Aunque, como sucede con los autores de género, sea desconocido para muchos, la fértil trayectoria de Carlton Mellick III lo ha llevado a estar traducido a varias lenguas, entre ellas la española, como evidencian las ediciones de Orciny Press. Pedro Pujante se acerca en este texto a su universo y se propone revelar algunas de sus claves estéticas.
I
Ya sobrepasa el medio centenar de títulos la obra narrativa del escritor norteamericano, Carlton Mellick III (Arizona, 1977), uno de los popes del bizarro, género que parece, desde sus comienzos, haber nacido con la etiqueta de culto. Quizá porque, como ocurren con las películas de serie B y otros subproductos culturales, su falta de pretensiones y su manifiesto desdén por constituirse una expresión cultural de élites le convierte en un artículo genuino, original y desacomplejado. En síntesis, el bizarro es una literatura de naturaleza marginal, que se sustenta en estéticas del género de terror, la ciencia ficción soft, un surrealismo delirante, la fantasía, el humor negro y lo grotesco. Como se puede leer en Wikipedia el bizarro “es un género literario contemporáneo, que emplea a menudo elementos del absurdo, la sátira, y lo grotesco, junto con características del surrealismo-pop y la literatura de género, para crear obras subversivas, extrañas y divertidas”. Así, estas obras están deliberadamente saturadas de ingredientes, personajes inverosímiles, y buscan reventar el cerebro de quienes las leen con tramas y situaciones trepidantes, escabrosas o hiperrealistas. Aunque en el ámbito literario se presenta como un género más o menos novedoso que bebe del cine de serie B, David Lynch, Shinya Tsukamoto, los dibujos animados, la ciencia ficción, el wéstern, el terror y lo fantástico, se puede rastrear en algunos autores clásicos la semilla precursora de esta poética bizarra. En los cuentos de terror (y sobre todo en los de humor) de Poe, en las excesivas fantasías cósmicas de Lovecraft, en los ilógicos laberintos de Kafka, en los absurdos y en ocasiones crueles escenarios de Beckett, incluso en Dostoievski (pienso en su relato “El cocodrilo”) o en el grotesco relato “La nariz” de Gógol.
II
En las novelas de Carlton Mellick III se amalgaman elementos provenientes de la ciencia ficción, la fantasía, el terror, el surrealismo e incluso la comedia más gruesa. A veces estos elementos se superponen conformando texturas complejas. Hay situaciones de extraño erotismo, entre humanos y monstruos, que parecen extraídas de una cinta de David Cronenberg bajo los efectos del LSD; o de violencia extrema, pero que contrastan con otras escenas amables, pueriles, incluso ñoñas, propias de la literatura infantil, los cuentos y los dibujos animados. Estos contrastes se perciben con claridad en Snuggle Club, una de sus últimas novelas, en la que hay una extraña secta que rinde culto a los abrazos.
Stacking Doll (traducida el castellano como Matrioshka) es una love story entre un humano y una matrioshka, un ser que contiene dentro de sí otros seres repulsivos. El relato, a pesar de lo escabroso del planteamiento, es tratado con delicadeza y ternura. Los monstruos que habitan la matrioshka funcionan como metáforas oscuras del ser humano. La fábula folklórica, el relato de terror y el romance hacen de esta obra, como de todas las de nuestro autor, un híbrido inclasificable. Etiquetar los libros de este escritor de Portland puede ser problemático, en este sentido. Hay, a pesar de su tendencia a lo obsceno y lo escabroso, cierto pudor, como si el autor fuese un niño malo (pero un niño, al fin y al cabo) que disfruta llevando al límite sus tramas y personajes. De hecho, muchos de sus protagonistas son jóvenes, niños huérfanos o seres infantiloides que viven en una suerte de universo mágico regido por extrañas leyes que apenas conocen. A veces, Mellick nos traslada a universos alienígenas en los que el ser humano es una víctima abocada a una experiencia límite en un escenario peligroso. O a un mundo en el que la magia existe y es adictiva. Otras, se inventa Mellick un mundo con reglas propias en las que la lógica y lo que entendemos por “realidad” han sido abolidas. Por ejemplo, en The Haunted Vagina, el protagonista accede a través de la vagina de su novia a un mundo paralelo que existe en el interior de su útero para comprobar que allí se desarrolla una vida milenaria, en un espacio habitado por seres gelatinosos con unas costumbres de lo más peculiares. En The Boy with the Chainsaw Heart el protagonista, tras suicidarse, llega al infierno para unirse a la batalla contra los despiadados ángeles. O por ejemplo, en The Ultra Fuckers, el relato tiene lugar en una urbanización infinita que acabará por transformarse, debido a un error informático de terraformación, en un laberinto mecanizado en el que los protagonistas deberán luchar por su supervivencia. En Spider Bunny unos jóvenes son engullidos por la televisión y tratan de escapar de un terrorífico anuncio comercial de cereales. Ese es, de hecho, uno de los leit motiv de la obra de Mellick: la supervivencia de antihéroes en entornos hostiles, en los que son asediados por fuerzas desconocidas. Esta idea se lleva al extremo en Tumor Fruit, una space opera lisérgica. Los protagonistas aquí son turistas intergalácticos que sufren un accidente en un planeta de atmósfera tóxica, con un mar ácido y gusanos gigantes que tratan de devorarlos. Recalan en una isla extraterrestre, (con ecos de Lost, La isla del tesoro y la ciencia ficción de serie B), y son acosados por alienígenas, sustancias tóxicas que les enloquecen, el hambre, la visión de bebés fantasmas y la desesperación. El conflicto de la supervivencia en escenarios postapocalípticos es desarrollado en numerosos relatos, como en la novela corta The Steel Breakfast Era, una historia de zombis posmoderna en la que el protagonista trata de mantenerse a salvo de los ataques de muertos vivientes, cazadores despiadados y gusanos que infectan sus cuerpos hasta transformarlos en metal. También The Terrible Thing that Happens está ambientada en un futuro postapocalíptico. La única fuente de suministro es un supermercado encantado en el que cada noche se recrean unos terribles acontecimientos que tuvieron lugar hace ya años, reproduciéndolos en un bucle infinito. Para poder extraer alimentos del supermercado deben aprender un patrón, esquivando las balas y las presencias fantasmales de unos asesinos que repiten de forma cíclica la matanza cada 24 horas.
III
Lo que más hay que celebrar en este hijo bastardo de Lovecraft, además de su extrema prolificidad, es su gran inventiva y su inagotable imaginación. Cada historia representa un argumento diferente, alimentado con variedad de tramas, entrañables personajes y giros que hacen sus relatos divertidos y adictivos. Veamos algunos ejemplos: un periodista que viaja a un planeta para realizar un reportaje culinario es infectado por un extraño virus al acostarse con una criatura con aspecto de ninfa rosa; en un mundo postapocalíptico los supervivientes acuden a un supermercado en el que cada noche se repite, en bucle, el mismo ataque sangriento por parte de unos hombres enmascarados; un millonario se somete a cirugía para convertirse en una bicicleta de ejercicio; y así en cada entrega… Aunque ciertamente se detectan algunos elementos recurrentes que configuran su universo temático: relaciones sexuales con formas de vida extraña, seres hermafroditas, mutantes o extraterrestre; mundos postapocalípticos en descomposición; niños protagonistas; viajes turísticos galácticos; alimentos que aparecen de la nada; máquinas que pierden el control; personajes atrapados en bucles temporales.
Son las novelas de Mellick siempre historias estrambóticas, surreales y absurdas, que abusan deliberadamente de los tópicos de la ciencia ficción y de lo fantástico, aunque devienen artefactos sólidos de tramas y argumentos bien pensados, que rescriben las categorías tradicionales para explorar los límites genéricos de la literatura de ficción más descabellada. Lo real, en la obra de Mellick, no tiene lugar o es el pretexto para anclar fantasías extremas. Todos sus mundos están reconstruidos desde los presupuestos de lo macabro-maravilloso, la literatura infantil o la ciencia ficción soft. O son contaminados por la semilla de lo inesperado, haciendo que lo fantástico, como ruptura de la realidad, sea medular. No hay que olvidar, en cualquier caso, que lo absurdo es también una de las piedras angulares de su corpus y nos ayuda a “describir” gran parte de sus ficciones.
Lo más curioso de sus aberraciones narrativas es que, a pesar de la irracionalidad que caracteriza sus argumentos, estos disfrutar de verosimilitud, de coherencia interna. Mellick no deja, como César Aira ni como otros autores del Absurdo, hilos sueltos, tramas sin explicar o “puntos ciegos” que planteen dobles lecturas o interpretaciones alegóricas. Busca el autor la ligazón interna de sus relatos y si por ejemplo, en mitad de una selva alienígena aparece un frigorífico o un restaurante de Taco Bell (lean Tumor Fruit y sabrán de lo que hablo) o las extrañas criaturas que habitan la vagina de una chica hablan un dialecto derivado del Tailandés, al final del relato el absurdo cobrará sentido. Para él, sus tramas deben ser perfectas, lo que demuestra no solo su sublime imaginación sino también su delicadeza narrativa y su especial atención a la ingeniería argumental. Su estilo es sencillo, de fraseo breve, conciso. Si en sus primeras novelas se valía de una prosa más “esquizofrénica”, eléctrica, ha ido con el tiempo abandonándose a un estilo más depurado y liso, centrándose en contar sus historias del modo más directo posible. Como él mismo ha explicado, refiriéndose al proceso de creación narrativa, prefiere “quitar” que “poner”, lo que en unas historias tan alocadas como las suyas es de agradecer. Al final el bizarro según Mellick es una locura divertida, un descontrol bajo control.
Pedro Pujante es doctor en Literatura, profesor de escritura creativa y crítico literario. Ha colaborado con diversas revistas, como Quimera o Revista de Letras. Ha publicado varios libros de relatos, novela y ensayo. Sus últimos libros son la novela Las suplantaciones (Mar Editor, 2019) y el ensayo Mircea Cãrtãrescu. La rescritura de lo fantástico (Editorial Académica Española, 2019).
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