La editorial Sexto Piso pone a la venta la semana que viene la traducción de los cuentos de Raduan Nassar en traducción de Elena Losada, con lo que termina de poner al alcance del lector español la obra de uno de los más afamados y prestigiosos autores de la narrativa brasileña actual. Es una alegría para penúltiMa poder compartir este adelanto con sus lectores.
- Empiezo diciéndote que no tengo nada en contra de manipular; tampoco tengo nada en contra de que me manipulen: ser instrumento de la voluntad de terceros es condición de la existencia, nadie escapa a eso, y creo que las cosas, cuando suceden así, suceden como no podrían dejar de suceder (la falta de recato no es mía, es de la vida). Pero te lo advierto, Paula: a partir de ahora no cuentes más conmigo para que sea tu herramienta.
- Me has dado muchas cosas, me has colmado de atenciones (a veces excesivas), me has hecho regalos, me has entregado perdulariamente tu cuerpo, has intentado arrastrarme a lugares a los que he acabado por no ir, y, si no fuese por mi feroz resistencia, habrías compartido conmigo incluso a tus conocidos. No quiero discutir los motivos de que te hayas convertido en una acreedora que puede llegar y cobrar: «No tienes derecho a hacer esto». Hacer esto o lo otro es mi problema, y no tengo que darte explicaciones.
- No ha sido necesario hacer un voto de pobreza, pero he hecho desde hace tiempo un voto de ignorancia, y hoy, rozando ya la cuarentena, hago también mi voto de castidad. Tienes razón, Paula, ni siquiera llego a conservador: soy simplemente un oscurantista. Pero deja a este oscurantista en paz, después de todo nunca ha estado interesado en hacer proselitismo.
- Y ya que hablo de proselitismo, tengo que decirte también que no tengo nada en contra de ese ramillete de reivindicaciones que tienes: tu cuestión feminista, la del divorcio, y además la del aborto, todas estas cuestiones que «están sacando a los animales del camino». Y cuando digo que no tengo nada en contra, entiéndeme bien, Paula, quiero decir simplemente que no tengo nada que ver con eso. ¿Quieres saber más? Me hace gracia el ruido de los jóvenes como tú, que tanto habláis de libertad. Hay que saber escuchar las quejas de la juventud: en general protestáis por la ausencia de una autoridad fuerte, pero yo, que no tengo nada que imponer, entiéndeme bien Paula, no quiero gobernarte.
- Sin sospechar cuán precaria es tu superioridad, más de una vez me has lanzado un desdeñoso «viejo» a la cara. Nunca te lo dije, pero te lo digo ahora: me da náuseas tu juventud, me da mucho asco tu juventud. ¿Tengo que hacer una mueca para transmitirte una idea clara de lo que estoy diciendo? Esta declaración es bastante tranquila, es sosegada; al hacerla (créeme, Paula), no siento envidia. Tiene razón aquella frenética amiga tuya cuando te dice que soy «incapaz de que me guste la gente maravillosa». Soy realmente incapaz: no me gusta la «gente maravillosa»; no me gusta la gente, para ser más exactos y abreviar mis preferencias.
- Querías hacerme creer a veces que el amor hoy en día, como el sentido común en otros tiempos, es la cosa más repartida del mundo. Es más, sólo una perfecta distribución de afecto podría explicar el arrobo banal al que todos se entregan con la simple mención de este sentimiento. Un poco abrumado por turbar la transparencia de esas aguas, tenía ganas de decírtelo desde hace mucho tiempo: puede ser incuestionable, pero estoy hasta la coronilla de tus frívolos elogios al amor.
- Estoy harto también de tus ideas claras y bien pensantes sobre muchas otras cosas, y, sólo para contrarrestar tu lucidez, te confieso aquí mi confusión. Pero no vayas a sacar como conclusión cualquier sugerencia de equilibrio, todavía menos que esté mostrando una supuesta fe en el «orden»; después de todo está ya muy lejos el tiempo en que creía en la perfección universal (que unos colocan al principio de la historia y otros, como tú, al final de ella), y hoy, si echo un vistazo por la ventana, más allá de un eructo incontenible, todavía me asombra este mundo simulado que no pierde esa manía de fingir que se mantiene en pie.
- Puedes seguir hablando en nombre de la razón, Paula, aunque incluso este oscurantista que tiene (¡qué manía!) esas ideas sepa que la razón es mucho más humilde que ciertos racionalistas. Puedes continuar acarreando arena, piedras y tantas barras de hierro como quieras, Paula, pero cualquier chiquillo sabe también que vas a construir tu edificio sobre un territorio movedizo.
- Piensa siquiera una sola vez, Paula, en tu extraña atracción por este «viejo oscurantista», en los estremecimientos morados de tu carne, y, después, en las estanterías donde colocas con cuidadoso criterio todos tus conceptos, encuentra también un lugar para esta pasión tuya, rechazada en la vida real.
- Sabes, Paula, siempre atenta a cualquier pliegue mínimo de mi lengua, así como al movimiento más ínfimo de mi pulgar, que convierte mi rincón en el taller del dibujante que día a día va corrigiendo los trazos con otros trazos, diseñando, sin que te lo pida, mi contorno, mostrándome al final el perfil de un moralista (cosa que nunca he sabido si era una ofensa o un elogio), has dejado escapar la línea maestra que daría carácter a tu garabato. Hablo de un trazo tosco como una cuerda y que, aunque es invisible, puede atraparlo fácilmente el lápiz de algunos pocos retratistas; estoy hablando de la cicatriz siempre presente como un estigma en el rostro de los grandes indiferentes.
- No intentes contagiarme más tu fiebre, inserirme en tu contexto, predicarme tus certezas, tus convicciones y otros remolinos virulentos que te agitan la cabeza. Poco me importa, Paula, cambiar el sentido del tráfico, el empedrado de la acera o el nombre de mi calle. Después de todo ya he llegado a un acuerdo perfecto con el mundo: a cambio de su ruido le entrego mi silencio.
- En el campo de batalla que es este mundo, donde la sensibilidad, como la conciencia, no es más que una insospechada degeneración, ciertos espíritus sólo pueden llevarse muy mal con la vida; pero he encontrado, Paula, esquivo, mi abrigo: corazón duro, hombre maduro.
- No me llames, no aparques más el coche frente a la puerta de mi casa, no mandes a terceros a contarme que aún existes, ni todas esas otras cosas que haces habitualmente, porque al recurrir a esas tretas sólo consigues molestarme. Versátil como eres, representa ahora este papel: el de la mujer resignada que sale de una vez de mi camino.
- Entiéndeme, Paula, estoy cansado, estoy muy cansado, Paula, estoy muy, pero que muy cansado, Paula. (Tu camisón, tus zapatillas, tu cepillo de dientes y otros utensilios de tu neceser los he dejado en una bolsa abajo, sólo tienes que mandar a alguien a recogerla en la portería).
- Es más, «la vieja de ahí al lado», a quien te referías también como «momia resabiada», «saco de huesos», «semilla senil» y otras exuberantes expresiones que tu talento verbal es capaz de forjar, incluso para hablar de las cosas insignificantes de la vida, nunca te lo conté, Paula, pero te lo cuento ahora: «aquel vientre seco» es mi madre. Hace años que vivimos en apartamentos separados, pero uno al lado de otro. No seas tonta, Paula, no estoy recriminándote nada; siempre contemplé con indiferencia las imitaciones que hacías de la «vieja bruja, siempre preparando filtros para envenenar nuestras relaciones». Te digo más: quizá tengas razón; es probable que se pase el día espiando mi puerta desde las sombras del rellano; es probable que, desde el fondo del pasillo, te mirase «de una manera maligna»; es probable incluso que, astutamente, desde su cubículo, te espiase a través de la mirilla de su puerta cada vez que salías. Pero contén, Paula, tu gula: tú que, además de liberada y práctica, eres también versada en las ciencias ocultas de los tiempos modernos, no vayas a pringarte apresuradamente el dedo en la conciencia; no he hecho esta revelación como quien te sirve en la mesa, no es una invitación fecunda de interpretaciones lo que te hago, ni mi vida pide este desperdicio. Sólo quiero recordarte lo que mi madre te decía cuando te cruzabas con ella y, sólo para «tomarle el pelo», le preguntabas maliciosamente por mí. Yo ahora te sugiero la misma prudencia si por casualidad tus amigos quisieran saber qué ha sido de mí. Puedes ahorrarte la «ridícula solemnidad de la vieja», pero no te ahorres su irreprochable comedimiento; responde como lo hacía ella: «No conozco a ese señor».
Raduan Nassar es un escritor brasileño, hijo de inmigrantes libaneses. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de São Paulo. Debutó en la literatura en 1975, con lanovela Labranza arcaica. En 1978 se publicó Un vaso de cólera y en 1997, La chica del camino. Con sólo tres libros publicados, está considerado por la crítica como un gran escritor y es comparado con nombres establecidos de la literatura brasileña, como Clarice Lispector y Guimarães Rosa. Todo ello gracias a la extraordinaria calidad de su lenguaje y la fuerza poética de su prosa. Adorado por un pequeño círculo de lectores, Nassar se hizo más conocido por el público en general con las versiones cinematográficas de Un vaso de cólera (1999) y Labranza arcaica (2001).
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