uno, el director de todo esto, se encuentra a menudo con Pedro Plaza Salvati, con quien se ha cruzado ya uno en varias geografías para su propia sorpresa. Y un día llega una colaboradora habitual de la revista con una entrevista que le ha hecho y se queda uno extrañado y perplejo, porque cada vez más las costuras entre lo real y lo virtual se difuminan más en nuestras vidas. Aquí les dejo con Padrón y Salvati.

 

Surrealismo del Siglo XXI, crónica de “largo aliento”, cúmulo de palabras de las que el escritor Pedro Plaza Salvati no logró zafarse. Después de tantear la posibilidad de contarle a los lectores estadounidenses “lo que pasaba en Venezuela”, su país de origen, y además narrar las historias de personajes y lugares que irrumpieron en su estancia en Nueva York, decidió transformarla en Broadway-Lafayette: el último andén, novela que, página tras página, mantiene vivo el pulso de crónica.

“El texto original lo escribí en inglés cuando vivía en Nueva York —cursando la Maestría de Escritura Creativa—, no sé si ingenuamente porque en Estados Unidos es extremadamente difícil publicar y después me quedé con ese material sin saber qué hacer, así que traduje mi propio escrito al español y coincidió que en aquel momento yo estaba regresando a Caracas para quedarme durante un tiempo. Al volver allí fue cuando confirmé: yo quiero contar estos dos mundos. Esa sería la génesis del libro: la unión de mis experiencias en ambas ciudades, mezclando ficción y no ficción”.

Los personajes centrales de esta obra publicada por Editorial Kalathos son Andrés y Cristina, quienes ofrecen sus propias versiones de la realidad circundante. Andrés, la de un país “todo degradado” y Cristina, la vida subterránea de una metrópoli aglomerada. Sus voces, que son también las de Pedro —¡cómo no!— representan cuán igual de exasperantes pueden ser la miseria y la degradación tanto en lo oculto como en la superficie.

“Son dos caras de la misma moneda; y creo que yo mismo me puedo ver reflejado tanto en Cristina como en Andrés; por supuesto que a cada personaje se le agrega pizcas de ficción, aquí y allá, para que engrane lo que es la novela”.

¿Qué importancia tiene en su historia personal la estación Broadway-Lafayette?

 El nombre siempre me pareció muy resonante. Si bien esta no era mi estación —la mía era Bleecker, que a su vez se conecta con Broadway-Lafayette—, tuvo bastante importancia en mi cotidianidad, sobre todo en mi primer año en la Universidad de Nueva York. También, cuando íbamos a las presentaciones de libros en la emblemática McNally Jackson y después salíamos a tomarnos unas cervezas, siempre terminaba la gente montándose en Broadway-Lafayette, que es una estación grande, extraña y muy particular. Además, todo el imaginario neoyorkino de la novela está inspirado en ese entorno en el que yo desarrollé mi vida, espacios que se me quedaron grabados y quedaron simbolizados allí.

En palabras de Fernando Iwasaki usted narra el contrapunto que se genera entre “la vida subterránea, marginal y de mendicidad en Manhattan con la vida en la superficie, aunque igual de miserable de la soleada Caracas”. ¿A qué responde el impulso de dibujar estos escenarios en contraste?

Por algún motivo me impactó —y siempre me atrajo— el tema de la mendicidad en Nueva York, es decir, me ha llamado siempre la atención como cuestionamiento sobre la vida esa línea divisoria que existe entre una persona que puede llegar a tener una vida normal, pero por alguna razón de pronto cae en declive y es tan fuerte que llega a no tener un hogar. En ese sentido, quise presentar dos historias distintas que contaran lo mismo, por un lado, la mendicidad de la gente de Nueva York —creo que son mendigos particulares, algunos con carreras universitarias que han sufrido un brote psicótico y terminaron perdiéndolo todo—, y a la vez cómo nosotros los venezolanos, de alguna forma, nos hemos quedado sin casa. Esa errancia de un país a otro y no tener el país que uno quisiera tener, de alguna forma, es una forma de mendicidad. Aunque no es obvia, sí creo que hay una conexión seria y bien profunda en cuanto a lo que significa perder el arraigo como país y la tragedia de los mendigos de Nueva York que han perdido sus casas.

En algunos personajes de la historia que transcurre en Caracas afloran ciertas “mañas”. ¿Esta es una caracterización propia de la época actual o cree que definen la “idiosincrasia del venezolano” desde siempre?

 Creo que las dos cosas. Por ejemplo, el personaje que regresa después de estar cinco años en Nueva York para quedarse en un apartamento que su hermano le deja en Playa Grande soy yo, así que puedo dar fe de que esas cosas que le suceden también las viví. Durante ese tiempo que estuve frente al mar, conocí a personajes que aunque podrían parecer picarescos, están tomados de la realidad caribeña y desarrollé su historia a raíz de conocerlos. Ese tipo del aire acondicionado que se llama “Bigotes” es tal cual como lo describo con su gorra del Che; asimismo cuento la extorsión por un pendrive que se extravió en el aeropuerto y aunque parezca una cosa insólita, eso me pasó a mí. Por eso puedo decir que mucho de lo que está ahí es actual, real, y permanece en mi imaginario. Creo que presentar a estos personajes tan particulares, que para algunos lectores sus diálogos son sorprendentes, precisamente aquí en España, es a la vez reflejar una idiosincrasia, una manera de ser y de pensar en estos tiempos que vivimos.

Queda en evidencia, una vez más, ese límite tan fácil de cruzar, por no llamarlo inexistente, entre ficción y realidad…

Sí, de hecho creo que la realidad es tan rica, tan vasta, y es tanto lo que nosotros vemos en el día a día, a veces difícil de asimilar, que no hace falta ponerse a inventar tanto porque en ocasiones la realidad parece ser suficiente. Evidentemente, cuando escribes una novela añades la ficción que sea necesaria para que el mecanismo narrativo engrane y funcione, pero toda escritura es casi imprescindible de lo autobiográfico. Incluso cuando se ahonda en el pensamiento, pues incluso el que un personaje filosofe sobre determinadas ideas viene de referencias propias. Me parece a mí que la realidad hay que aprovecharla, contarla y agregar ficción donde no funcione solo la realidad. A veces hasta tenemos que rebajarla, matizarla, suavizarla, para que resulte verosímil, para que el lector te compre la historia.

Habla del impacto que los mendigos de Nueva York causaron en usted. ¿Cómo fue la experiencia de desviar la mirada hacia ellos, más allá de incluirlos en su historia?

Cuando me acercaba a ellos para recabar información, para hablar con ellos, yo trataba de mirarlos a los ojos. Me parece que cuando uno llega a captar, aunque sea solo segundos, la mirada del otro, es muchísimo lo que uno puede ver, es increíble la cantidad de información sale de allí. Claro, hay veces que no te puedes quedar viendo demasiado porque podrían sentirlo como un acto de agresión, pero cuando llegué a conversar con alguno, estaba pendiente de sus ojos. Precisamente a raíz de esos encuentros nace el personaje de Scott, el mendigo, que tiene esta serie de dibujos que trata de reflejar el alma de los neoyorkinos como una legión de sufridos. Scott está inspirado en una persona real, a quien conocí a través de un artículo publicado en el New York Times y además me dio muchas luces un libro que se llama Al final de la luz, el cual retrata la vida de la gente que fue construyendo los túneles del metro de Nueva York. Así que uní mi experiencia personal, todo lo que yo veía, especialmente en las noches, que es el momento en el que ellos hacen vida en los vagones, con estos materiales documentales que me aportaron muchísimo.

El libro, inevitablemente, plantea la discusión sobre si todo es válido en la literatura. Por ejemplo, hasta qué punto es admitido indagar en la vida de estas personas o utilizar ciertas experiencias para la construcción de una obra.

 Si bien las novelas no se hacen para sermonear a nadie, eso fue algo que quise hacer: plantear el dilema y que luego el lector sea quien saque sus propias conclusiones. En el personaje de Cristina, quien precisamente está escribiendo una novela sobre los mendigos, se presenta este cuestionamiento: si tiene sentido romper y rebasar las barreras de una conducta ética con un fin literario. En el libro vemos que Cristina traspasa muchos extremos, todo con el fin de hacer literatura. En ese sentido, cabe igualmente preguntarse ¿es ético ir a un hospital psiquiátrico y hacerse pasar por alguien que está mal para convivir con estas personas y hacer literatura? Lo mismo ocurre cuando tienes una historia que es buena, pero pondría en apuros a tu familia y comienza el dilema de si se traiciona a la familia o no, se cuenta o no se cuenta. Yo trato de ser fiel a la postura de no traspasar límites que vayan a perjudicar a otras personas.

El personaje de Scott creía que esa “legión de sufridos” que habitan en Nueva York son seres incapaces de conmoverse por lo que ocurre en esa vida subterránea. ¿Cree que esta afirmación es extrapolable a cualquier otra realidad en el mundo? 

Tú puedes ubicar una ciudad cualquiera, incluso una que no sea tan grande como Nueva York, y encontrar que las personas, muchas veces, no se conmueven. Scott se dedica a ilustrar, desde su posición, que en esta ciudad nadie tiene compasión y creo que esa percepción, que es válida, refleja la exacerbación de esa condición de la que no escapan las grandes urbes: parece que la única manera de sobrevivir es andar por tu cuenta.

Quienes vivimos sobre la tierra no sabemos nada de la vida subterránea, inmersos en nuestras realidades desconocemos lo que es llegar hasta el fondo…

Creo que hay muchas personas que, en determinado momento, se acostumbran a convivir con la desgracia del otro. En Barcelona, cuando uno llega por primera vez, le impacta ver gente viviendo en la calle, pero luego, con el pasar de los días, el ojo se va adaptando y eso mismo pasa en otros lugares; cuando uno está bien, uno tiene la tendencia a no tener compasión y no ver a la persona que está mal. Por eso me interesó contar que Nueva York no es solo la parte pudiente de Manhattan, sino todo los distritos aledaños en los que la miseria es notable.

Esta historia, tejida en contextos sociales concretos, explora aspectos de la naturaleza humana, como el amor, el abandono y sobre cómo la falta del otro afecta la propia identidad hasta alcanzar la locura. Los mundos de los personajes se distorsionan cuando están solos.

Sí, creo que el lector asiste a una serie de metamorfosis en la vida de los personajes principales, Cristina y Andrés, y creo que esta es una novela sobre los que vencen y los derrotados. Todos tienen en común que en algún momento caen en la miseria —no siempre económica— después de haber tenido una vida tan buena y eso, por supuesto, va transformando psicológicamente a cada uno y, en efecto, muchos de ellos, ante el abandono empiezan a perder la razón…

Caracas, Nueva York, Barcelona, sus ciudades de asentamiento. ¿Cuál podría decir que es el último andén transitado por Pedro Plaza Salvati?

Por un lado, el último andén es Venezuela, es el último hogar que tuve, el último sitio donde realmente pertenecí; pero actualmente es Barcelona, ciudad a la que aterricé de la mejor manera, para estudiar el Máster de Escritura Creativa en la Pompeu Fabra, el cual te permite compenetrarte con el medio, con los escritores que hacen vida acá, todo ese intercambio enriquece la experiencia como escritor y permite trabajar en la meta literaria trazada. Creo que vivir en Venezuela ahora —y en los próximo años— no es posible, al menos no hasta que se den las condiciones que uno aspira.

 

María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Transeúnte y periodista. Vive en la búsqueda permanente de las historias detrás de los rostros, gestos, pisadas. Haciendo malabares en este mundo circense, en el que aspira jamás perder la capacidad de asombro ante lo que, en apariencia, resulta nimio. Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios venezolanos El Nacional y Notitarde y en la revista digital Clímax.

Maimónides escribió una Guía de perplejos que, acaso, sea uno de los libros fundamentales de la cultura española. Perplejo se queda, siempre, un escritor cuando es entrevistado. Ya sea por la ineficiencia del entrevistador o, por el contrario, por el conocimiento que despliega de la obra del entrevistado. Y más Perplejo, si cabe, cuando lee esa entrevista y se descubre como alguien más ajeno a sí mismo de lo que esperaba.