La muerte de Juan Marsé nos ha dejado a todos un poco más huérfanos de lo que lo estábamos ya. Pero al menos vamos a tener un pequeño lenitivo con la publicación de un libro inédito suyo este otoño. Francisco Llorca fue uno de los primeros, si no el primero, que levantó la liebre sobre la existencia de ese original en este artículo fue publicado originalmente en la edición española del Huffington Post en 2012. El azar que hizo desaparecer el manuscrito durante casi sesenta años ha vuelto a intervenir, haciendo que el texto de Marsé fuera encontrado en fecha reciente. Lumen lo publicará en septiembre de este año en edición de Andreu Jaume, quien explica en este artículo, el feliz hallazgo.
Es difícil concebir la cantidad de espacios inauditos e invisibles que todavía existen en nuestra historia. Este texto podría pasar por el intento de cartografiar uno más de ellos sino fuera porque tiene por protagonista al joven Juan Marsé y un libro que nunca ha llegado a ver la luz.
El 25 de julio de 1962 el autor de Encerrados con un sólo juguete estampó su firma en un contrato con la editorial Ruedo Ibérico, exiliada en París, por el cual se comprometía a entregar un libro de viajes por Andalucía que debía titularse Viaje al sur. Por aquellos años no era extraño que los escritores españoles se entregasen a este tipo de escritura, a caballo entre la narrativa de viajes y la denuncia social. Marsé, no obstante, se había propuesto hacer algo innovador dentro del género, articulando la parte correspondiente al reportaje mediante la inclusión de las noticias de prensa que irían recogiendo a lo largo del viaje. Se establecía de este modo una suerte de continuidad narrativa entre texto literario, noticias e imágenes que emparentaban Viaje al Sur con el reportaje moderno.
Para llevar a cabo su proyecto, Marsé contaría con la ayuda de su amigo Antonio Pérez (por entonces colaborador de la editorial) y el joven fotógrafo Albert Guspí, quien se ocuparía de tomar las imágenes que debían ilustrar el libro. Durante el mes que estuvieron en la carretera, Marsé y sus compañeros visitaron las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga. En el transcurso de aquel viaje, tendrían oportunidad de comprobar de primera mano como, mientras buena parte del país comenzaba a cambiar en aquellos años, el atraso y la pobreza permanecían apegadas a esas regiones como una mancha indeleble.
Fue jugando con los niños descalzos de Ronda, junto a los pescadores de Barbate mientras reparaban sus redes o entre las chabolas del Zapal, donde el joven Marsé pudo afirmar su apego por las zonas en las que la vida se muestra de manera espontánea y la necesidad de emplear palabras ceñidas a las cosas para contar una historia. En este sentido, el viaje fue tanto de búsqueda como de aprendizaje para los que participaron en él, tal y como recuerda hoy Antonio Pérez. Lamentablemente Albert Guspí, el tercero en discordia (aunque no hubo discordia en el viaje y sí mucho de juvenil camaradería) falleció hace demasiado tiempo como para que pudiésemos conversar con él. Nos quedan las fotos de aquel viaje: imágenes en las que la luz ondula entre las sábanas ahuecadas por la brisa del verano, las paredes de donde cae la cal desconchada, la piel arrugada de lo cotidiano… Fotografías que son en el fondo como las briznas de un relato perdido que estamos intentando recomponer.
Con el final del verano, y a medida que los días se acortaban, esa luminosidad que vemos en las fotografías de Guspí comienza a atenuarse. Es entonces -principios de octubre- cuando el grupo decide poner fin al viaje y regresar a Barcelona. Aunque en el montaje del libro Marsé debía haber recibido la ayuda de otros colaboradores, especialmente en lo relativo a la documentación, lo cierto es que el escritor fue quien finalmente redactaría el trabajo prácticamente por entero. Así, en julio de 1963, Marsé comunicaba al editor de Ruedo Ibérico, José Martínez, que el libro estaba terminado y, tras una breve estancia en Mallorca y resolver sus problemas con el pasaporte, el escritor marcha a París para seleccionar con Martínez las fotos y terminar de pulir la obra. Lamentablemente, cuando todo parecía preparado para llevar el libro a imprenta, Ruedo Ibérico atravesó una profunda crisis económica que, unida a la asfixiante presión de la censura franquista (entonces dirigida por Manuel Fraga Iribarne) aparcaría muchos de sus proyectos editoriales, entre ellos Viaje al Sur. Aunque la correspondencia confirma que el escritor siguió mostrando su interés por el estado del libro, la publicación fue languideciendo en la sede de la editorial y el manuscrito terminó por extraviarse.
A medida que pasa el tiempo constatamos que no dejamos de ser sino la suma de nuestras posibilidades malogradas. Son demasiadas las ocasiones como esta, en que nuestros proyectos acaban siendo arrumbados por la mala fortuna, la indecisión o la desidia (cuando no una combinación de todas). Todavía hoy es posible reconstruir este viaje gracias a los testimonios de quienes participaron en él, la correspondencia del editor y las fotografías de Guspí. Aunque quien sabe… tal vez el tiempo acabe por ofrecer nuevas pistas que nos ayuden a completar la trama de lo sucedido con este Viaje al Sur.
Francisco Llorca (1980) es historiador, librero en la reserva, cuentista y editor. En su infancia se paseaba por la orilla del mar con un gorrito rojo à la Jacques Cousteau. Dilapidó su juventud en el madrileño barrio de Malasaña con sus amigos antes de abrir con ellos una librería después de una partida de billar que se les fue de las manos. Hace algunos años cambió de acera y se mudó a Barcelona, dejando a sus Tipos Infames por Libros del Asteroide. Actualmente edita desde Las afueras y cuida de sus hijos, haciendo buena las palabras de Bolaño: «Mi patria es mi hijo y mi biblioteca».
La fotografía que acompaña este texto es obra de Albert Guspí y cortesía de Jesús Atienza.
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