En 2017 se produjo un acontecimiento curioso dentro de la escena literaria argentina. Alberto Giordano, uno de los más reputados críticos y académicos del país (y colaborador de penúltiMa) publicó el primer volumen de sus diarios, que en realidad son las anotaciones que había estado haciendo en Facebook. Cualquier nuevo libro de Giordano despierta interés, pero que uno de los grandes especialistas universitarios en el género autobiográfico saliera a la palestra con una muestra de ese tipo de escritura hizo que la atención fuera mayor si cabe. Y estaba justificada. Ahora, gracias a Kriller 71, los lectores españoles pueden encontrarlo en librerías. No duden y pidan que su librero de confianza les consiga un ejemplar.
2014
15 de noviembre
La conciencia del náufrago
En algunos ensayos sobre literatura y enfermedad esbocé la figura del sobreviviente, el que descubre o inventa en sus patologías condiciones para la intensificación de la vida (lo que llamo “intensificación” no tiene que ver con la euforia de los arranques vitalistas: es un efecto indirecto, y casi siempre muy costoso, de la proximidad con el sinsentido de la muerte o de la locura). La hipótesis que me inclino a sostener, la que me dictan las lecturas y la experiencia, es que sólo el sobreviviente estaría en condiciones de transmitir la verdad de la vida, «una cosa –escribió Rosa Chacel– que cuando no está amenazada, no se siente».
En un libro extraordinario del chileno Martín Cerda, La palabra quebrada, encuentro otra figura ética de la misma familia, la del «náufrago». Y esta cita de Ortega (maestro de Chacel), que es también un elogio de la fortaleza paradójica del que sobrevive: «La conciencia del naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación. Por eso yo no creo más que en los pensamientos de los náufragos».
16 de noviembre
A un amigo que recela del egotismo en la época de las redes sociales, le propongo una imagen irresistible: una cuenta de Facebook en manos de Jules Renard. ¿Quién no la seguiría?
Jules Renard, que practicaba la malicia como «una gimnasia del ingenio» y era un atleta olímpico en el ejercicio de la autoironía.
Dos entradas de su Diario:
28 de octubre de 1892
El señor que nos dice: ‘Yo también pasé por eso’. ¡Imbécil!
Haberte quedado: entonces me interesarías.
26 de julio de 1894
No he podido evitar decirle a la quiosquera:
—Ese librito lo he escrito yo.
—¡Ah! –dice ella–, aún no he vendido ninguno.
Ni la masificación, ni la trivialidad, ni el narcisismo son los verdaderos problemas. El problema, irremediable, le digo a mi amigo, es que ni él ni yo contemos con la agudeza sintáctica y el don de la ironía, imprescindibles en esta época de redes sociales, con los que contaba el insidioso Renard.
17 de noviembre
Sabiduría de café
De una conversación entre amigas, esta mañana, en la mesa de al lado: «Si te pone mal sentir que nadie te quiere, ¿por qué no probás volverte más querible?».
18 de noviembre
Tentar al diablo
Siempre creí que poder nombrar las crisis demasiado intensas, identificarlas, diferenciarlas, contribuía, si no a la resolución, al alivio. Creía, por ejemplo, que reconocer el salto que va de «un episodio de angustia prolongado» a la franca «depresión» podía servir para amortiguar el impacto. Como si el triunfo de la representación sobre lo indeterminado (un dolor y un miedo demasiado intensos) pudiese tener efectos terapéuticos leves pero inmediatos. Nunca dejé de creerlo, aunque en ningún caso la elección de nombres precisos haya servido para contener el proceso patógeno aludido. Anoche, en los diarios que llevó Jünger durante la segunda guerra, encontré formulado el punto de vista de otra creencia, contrapuesta a la que siempre sostuve, una sobre los riesgos que podemos correr cuando nos precipitamos a la nominación de lo que nos desborda. Repaso algunos episodios personales y la encuentro por lo menos verosímil. «Continuando la lectura de Huxley, donde he hallado esta buena consideración: ‘Nunca deberíamos poner nombre a un mal que sentimos acercarse, pues, si lo hacemos, entregamos al destino un diseño con el cual puede configurar los acontecimientos'».
19 de noviembre
Fragmento amoroso
Llegó a la conclusión de que, al menos en su caso, el amor es una pasión que desconoce los sentimientos altruistas. Con la misma fuerza con que idealiza una imagen, cuando algo se quiebra, se encarniza en destruirla. Crea y destruye, crea y destruye. El amor, dice, afirma la existencia de lo posible con una generosidad inconmensurable. Hasta que la da por clausurada, con una mezquindad absoluta, y una certidumbre que difícilmente se podría experimentar en el trato con cosas reales. Si alcanza algún equilibrio (que sea precario no supone que deba ser efímero), lo que viene a fijarse es el vértigo que provoca la intimidad con lo desconocido. Solo el apego a lo imaginario y la apuesta a lo absoluto pueden explicar el carácter incurable de las heridas amorosas: nunca cicatrizan, permanecen abiertas e irritables, incluso si la voluntad se afana por cerrarlas. La cicatrización de las heridas es una experiencia vedada a la conciencia del enamorado.
24 de noviembre
Lo familiar
Conversación telefónica con la tía Ema. Se lamenta de que sólo tuve una hija mujer porque, dice, se va a perder el apellido. Pregunta si no estoy a tiempo de buscar el varón. Para tranquilizarla, le digo que «Giordano» es un apellido tan común que no corremos ningún riesgo de que pueda desaparecer. «Yo digo el nuestro, el de nuestra familia». En pocas pero elocuentes palabras, le explico lo que siempre explico a mis alumnos: que nada del lenguaje nos pertenece, ni siquiera el nombre propio, y que las palabras nunca retienen lo que podría haber de intransferible en aquello que nombran. «Si uno fantasea con la supervivencia de rasgos familiares, habría que apostar a algo más indirecto y equívoco que el apellido». Dice que entiende –lo mismo dicen los alumnos–, pero que es una pena que sólo haya tenido una hija mujer: hubiese sido lindo que no se perdiera el apellido.
Entre otras cosas –no muchas más–, lo familiar es una fuerza imperiosa, un reclamo ciego de conservación y endogamia, capaz de convertir a una persona amable y divertida, tal la tía Ema, en un acreedor inesperado y una criatura fastidiosa.
Alberto Giordano (Rufino, Argentina, 1959), es ensayista, investigador y docente universitario, y uno de los referentes actuales en la crítica literaria argentina. Autor de diversos ensayos que abordan, entre otros temas, las escrituras del yo, en su sólida producción destacan títulos como Modos del ensayo (2005), Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas (2006), El giro autobiográfico de la literatura argentina actual (2008), Vida y obra (2011), La contraseña de los solitarios (2011), El pensamiento de la crítica (2016), y la obra Roland Barthes. Literatura y poder (1995). En 2017 se publica en Argentina El tiempo de la convalecencia, del cual se recoge una amplia selección en la presente edición. A este libro le sigue El tiempo de la improvisación, publicado en Argentina en 2019.
exactamente un individuo,
por Rubén J. Triguero
nueva columna de Martín Cerda
adelanto del nuevo libro de
Javier Payeras
Antología de cosas pasajeras
por Javier Payeras
de Henry David Thoreau,
leído por Rubén J. Triguero