Esta entrevista es del año 2008. César Aira anduvo por tierras españolas promocionando Las aventuras de Barbaverde y concedió bastantes entrevistas (en penúltiMa lo sabemos de buena tinta porque acudió al programa de radio que el director de esta patota tenía entonces como invitado). Amelia Pérez de Villar lo entrevistó para un portal web desaparecido, Notodo.com, así que nos ha parecido una idea idónea recuperar ese encuentro para nuestros lectores.
César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949), acaba de publicar su última obra: Las aventuras de Barbaverde, una historia que en realidad son cuatro, independientes entre sí, protagonizadas por un superhéroe al estilo del cómic clásico, que reparte equidad y justicia ayudado por una bella joven, “la chica” en su intento de salvar al mundo del ansia de poder de “el malo”, que se afana en dominarlo. Un homenaje a las tiras y series de animación que entretuvieron muchos ratos de su niñez, que Aira aprovecha para retratar un mundo tal vez no tan fantástico ni surrealista (aunque él sostiene que sólo le interesa la historia en sí, el divertimento) donde “la falta de inversión puso en marcha el círculo vicioso de la ruina” o, en los momentos previos al inminente Apocalipsis, “nacieron nuevas religiones, que trataban desesperadamente de hacerse cargo de lo que burlaba a la ciencia”. Además de todo esto, Aira nos cuenta en una entrevista celebrada durante su última visita a Madrid cómo aborda el ejercicio de la creación literaria.
Pregunta.- Tiene acostumbrados a sus lectores a un ritmo de producción que da vértigo, en ocasiones publicando dos libros en un mismo año. Pero parece que esta vez se ha hecho esperar…
Respuesta.- Sí, he tardado unos tres años en escribir las cuatro historias de Barbaverde…
P.- … que ¿continuarán?
R.- ¡No, no por Dios! Se acabó Barbaverde. Lo he dado vacaciones. Ya ha dicho todo lo que tenía que decir.
P.- Entonces, ¿considera cerrado este ciclo?
R.- Definitivamente cerrado. Escribí las cuatro historias antes de publicar la primera, a mi editor le pareció bien componer un libro con todas ellas… y ahí está.
P.- Imaginamos que sabe que también aquí, en España, le persigue esa etiqueta de “escritor de culto”.
R.- Escritor de culto. Tiene gracia. Es una especie de premio de consolación. Los lectores tienden a imaginarnos como ermitaños encerrados, apartados del mundo, escribiendo, y en mi caso desde luego no es así. Empecé a trabajar como traductor, que es un trabajo poco rentable y mal pagado cuando se traduce literatura buena, pero sale a cuenta si uno tarda quince días en traducir una obra de mala literatura. Yo trabajé como traductor durante treinta años. Así crié a mis hijos. Y me especialicé en literatura mala, porque la mala literatura es más fácil de traducir… se tarda menos, y se gana más dinero. Además, esto me dio la oportunidad de diseccionar los textos: suelen tener una buena técnica novelística, de creación de la trama y de manejo de la intriga… y se ve la mano del editor, esa figura tan importante en el panorama anglosajón y que prácticamente no existe en el latino… El editor convierte el libro en un producto: prácticamente lo escribe a medias con el autor, a medida del mercado.
P.- Oyéndole hablar así, es difícil imaginar a un autor que trabaja de manera concienzuda y rigurosa, con un horario voluntariamente impuesto y con una mentalidad casi de “puntos por objetivos” donde los puntos serían el tiempo libre que le permite arañar al día su sistema de trabajo: un lujo merecido. No podemos creer que su literatura pretenda ser banal cuando cada pocos párrafos aparecen sesudas reflexiones…
R.- Sí. Las reflexiones… a algunos autores les incomodan, como a algunos lectores. Pero yo amo el ensayo. Después de la traducción, el ensayo fue mi forma de vida y mi primer acercamiento a la escritura. Insertar reflexiones “serias” en novelas como Las aventuras de Barbaverde no deja de ser una conexión con la realidad, para mí mismo.
P.- Al leer Las Aventuras de Barbaverde uno tiene la impresión de estar entrando en una versión latina de Dick Tracy…
R.- Dick Tracy, Superman, Batman… De chico era devorador de los cómics de Batman y Robin. ¿Recuerdan la serie de televisión? Fantástica. Yo defiendo siempre el derecho a crear utilizando el imaginario de cada uno. Y a fin de cuentas, todos empezamos a juntar nuestro bagaje con lo que vemos de niños, lo que nos influye es aquello que tenemos a nuestro alcance cada día, aquello a través de lo cual vemos la realidad. En mi caso fueron este tipo de historias. No podía resistirme a crear un superhéroe con un genio del mal, Frasca, cuyo deseo y ambición, naturalmente, es dominar el mundo.
P.- Nada que ver con su relato “Cecyl Taylor”…
R.- Sí… “Cecyl Taylor”… es un relato muy curioso, de otra época…
P.- … plagado de incumplimientos magistrales de la ley del relato breve, que sin embargo lo convierten en una pequeña joya narrativa, cuyo realismo parece alejarse diametralmente de la serie de Barbaverde.
R.- Me resulta curioso que alguien conozca tan bien ese relato.
P.- Sus personajes son memorables, perdedores dignos, héroes tozudos que tratan de vivir a su modo sin importarles su propia destrucción, tal vez un disco, aprovechando que el tema de Cecyl Taylor es la historia de un músico de jazz, del que la cara B son los personajes de Barbaverde, “marginales a su modo”… porque ¿qué me dice de Karina, la enamorada escultora de Aldo Sabor? No se puede decir que sea una heroína al uso. Es bella, pero su independencia es un tanto dudosa (la visita de los abuelos de ella es uno de los episodios más hilarantes de El gran salmón) aunque le ha dotado de una profesión glamorosa, y sin embargo intelectual…
R.- Tengo una gran predilección por las artes plásticas. Mi opinión es que en estas últimas décadas han tenido un desarrollo vertiginoso, y he tratado de incorporarlas, de alguna forma, a un relato como el de las aventuras de Barbaverde. El personaje de Karina era perfecto. En El secreto del presente, aventura que se desarrolla en parte en Egipto pude incorporar además un guiño a una experiencia real que tuve hace algunos años. Unos amigos me invitaron a la Bienal de Lyon: allí hay un parque que se llama La Tête d’Or, con un trenecito que hace un recorrido alrededor de un lago. Estuvimos allí esperando que abrieran el museo para ver una de las exposiciones. Luego incorporé esto a la historia, de alguna manera, utilizando el nombre del parque que versioné como “Cabeza de Horus”.
P.- ¿Esto forma parte de su modus operandi habitual? ¿Cómo se plantea el ejercicio de la creación literaria, el día a día de su tarea de escritor?
R.- Siempre que puedo utilizo las vivencias para incorporarlas a las novelas, con alguna vuelta de tuerca como he explicado aquí. Escribo una página al día, una página y media a lo sumo, pero lo hago con mucha concentración, me dedico sólo a eso y lo hago sin ningún tipo de interferencia. Por eso, aunque se dice de mí que no reviso lo escrito, escribo con cierta velocidad: porque cada párrafo que hago lo medito y lo hago a conciencia, pensándolo mucho… y sí, suelo darlo por definitivo, no tengo costumbre de volver a atrás, cambiar la estructura, etc. Procuro que cuando me pongo a escribir, las cosas estén claras y una vez en el papel, sean definitivas. No obstante, no sigo una planificación rígida: trato de no ceñirme a un plan preconcebido y nunca rechazo la vaguedad de una idea. Para mí la improvisación en muy importante.
P.- Y ¿qué me dice del humor, ese ingrediente tan complicado de manejar, tan presente en su obra?
R.- El desvío hacia el humor es el atajo para llegar a algo nuevo: el absurdo de lo fantástico, lo nuevo visto desde otro prisma dentro de una estructura de novela clásica. Lo marginal es la libertad del creador.
P.- En algún lugar hemos leído que usted confesó, sobre sus novelas que “antes esperaba que le salieran cada vez mejor, después, que no fueran peores, y ahora se conforma con terminarlas de cualquier modo” … ¿diría que eso significa haber alcanzado la madurez como escritor? ¿o es el hastío?
R.- ¿Eso dije? Esto es lo malo de las entrevistas… No, de ninguna manera… no es ninguna de las dos cosas.
Amelia Pérez de Villar Herranz (Madrid, 1964) es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid y Traductora por el Institute of Linguists of London, ha trabajado como traductora freelance para numerosas agencias españolas, labor que durante años ha simultaneado con la docencia. Como traductora editorial ha publicado obras de Henry James, Harold Bloom, Emily Brontë, R. L. Stevenson, R. Kipling, Edith Wharton, Thomas Wolfe, Dino Buzzati, Vasco Pratolini, Graham Swift, Hans Kundnani o Lucy Hughes-Hallet, las ediciones críticas de dos colecciones de artículos (Crónicas literarias y Autorretrato y Crónicas romanas) y un epistolario de Gabriele d’Annunzio. Ha colaborado con Páginas de Espuma, Fórcola Ediciones, Galaxia Gutenberg, Gallo Nero, Capitán Swing, La Fuga Ediciones e Impedimenta. Ha trabajado como redactora en prensa escrita y publicado entrevistas y crítica literaria en medios digitales e impresos (El Cultural, Litoral Cuadernos Hispanoamericanos), además de algunos relatos en diferentes antologías (Vidas imaginarias) y revistas (Renacimiento). Autora de las novelas El pulso de la desmesura (2016) y Mi vida sin microondas (2018), del ensayo Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio y del ensayo biográfico Dickens enamorado (2020), publicados todos ellos en Fórcola Ediciones).
La imagen que ilustra la entrevista es una fotografía de Daniel Mordzinski, en la que aparece César Aira junto al fallecido Claudio López de Lamadrid, editor de Penguin Random House, que acostumbraba a subir en su Instagram personal numerosos selfies con autores de su grupo o editorial o de otros. Lo echamos de menos.
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